Capítulo 73 - FINAL

34 2 0
                                    

La cena con mi padre había sido un desastre. Él estuvo hablando con mi hermana media hora, durante la cual Tamara y yo mantuvimos una conversación que era de todo menos fluida. Era normal, la situación era violenta para ambos.

Finalmente, los dos aparecieron. Adriana tenía las mejillas y los ojos rojos, era evidente que había estado llorando. Ella se disculpó con Tamara, cenó con nosotros sin decir apenas nada y después me pidió que la llevara a casa porque le dolía la cabeza. Fue un alivio, puesto que hubiera sido forzado por parte de todos quedarnos a ver una película en esas circunstancias.

A la mañana siguiente me desperté tarde, casi a la hora de comer. Mi madre estaba trabajando, pero había dejado lentejas hechas. Me serví un plato y, después de almorzar, me fui a duchar. Había quedado con Bruno en el piso de Oli, allí lo recogería y nos iríamos a la alcazaba, un antiguo castillo musulmán, a beber cerveza y hablar sentados en la hierba. La perspectiva me ponía algo nervioso, todavía pensaba que podía traerle malos recuerdos a Bruno, pero él quería verme y yo también quería quedar, al fin y al cabo, se iba a Estados Unidos y no tenía ni idea de por cuánto tiempo.

Le esperé en el portal del edificio a la hora acordada. Cuando bajó, levanté las cejas. Lo vi muy cambiado. Estaba más delgado, se había dejado crecer el pelo y tenía barba que, aunque estaba bien recortada, le añadía algunos años.

―¿Y este estilo a lo Jared Leto, pero en rubio? ―le pregunté nada más tenerlo en frente.

Él sonrió.

―Eso es porque no me viste nada más llegar ―me dijo―. Ven aquí, pequeña mariquita.

Bruno me dio un fuerte abrazo.

―¡Qué bien te veo después de las vacaciones! ―señaló al soltarme.

―He engordado, ¿a que sí? ―bromeé.

―Desde luego, la buena vida engorda.

―Venga, vamos a mi coche ―le insté, y le señalé a la derecha―. Lo tengo ahí mismo.

―Lo sé, no soy ciego.

Nos subimos y él me preguntó:

―¿Has traído las cervezas?

Asentí y me puse en marcha.

―Las tengo detrás.

Él echó mano de la nevera portátil del asiento trasero y le dio un vistazo.

―Un pack de seis. Elián, no voy a beberme tres cervezas, te lo aviso desde ya. Con dos birras habría bastado.

―¿Solo vas a beber una o dos?

―Una ―contestó―. Intento dejar de beber tanto, en estos meses he destrozado mi hígado lo suficiente.

Le miré de soslayo. No bromeaba.

―¿Qué has estado haciendo todo este tiempo?

―Sigue conduciendo. Explicarte esto en un coche no es el plan. Prefiero hablar en un sitio tranquilo. Lo digo porque la reacción de Ismael cuando se lo conté fue de todo menos buena.

―Me estás asustando ―reconocí.

―No te asustes. De todas formas, eso pertenece ahora al pasado.

Intranquilo, continué conduciendo hasta que aparqué en el castillo. Nos bajamos del coche y caminamos hasta que encontramos un sitio más apartado de la gente. La hierba estaba a rebosar de grupos de amigos, de familias haciendo un picnic y de parejas dándose el lote bajo los árboles.

―Bueno, puedes hablar cuando quieras ―le dije mientras nos sentábamos―. Soy todo oídos.

Él abrió una lata de cerveza y bebió un poco.

El pasado de EliánDonde viven las historias. Descúbrelo ahora