Capítulo 60

31 2 0
                                    

Cuando los padres de Bruno se marcharon del despacho, dejándonos solos, suspiré agotado.

―Siento todo ese espectáculo ―dijo él, rompiendo el silencio creado desde que la puerta se cerrase tras ellos.

―Ya, bueno. Debe de haber sido duro para tus padres todo lo ocurrido con Candela y lo que vino después de eso―los disculpé.

―Lo fue ―me confirmó, sentándose en la silla―. No siempre han sido así, se han ido endureciendo con el tiempo. Mi infancia con ellos fue bastante buena, eran unos padres estupendos.

Sentí una punzada de pena por él. Me lo imaginé de niño, acompañado de sus dos hermanas pequeñas, haciendo las cosas típicas de la edad, como jugar, ir de vacaciones a la playa a construir castillos de arena o ver dibujos animados en familia. En definitiva, siendo feliz, ajeno al mundo en el que vivíamos y a toda la maldad que se cernía sobre nosotros con un disfraz de mujer escandalosamente guapa y elegante.   

―Puedo imaginarlo ―murmuré―. Mis padres van a separarse ―le conté, no sabiendo muy bien por qué, si era para que supiera que no hay familia perfecta o porque simplemente necesitaba hablarlo con alguien.

―¿Cómo? ―preguntó, incrédulo―. ¿Y eso por qué?

Me encogí de hombros y también tomé asiento.

―Supongo que porque se les acabaron las ganas de continuar con algo que ya no da más de sí ―contesté―. Me dijeron que habían estado juntos por mí, para darme estabilidad cuando regresé. Al parecer, fue una recomendación del médico.

―No parece justo para ellos ―comentó Bruno.

Negué con la cabeza.

―No es justo para nadie.

―¿Estás bien?

―Lo estaré. Es lo mejor para todos, al fin y al cabo. La que no debe de estar pasándolo bien es mi hermana. Me preocupa, ¿sabes? A veces parece muy mayor para su edad, pero otras, solo parece una niña. No quiero que sufra.

Bruno sonrió.

―Yo siento lo mismo con Afri. Es el instinto de protección que tenemos la mayoría de los hermanos mayores.

Le devolví la sonrisa.

―Sí. Cuando volví a casa, confuso y con la mente en blanco, no podían importarme menos esas personas que decían ser mi familia y que me miraban con pena y, a la vez, con nostalgia al ver que no era el mismo chico que se marchó de casa. Pero, ahora, lo son todo para mí. Creo que la familia es lo más grande que hay en la vida.

Bruno se levantó de la silla, fue hacia la nevera de la esquina del despacho y sacó dos botellines de cerveza, los cuales abrió posteriormente con un abridor que guardaba en uno de los cajones de la mesa. Se sentó de nuevo y me tendió un botellín, que acepté con gusto.

―Por la familia ―brindó, levantando su cerveza.

Chocamos los botellines y, después, ambos le dimos un buen sorbo que nos supo a gloria.

Su móvil vibró y, al mirarlo, vi que sonreía.

―Se te ha quedado cara de idiota ―me burlé.

Me sacó el dedo corazón, sin dejar de sonreír.

―¿Quién es? ―quise saber. Sentía curiosidad.

―Te doy diez euros si lo adivinas.

Fruncí el ceño y luego, tras pensarlo bien, abrí la boca, realmente sorprendido.

―No me digas que...

―¿Qué?

―¡Es Valeria! La compañera de piso de Oli. No puedo creerme que al final lograras algo más que su número de móvil.

Soltó una carcajada.

―Mucho has tardado.

―¡Quiero mis diez pavos! ―reclamé, muriéndome de risa.

―Era demasiado fácil. ¡No pienso pagarte!

―¡Eh! Eso no está bien ―me quejé―. Tienes que pagar tus deudas.

De mala gana, Bruno sacó la cartera y me tendió un billete algo arrugado de diez euros.

―Agradece que no tenga calderilla, porque, de ser así, te la daría.

Rápidamente, me guardé el billete, antes de que pudiera cambiar de opinión.

―No me creo que al final lograras algo ―le dije.

―Bueno, todavía solo somos amigos. No hemos pasado la fase de tonteo, ya sabes. No hemos ido a la siguiente base.

Lo miré boquiabierto y me llevé a los labios el botellín

―¿Ni un besito? ―le pregunté luego.

Él sacudió la cabeza, un tanto avergonzado.

―Nada de nada.

Le dio un buen sorbo a su cerveza.

―¡Vaya pagafantas estás hecho! ―volví a burlarme.

―De pagafantas nada, Elián. Ella me gusta mucho, pero no sería adecuado empezar una relación en este momento. No es seguro para nadie, prefiero ser su amigo y, si las cosas mejoran, ya pasaremos al siguiente nivel.

Me puse serio y asentí. Entendía su miedo, yo mismo me veía obligado a convivir con él todos los días.

―Tienes razón.

Bruno volvió a sonreír, aunque no era una de sus sonrisas habituales. Era una sonrisa de resignación.

―Sí, lo sé. Es lo que hay por ahora. Solo espero que no se canse de mí y sepa ser paciente.

―Estás colado por ella, ¿verdad?

Poco a poco, su cara se puso roja. Era algo insólito en él.

―¡Pero qué tonterías dices! No sabes ni de lo que hablas.

Me reí, sabiendo perfectamente que yo estaba en lo cierto. Mi amigo se había enamorado de Valeria, ya no tendría ojos para nadie más, al igual que yo no tenía ojos para nadie que no fuera Oli. Me recordé a mí mismo llamarla después, llevaba todo el día sin saber nada de ella.

―Siento cambiarte de tema, Elián, pero tengo que decirte esto ―me dijo Bruno, bastante serio.

―Claro. ¿Qué pasa?

―Tu tío ya está mejor, por lo que vamos a interrogarle hoy. Esa era la verdadera razón por la que mis padres están hoy aquí. Supongo que habrás venido en un principio para saber lo que ocurriría con él, ¿no?

Saberlo me puso el vello de punta y, al mismo tiempo, me sentí ansioso. Necesitaba saber muchas cosas, como por qué estaba con esa organización, por qué me ocultó que tenía habilidades o por qué me mintió tanto tiempo, haciéndose pasar por un tío enrollado cada vez que venía a casa de visita en vacaciones. Aún recordaba las veces que jugábamos a videojuegos juntos, tras perder la memoria, y las veces que habíamos hablado de libros que ambos leímos.

―Sí ―reconocí, después de tragar saliva―. A eso he venido. 

El pasado de EliánDonde viven las historias. Descúbrelo ahora