Capítulo 13

34 7 0
                                    


Cuando me volví, vi que las cajas estaban en el suelo, al igual que África, que estaba sentada agarrándose el pie, dolorida.

Bajé las cajas que yo llevaba de inmediato y corrí hacia ella.

―¿Estás bien?

―No ―contestó―. Creo que me he torcido el tobillo y, para colmo, la caja más pesada se me ha caído en el pie.

―Te llevaré a urgencias ―decidí.

Abrí mi automóvil con el mando.

―Apóyate en mí ―le dije.

La ayudé a levantarse y la llevé hasta el asiento de copiloto. Luego guardé una caja en el maletero y las otras tres las metí en los asientos de atrás.

En urgencias había demasiada gente. Nos sentamos en una de las salas de espera, yo en una de las hileras de sillas y ella en una de ruedas que le habían proporcionado al llegar. A los dos nos pareció exagerado, pero era lo que había.

―Gracias por traerme, Elián.

―De nada.

Me sonrió y no pude hacer otra cosa que devolverle la sonrisa, aunque no durara más de dos segundos.

―Parece que vamos a estar aquí bastante rato ―comentó.

Asentí.

―Son las siete y ya has cumplido con tu deber de traerme. Sé que tienes una cita, puedes irte ―dijo.

La oferta era tentadora, al fin y al cabo, ella me había mentido y no era mi persona favorita en el mundo. Pero yo no era así, no iba a abandonarla por una cena y lo que vendría después. Estaba herida porque me ayudó y lo menos que podía hacer era quedarme con ella y llevarla a casa, adonde quiera que eso fuera.

―No me voy a ir. Te has hecho daño ayudándome, no es justo que me vaya y te deje aquí.

―Vaya... parece que sí queda algo del viejo tú, después de todo. Sigues siendo muy educado y moralista.

Negué con la cabeza.

―No es así como me siento.

Ella me miró, seria.

―¿Qué te pasa?

―No lo sé. Supongo que estoy perdido ―contesté, notando una presión en el pecho. A veces era difícil fingir indiferencia y hacer ver que no estaba hecho polvo.

África rompió el contacto visual, para fijar su mirada en cualquier parte, menos en mí.

―Es culpa mía ―murmuró.

―Para nada. Perdí la memoria. Ni siquiera sé qué hice en los últimos años.

―¿No recuerdas absolutamente nada de esos dos años? ―preguntó.

―Qué va, ni siquiera me acuerdo de ti. Lo único que tengo es un recuerdo vago de tu hermano, antes de desaparecer, cuando tenía quince años. Lo demás está en blanco. Soy como un libro al que le falta las páginas del principio.

Me levanté del asiento.

―¿Dónde vas? ―inquirió África.

―A por un poco de comida de la máquina y algo de beber. ¿Quieres que te traiga algo? Yo invito.

Volvió a sonreír.

―Unos Doritos y un Nestea estarían bien ―contestó.

―Dalo por hecho.

Cuando regresé unos minutos más tarde, ella parecía muy entretenida, mirando su móvil. No pude evitar preguntarme con quién estaría hablando, si es que lo estaba haciendo.

Le tendí lo suyo y me lo agradeció.

―¿Qué mirabas tan entretenida en el móvil? ―le pregunté mientras que me sentaba con mis patatas fritas y una botella de agua.

―No era nada, solo el Candy Crush ―dijo―. No sabía que eras así de cotilla ―bromeó.

Por increíble que parezca, me eché a reír. Eso no pasaba a menudo.

―Eso me ha dolido.

Me dio con la mano en el brazo de broma.

―Tienes sentido del humor. Me gusta ―admitió.

―Tú también.

Me fijé en su sonrisa y en cómo un hoyuelo le salía en la mejilla izquierda. Me pareció encantador.

Ella me miraba a los ojos y yo, inconscientemente, me fui acercando con lentitud.

Tenía que admitir que me atraía, a pesar de las mentiras y de las cosas que no encajaban. Los sentimientos eran caprichosos y no entendían de nada más que de ese deseo apremiante de besarla y de tenerla para mí.

El corazón se me aceleró y parecía que se iba a salir de mi pecho, sobre todo cuando vi que África comenzaba a acercarse también. Sin embargo, cuando nuestras bocas estaban a punto de colisionar y fundirse en un beso, apartó la cara.

―No puedo ―dijo.

―¿Qué? ―pregunté, confundido.

―No voy a hacerte esto. No es justo.

Me separé de ella, con la decepción ardiendo en mi ser.

―No lo entiendo.

―Por mi culpa no tienes memoria, Elián. 

El pasado de EliánDonde viven las historias. Descúbrelo ahora