Capítulo 38

37 4 0
                                    

Olimpia

Habían sido unos días horribles, días de muchas lágrimas derramadas, de horas en la cama, sin dormir realmente, y de parecerse más a un fantasma que a una persona normal. Supongo que esa clase de dolor no lo sentía desde hacía demasiado tiempo, que las emociones me habían sobrepasado por completo y se habían apoderado de mi existencia.

Ese sentimiento de vacío me pilló desprevenida. No estaba preparada ni de lejos para sentir algo así, ni siquiera sabía cómo lidiaría con eso, cómo lo superaría.

Lo cierto es que mis compañeras de piso creían, en el fondo, que mi reacción era exagerada, que en tan poco tiempo no puedes tenerle tanto cariño a alguien, acostumbrarte mucho a una persona. Pero ellas no estaban en mi lugar, por lo que no podían ponerse en mis zapatos, y desconocían lo que se siente cuando todas las ilusiones, todos los planes que se estaban forjando, junto con las expectativas formadas, de repente se esfuman y te das cuenta de que estabas construyendo castillos en el aire, castillos que, evidentemente, no podrían sostenerse y se vendrían abajo de un momento a otro.

Y eso había pasado. La vida real me había dado una dura lección, y debía aprender cómo reponerme de un corazón roto, no solo por la relación que terminó, sino también por todas las ilusiones rotas, las que nunca debí haber albergado. Con todo, estaba segura de que, después de esto, ya no volvería a ser la misma.

Me di cuenta de que recordar era doloroso. Ya no podía leer mensajes ni escuchar audios antiguos sin ponerme a llorar, y me sentía demasiado patética por ello.

Mi realidad se había impregnado del color gris de los recuerdos. Cualquier detalle me hacía rememorar los buenos momentos, y entonces tenía que repetirme a mí misma que eso no se repetiría, que había acabado y debía pasar página y, de no ser capaz, arrancarla o cambiar de libro.

Era lo que pretendía hacer cuando recibí varias llamadas de Elián, a las cuales no contesté. Y, después de eso, Valeria me llamó en repetidas ocasiones, siendo tan pesada que pensé que algo malo había ocurrido, que el piso estaba en llamas o qué sé yo, y al final acabé contestando.

Me sorprendió oír que me habían ido a buscar, que Elián estaba en la misma estación que yo, interponiéndose en mi intento de huida, que era mi cobarde manera de resolver mis problemas. Entonces, entré en pánico y me encerré en el baño de la estación de autobuses. Siempre podía quedarme allí hasta que se cansaran de buscarme y el próximo autobús con destino al pueblo de mis padres llegara.

Sin embargo, me empecé a comer la cabeza con que lo mejor era ser valiente y saber decir adiós para dar cierre a ese capítulo de mi vida en el que él había estado presente. Y salí, con la maleta, en su busca, sin medir las consecuencias de cómo me sentiría volviéndole a ver.

―Entiendo que quieras olvidarme. Es lógico, pero ¿irte? ¿Esa es tu respuesta? Creo que esta ciudad es pequeña, pero no tanto como para que no puedas olvidarme ―me respondió al contarle mis intenciones de marcharme.

―No me estás entendiendo ―le dije, tratando de mantener una voz calmada y no ponerme a gritar―. Todo me recuerda a ti. El piso, las calles, los bares que frecuentábamos. Incluso, cada mañana, miro el móvil esperando encontrar un mensaje tuyo, lo cual es irracional, porque yo decidí terminar con esto. Pero, aun así, siento que has sido tú el que me ha hecho tomar esta decisión, así que es como si tú hubieras dicho que todo se acabó, para siempre.

―Fue una buena decisión, al fin y al cabo ―se limitó a decir, sin mirarme si quiera.

―Eso es lo que me molesta, que no hayas hecho nada por arreglarlo, tu actitud tan conformista. Me siento como si yo hubiera dado más de lo que he recibido ―le reproché, con los ojos llenos de lágrimas de rabia―. Y, ¿sabes qué? Me siento terriblemente liberada al poderte decir esto en tu cara. Creí que no podría, pero aquí estoy. Y sí, ha sido una buena decisión. Al menos, me lo repito una y otra vez, porque habría acabado de todos modos. Mejor antes que después, ¿no?

Él no dijo nada. Se limitó a mirarme, serio, como si estuviera pensando en mis palabras, pero no tuviera nada útil que añadir. Igualmente, ¿qué iba a decir? Ambos sabíamos que era la verdad, no era una hipótesis refutable, era un hecho.

Oí que el autocar con destino a Villanueva de la Serena estaba a punto de llegar. Agarré mi maleta y, mirando a Elián a los ojos, murmuré:

―Adiós. Espero que tengas una buena vida.

Y, entonces, sin que él hiciera nada por impedirlo, me di la vuelta y eché a andar hacia el puesto número veinte, el lugar donde me despediría de esa ciudad y dejaría atrás los recuerdos.

Me coloqué en la fila que se había formado para subir y, detrás de mí, se puso una chica morena, con un vestido negro de tubo muy elegante. Era muy difícil imaginársela dentro de un autobús, debido a la clase que parecía tener y también por la sensación de poder que irradiaba.

―¿Un mal día? ―me preguntó al verme mirarla.

―Un poco, sí ―admití, avergonzada por el hecho de que se notara demasiado que había estado llorando.

―Tranquila, se pasará.

―Eso espero ―musité.

―Por cierto, me llamo Eleonor ―me dijo.

―Olimpia ―me presenté, estrechando la mano que, con mucha formalidad, me tendió.

El pasado de EliánDonde viven las historias. Descúbrelo ahora