Capítulo 51

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―¡Arriba!

El grito de Gideon me sobresaltó, y la luz que entró por la ventana cuando empezó a subir la persiana me obligó a entrecerrar los ojos.

Oli se puso un brazo delante de los suyos.

―¿Por qué nos despiertas así? ―le reproché a mi tío, con voz pastosa.

―Porque ya es la hora de comer. Tenéis la comida en la mesa y tu padre ya está comiendo.

―Ya te vale ―murmuré.

Gideon empezó a salir de la habitación.

Miré a mi chica.

―¿Has visto la mala leche que tiene mi tío?

Ella asintió y, después, se incorporó. Pude ver que observaba el reloj de la mesilla de Adriana.

―Son las dos y veinte y aún tengo sueño ―se quejó, mirándome somnolienta―. ¿Es normal?

―Sí, hemos dormido unas seis horas solamente. Aunque ya es algo.

―Estaba cansadísima.

―Y yo, fue una noche larga ―coincidí―. ¿Vamos a comer?

―¿Dónde está el baño? ―preguntó―. Quiero arreglar este desastre primero y asearme un poco.

Se señaló el pelo. Para mí, ella estaba bien de cualquier manera, pero era cierto que lo tenía un poco revuelto.

―Es la puerta de la derecha.

Oli fue a baño y yo fui al de mis padres antes de ir al salón, donde mi padre estaba apurando su plato de lentejas.

―Anoche llegaste tarde ―dijo.

Asentí y me senté a su lado, donde estaba colocado otro plato a rebosar. Entonces, mi padre se inclinó un poco hacia mí.

―¿Quién es la chica que te has traído? ―susurró.

―Es mi novia.

Él sonrió y me dio una palmadita en la espalda.

―Así me gusta, campeón.

―Es una chica muy guapa ―opinó Gideon, que se sentó delante de mí y puso sobre la mesa su ración de lentejas―. Siempre me han gustado las chicas con muchas curvas.

Él se sirvió una copa de vino y luego la levantó hacia mí, como haciendo un brindis.

―Gracias. Sí, es muy guapa.

―Espero que ella te mantenga alejado de los líos ―comentó, mirándome con una expresión que no supe identificar.

Antes de que pudiera pensar en nada más al respecto, entró Oli.

―Hola.

La presenté rápidamente.

―Papá, Gideon, ella es Olimpia.

―Encantado de conocerte ―dijo mi padre, que luego me hizo una señal de aprobación con el pulgar que se notó muchísimo. La sutileza nunca fue lo suyo.

―Siéntate, Olimpia ―le pidió Gideon―. Espero que te gusten las lentejas.

Ella sonrió y se sentó a mi lado, frente a su plato.

―Claro, yo como de todo.

Mi tío soltó una carcajada que luego intentó disimular con una serie de toses.

La vi sonrojarse de inmediato, consciente de que se había malinterpretado lo que había dicho. Yo sonreí, pero no dije nada.

―Espero que te guste, encanto ―le dijo él cuando se serenó, con una sonrisa perversa en los labios.

Cuando creí que Oli no se iba a dar cuenta, me pasé el dedo por el cuello, mirándolo. Él se encogió de hombros, sonriendo burlón.

A pesar de lo incómoda que me estaba resultando la situación, no pude evitar comerme todas las lentejas. Gideon las hacía mucho mejor que yo o que mi madre. Oli también estaba haciendo buena cuenta de su plato.

―¿Cuántos años tienes, Olimpia? ―preguntó mi padre.

―Tengo diecinueve.

―La edad de Elián, entonces. ¿Y qué estudias?

―Derecho. Estoy en segundo.

―Qué suerte tiene mi sobrino ―dijo Gideon―. Una abogada guapa, de diecinueve años. Si tuviera unos años menos...

Por lo que sabía de mi tío, él nunca tenía novias. Era lo que se llama un picaflor, palabras textuales de mi madre. Por eso no me gustó nada que dijera algo así, a pesar de saber que Oli nunca me engañaría. Simplemente no me gustó que intentase coquetear con ella. 

―Pero estás hecho un viejo ―me burlé, queriendo quedar claro que estaba fuera de su alcance. 

―¿Desde cuándo tener treinta y pocos es ser viejo? Los treinta son los nuevos veinte, Elián. Ya quisiera verte llegar a los treinta tan bien como yo. 

―Tu tío tiene razón. Brad Pitt tiene cincuenta y tres y aún es considerado un hombre atractivo. La edad no tiene importancia.

―¿Es una declaración de intenciones, encanto?

Oli volvió a sonrojarse, mientras que Gideon lucía una media sonrisa.

―En fin, Elián, como tu chica dice, la edad es solo un número y yo aún soy muy joven.

―Oli, ¿has terminado?

La vi acabar de comerse una manzana.

Antes de que pudiera contestar, mi tío dijo:

―No hace falta que tengas tanta prisa. Queremos conocer bien a tu chica, ¿verdad, Enrique?

Mi padre asintió con la cabeza.

―Tenemos que irnos ―repuse, levantándome de la silla.

―¿Tan pronto? Cualquiera diría que pareces un fugitivo, huyendo.

Sus ojos brillaron y entonces lo supe. De alguna manera, él sabía algo de lo ocurrido la noche anterior. No sabía cómo, ni por qué, pero de algo estaba seguro: no estaba de mi lado. 

El pasado de EliánDonde viven las historias. Descúbrelo ahora