Capítulo 25

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Al abrir los ojos, no reconocí el sitio donde me encontraba. Estaba tumbado en una cama, en el centro de una habitación de paredes blancas y suelo de mármol. A mi lado, había una mesita de noche de madera. Aquel cuarto era muy simple, no tenía nada más, ni siquiera ventanas. Solo había una puerta y estaba cerrada.

Recordé por qué estaba en ese lugar. Alguien me había dado un golpe en la cabeza y había caído redondo. Por tanto, no sabía cómo había llegado allí ni lo que me esperaría tras la puerta, si es que estaba abierta, lo cual no tardé mucho en averiguar, ya que, al girar el pomo, me topé con un pasillo, también de paredes exquisitamente blancas.

Comencé a andar con cautela, por si alguien descubría que no estaba donde se suponía que debía estar, pero no me crucé con nadie. Tampoco vi más puertas. Era como si estuviera solo en medio de la nada. Contuve el aliento al pensar que podía estar muerto y que eso podría ser una especie de sala de espera, antes de entrar al cielo o al infierno. Después de lo que había vivido, ya nada me parecía un disparate, aunque nunca me hubiese considerado alguien creyente, sino, más bien, agnóstico.

―¿Adónde pensabas ir? ―preguntó una voz de mujer detrás de mí.

Cuando me giré, vi a una chica morena de unos veinticinco años, cuyo pelo liso llegaba a sus hombros. Era alta y el color de sus ojos se asemejaba al del carbón. Llevaba un vestido blanco de tubo, ceñido al cuerpo y sin mangas, acompañado de unos zapatos negros de tacón. Me sorprendía no haberla escuchado llegar. Debía de haber estado muy distraído divagando acerca de la muerte y el cielo.

―Es extraño que ya no me reconozcas, Elián ―me dijo, sonriendo.

―¿Quién eres? ―quise saber.

―No estás aquí para saber quién soy ―respondió―. ¿Quieres saber por qué te traje hasta aquí?

Asentí.

―Es evidente que quiero saberlo. Esto es un secuestro, por si no te has dado cuenta. ¡Me has pegado en la cabeza en mitad de la calle para hacer que viniese!

―Tú lo llamas secuestro, yo lo llamo empezar a negociar.

Fruncí el ceño.

―¿Negociar? ¿Qué iba yo a querer de ti?

Su sonrisa se ensanchó aún más.

―Sígueme. Estas cosas no se hablan en mitad de un pasillo.

Ella comenzó a andar y yo fui detrás. Su actitud hacía que desconfiara, pero haría lo que hiciera falta por salir, y esa chica sabía cómo podía hacer eso.

Llegamos a una especie de sala de juntas, que tenía una mesa bastante larga y numerosas sillas negras alrededor. Observé que se sentaba, presidiendo dicha mesa. Me ofreció con la mano un asiento a su lado.

―¿No te parecen demasiadas formalidades? ―pregunté.

―No, me gusta esta sala. Aquí es donde hablamos de las cuestiones importantes.

―Entonces, habla ―la presioné.

Esa vez, su semblante era serio.

―Puedo devolverte los recuerdos, Elián. Puedes volver a ser una persona normal y a saberlo todo, sin ninguna omisión.

Mis ojos se abrieron como platos durante un segundo, hasta que me recompuse de la sorpresa inicial. Su oferta era muy tentadora. Sin embargo, sabía que nada en el mundo se ofrece gratuitamente. Estaba claro que quería algo a cambio, y que lo más seguro era que no me fuera a gustar.

―¿Cómo es eso posible?

―Mis compañeros y yo tenemos una técnica basada en la hipnosis. Es muy efectiva.

Resoplé. Yo no creía en eso de la hipnosis.

―¿Crees que me vas a convencer para hacer algo a cambio de una sesión de hipnosis? Porque sé que queréis que haga algo.

Ella sonrió.

―Te aseguro que recuperarás la memoria. Y sí, a cambio quiero que hagas algo por nosotros. Por algo se llama hacer negocios.

―¿Qué pasa si me niego? ―inquirí, desafiándola.

Me fijé en que seguía sonriendo, con una calma que me pareció escalofriante.

―¿Por qué ibas a negarte? Aún no sabes lo que voy a pedirte.

No iba a negar que me picaba un poco la curiosidad.

―Te escucho.

―Quiero que te infiltres en el grupo de Bruno.

―¿Qué?

No podía creerlo. De todas las cosas que podía pedirme, pedía justamente lo que no quería hacer. Yo no pensaba acercarme de nuevo a esa gente, eran seres muy dañinos y egoístas. Llevaban casi un mes fuera de mi vida y quería que siguiera siendo así, porque, de esa manera, podría pasar página y ser feliz.

―No lo haré ―decidí―. Además, ellos son muy poderosos. Tienen habilidades, aunque creo que eso ya lo sabes, de lo contrario, no estarías tan interesada.

―Efectivamente, son poderosos. Pero los míos lo son también. Recuerdo perfectamente que tú también lo eres.

¿Era oportuno decirle que me habían anulado las habilidades? La verdad, no lo sabía. Ella parecía no tener ni idea de que yo ya no era lo que un día fui. No controlaba el fuego, mi percepción no era la mejor y, desde luego, estaba seguro que no tenía puntería ni para jugar al baloncesto. Todo se había perdido y me había convertido en un ser ordinario más, sin ningún tipo de habilidad especial.

―¡Vamos, Elián! Estoy enterada de que esa gente te borró la memoria. ¿Por qué no cobrártela y, de paso, recuperarla? Sales ganando.

Sin ningún tipo de temor a esa chica, me incliné hacia ella, hasta estar lo suficientemente cerca de su oído. Entonces, susurré:

―Porque no soy vengativo. Yo no soy la clase de persona que tu gente necesita.

Al apartarme, observé que estaba enfadada. Sus labios estaban apretados y sus ojos estaban rojos, literalmente. Eso me horrorizó y vaticiné que ese color no significaba nada bueno.

―Pero, ¿qué...? ―comencé a hablar.

―¡Silencio!

Me quedé rígido en mi asiento, sin atreverme ni siquiera a huir.

―Vas a hacer lo que se te pide, porque sabemos dónde vive tu familia, te hemos estado siguiendo desde hace tiempo. Iremos a por ellos y después a por ti. Quizá yo no tenga control mental como África, pero soy muy peligrosa, y los míos no se quedan atrás. De hecho, ya te los topaste una vez en una discoteca, ellos jugaron con tu mente.

Recordé la noche en la que volví a conocer a la hermana de Bruno. Había despertado sin acordarme de nada, creyendo que había estado borracho. De pronto, todo tenía sentido.

Tragué saliva.

―¿Por qué quieres que me infiltre?

―Porque queremos que te ganes la confianza de esa gente y que, cuando menos se lo esperen, nos dejes entrar en la guarida que tienen.

El pasado de EliánDonde viven las historias. Descúbrelo ahora