Capítulo 47

32 4 0
                                    

África

Salí del coche mostrando más decisión y valentía de las que realmente sentía. Lo cierto es que estaba aterrada, pero no tenía elección.

Yo sabía quién era esa gente. Ellos eran los que llevaron a la tumba a mi hermana gemela, a una inocente que no tenía la culpa de venir de una familia con habilidades que un ser humano corriente no poseía.

Abrí la puerta del vehículo que nos estaba persiguiendo y me encontré con un hombre medio inconsciente, con la cara quemada debido al impacto contra el airbag. El otro, simplemente, se arrastró torpemente hacia fuera, en un intento muy patético de huida.

Di la vuelta al coche, dirigiéndome a la puerta del copiloto, y cuando vi a ese hombre, de prominentes entradas y pelo negro, lo único que pude hacer fue patearle el estómago con furia.

―¿Para quién trabajáis? ―pregunté, a pesar de que sabía que probablemente no mencionaría a Eleonor ni a la retorcida organización que intentaba reclutar a gente con habilidades para hacer experimentos y extraer muestras de ADN, con el único fin de que los poderosos pudieran, algún día, poseer capacidades que de otro modo no tendrían.

La organización era secreta y vendía la posibilidad de una raza humana más autosuficiente, avanzada y mejorada, pero nada más lejos de la verdad. Lo que en realidad les movía era el dinero y el poder, y usaban a las personas que lograban convencer como peones e incluso como soldados de su causa. La única explicación era que les lavaban el cerebro con mentiras y que, tal vez, lo que les motivaba también era el miedo que en el fondo sentían.

Algunos de los chicos de los túneles habían sido reclutados, por decirlo de alguna manera, por esas personas y no podíamos hacer nada. La diferencia entre esa organización y mi gente era que nosotros no utilizábamos a nadie, nuestro único fin era encontrar personas con habilidades, enseñarles a controlarlas y ofrecerles un lugar donde convivir con personas como ellos, donde sentirse adaptados e integrados ya que, en muchos casos, los que poseían alguna capacidad que el resto de la humanidad no, eran rechazados y personas que tenían muchos problemas, llegando a vivir incluso en la calle o acabando en reformatorios o en cárceles.

Donde nosotros veíamos a una persona con potencial y con derecho a una segunda oportunidad, ellos veían la posibilidad de aprovecharse. Compraban a los chicos con falsas promesas y enmascaraban sus verdaderas y oscuras intenciones y, si no les servías o si querías marcharte, te sentenciaban a muerte, como a mí. Solo que mi sentencia la cumplió mi pobre hermana.

Tan cegada estaba por el odio y la ira, que no me percaté del movimiento de ese hombre, al llevarse la mano al cinturón y sacar una pistola que sostuvo con un pulso más que tembloroso. A pesar de ello, disparó sin dudar y atinó a darme en el hombro antes de que el arma se le cayera. 

De forma automática, presioné la zona del disparo con la mano con la que sostenía la pistola. Intenté que la visión de mi propia sangre no me mareara ni me afectara de ninguna manera, y le respondí con un tiro que, indudablemente, acabó con su vida.

Sentí impresión al verle tendido en el suelo, con una herida de bala en la frente, pero me obligué a moverme rápido, disparar al otro hombre que me miraba débil y aterrorizado desde el asiento del conductor y marcharme deprisa. Aquella calle no era una zona de viviendas, pero igualmente alguien podría haber escuchado algo y alertar a la policía.

Volví al coche corriendo, donde me esperaba Elián.

―¿Les has...? ―comenzó a preguntarme.

―Sí ―contesté con rapidez, sin dejarle terminar. Una parte de mí no quería que mencionase lo que acababa de hacer, porque sería más real.

Arranqué con dificultad el coche y él se fijó en mi hombro, percatándose de que sangraba, aunque lo cierto es que apenas me dolía debido a la adrenalina y al estado de shock en el que estaba entrando.

―Te han disparado ―dijo, asustado―. Hay que ir a un hospital, rápido. Déjame conducir.

―¡No! En los túneles me atenderán, ahora hay que irse.

Asintió, conforme.

―Vale, pero yo conduzco.

Él se quitó su sudadera y me la tendió para que presionara con ella la herida, salió del coche y luego abrió la puerta del conductor. Esperó a que yo saliese y ocupase su sitio y enseguida se puso al volante.

Los siguientes minutos los pasé recordando a esos hombres, a los que les había quitado la vida. Me repetí a mí misma que fue algo necesario, que me debía a los míos y que se lo debía a mi hermana, que murió por culpa de esa escoria.

Temblé una y otra vez en el coche, tanto, que Elián se dio cuenta y pasó un brazo por el respaldo de mi asiento. Murmuraba cosas ininteligibles para mí. Lo miré, pensando que, desde ese momento, para ese chico al que tanto amé una vez en secreto sería un monstruo. Y lo era, pero ya había asumido en convertirme en lo que hiciera falta con tal de proteger a quienes me importaban y, quisiera él o no, era una de las personas que figuraban en mi lista.

Vi que, cuando estábamos llegando, llamó por teléfono, pidiendo ayuda y gritando.

Yo no tenía fuerzas para decir nada, me sentía mareada y débil, aunque sabía que saldría de esa. Nadie moría de un disparo en el hombro.

Lo último que recordé antes de que todo se volviese negro era estar en brazos de Elián, entrando en la vieja fábrica que una vez perteneció a mis bisabuelos.

El pasado de EliánDonde viven las historias. Descúbrelo ahora