Capítulo 16

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Mi puño impactó en la mejilla de Gustavo inmediatamente y, después, me miró, sorprendido. No se esperaba mi gancho.

―¿Qué has hecho? ―preguntó, enfadado.

―¡Tiene catorce años, joder! ―le grité.

―¿Y? Eso no te da derecho a pegarme. Cada vez se te va más la cabeza ―se atrevió a decirme, como si él fuera el que tenía la razón.

―Es mi hermana pequeña. ¿Se puede saber qué pintas tú, con diecinueve años, con una niña de catorce?

Mi indignación crecía por momentos, mientras que Gus intentaba mantener la calma.

―Es más madura de lo que te crees.

―Eres un asaltacunas. Quiero que te vayas de mi casa y, de paso, que dejes en paz a Adriana.

Por su expresión, parecía apenado, pero no me importó. En ese momento solo podía pensar en la seguridad de mi hermana pequeña.

―Me iré ―me dijo―. Pero no esperes que la deje. Realmente me gusta.

Antes de que pudiera reaccionar, ya se había ido echando pestes de mi casa. Estaba claro que no la iba a dejar, así que tendría que hacer algo. Pensaba hablar con Adriana y, si eso no funcionaba, contarles a mis padres la situación para que la parasen ellos.

Mi móvil, que estaba en mi habitación, comenzó a sonar. Fui a contestar sin mirar apenas la pantalla.

―¿Quién es?

―Soy Bruno.

Fruncí el ceño.

―¿Qué quieres? ―pregunté, malhumorado. Estaba claro que ese era el día de los indeseables.

―Hablar contigo. Voy a contártelo todo.

Mi corazón comenzó a latir con fuerza.

―Si vas a empezar a decirme que mi amnesia es culpa de tu hermana o alguna paranoia más, olvídate.

―Es que no es ninguna paranoia, Elián. Es la verdad, pero, para que la entiendas, debes venir a verme al parque de la última vez. Yo te estaré esperando en un coche, en un mini de color negro.

Resoplé.

―No estoy de humor para bromas.

―No es ninguna broma. ¿No quieres saber por qué te marchaste?

―Claro que quiero saberlo.

―Perfecto, entonces ven ahora al parque, ¿vale?

Pensé en lo que podría salir mal de todo aquello. Si las cosas no iban bien, a lo sumo me marcharía. Pero si de verdad era sincero y toda esa locura tenía una explicación decente, me quedaría y descubriría la verdad. No perdía nada.

―Vale, voy para allá ―dije al fin.

Colgué, dejé el móvil sobre la cama y abrí el armario. Saqué unos vaqueros, una camiseta de manga larga y una sudadera negra.

Después de cambiarme, me guardé el smartphone y salí a la calle, antes de que llegara nadie de mi familia y tuviera que dar explicaciones. Tenía la sensación de que, si les explicaba algo de lo que sucedía, no les iba a gustar nada.

Fuera, comenzó a llover. Me puse la capucha y apreté el paso para llegar lo antes posible a mi destino. Estaba nervioso, el corazón me seguía latiendo demasiado deprisa, la respiración se me hacía pesada y me sudaban las palmas de las manos, a pesar del frío que hacía en la calle. Parecía que, en vez de ir a hablar con el hermano de África acerca de mi pasado, iba a ver a una chica.

Cuando iba llegando al parque, un coche me pitó y me volví hacia él. Se trataba de un mini, que se paró a mi lado.

La ventanilla del conductor comenzó a bajarse y vi a Bruno.

―Sube, venga ―me apremió.

Con rapidez, me monté en el asiento de copiloto y el coche se puso en marcha de nuevo, mientras que la lluvia, en lugar de amainar, se volvía más torrencial.

―Me alegra que hayas decidido venir ―dijo él.

Asentí, sin saber qué decir.

―Realmente tengo muchas cosas que contarte, pero no me vas a creer si no te las muestro ―me explicó, dejándome un poco desconcertado.

―¿A qué te refieres con mostrar? ―quise saber.

―Ya lo sabrás. Lo que voy a contarte necesita ser demostrado para que me creas. Sé lo que le hiciste a África, que la dejaste tirada en urgencias. Por una parte, me parece fatal, pero, por otra, lo entiendo. Debiste pensar que estaba loca o que estaba mintiéndote.

Esbocé una sonrisa.

―En realidad, ambas cosas ―afirmé―. Pero es que tu hermana no es normal.

―Claro que no lo es.

Me asustó la seriedad y convicción con la que dijo eso.

―¿Entonces tiene algún problema mental? ―inquirí, serio.

El semáforo se puso en rojo, por lo cual paró, no sin antes fulminarme con la mirada.

―No. Aquí el único que tiene problemas mentales eres tú ―contestó con frialdad.

―Vale, si vas a insultarme, me bajo.

Antes de que pudiera abrir la puerta, me agarró del brazo.

―Ya no hay vuelta atrás, Elián. Vas a saberlo todo, quieras o no. Y, créeme, si pudiera, te mantendría con las dudas, pero África ha metido la pata y ya hemos llamado bastante la atención. No tengo opción y ahora tú tampoco la tienes.

Me intimidó la dureza con la que me miraba. Estaba aterrorizado, pero iba a llegar al final de todo esto. Solté la manilla de la puerta y me quedé tenso en el asiento. Solo entonces dejó de agarrarme.

Cuando el semáforo se puso en verde, continuamos la marcha y no volvimos a cruzar palabra, hasta que vi que comenzábamos a dejar la ciudad, hecho ante el cual me alarmé.

―¿Adónde me llevas? ―pregunté, intentando no parecer asustado.

―Ya lo verás. Ten paciencia.

Me mantuve atento y muy alerta. Si aquello resultaba ser un secuestro, tendría que usar todo lo que tenía para escapar. Sin embargo, pensé que, si Bruno resultaba ser un secuestrador, sería uno pésimo, porque para empezar debería impedirme la salida y debería evitar que me percatase del trayecto. Eso me confundió aún más.

Finalmente, él giró por un camino mal asfaltado hasta que nos paramos ante lo que me pareció un edificio deteriorado. Cuando salí del coche, pude ver mejor de qué se trataba. El edificio era en realidad una fábrica abandonada. No me costó mucho llegar a la conclusión de que se trataba de la misma a la que había ido hacía años y a la que mi padre me había seguido una vez.


El pasado de EliánDonde viven las historias. Descúbrelo ahora