Capítulo 45

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Me desperté con un exquisito olor a carne con tomate que procedía de la cocina. Las tripas me rugieron automáticamente y me levanté de la cama motivado por el hambre.

Mi tío estaba removiendo el contenido de la olla con un cucharón de madera cuando entré por la puerta.

―¡Hombre! Si ya estás despierto ―dijo volviéndose hacia mí, con un tono de voz dicharachero.

Me acerqué a mirar la pinta de la comida que estaba preparando. El estómago volvió a rugirme, como si de una reprimenda se tratase por no haber probado bocado desde la noche anterior.

―¿Mi madre te ha dejado a cargo de la comida?

―Sí, ella hoy no vuelve hasta por la noche y, bueno, alguien tiene que encargarse de la comida para cuando tu padre y tu hermana lleguen.

―Lo siento. Me quedé muy dormido, si no, te habría ayudado ―me disculpé.

―No te preocupes. Entiendo que no te encuentres bien. Tu madre me ha pedido que te diga que te tomes el medicamento que te compró.

Los ansiolíticos estaban encima de la encimera. Saqué la caja de la bolsa, la abrí y me tomé uno.

―Voy a mi habitación ­―le avisé después, saliendo de la cocina.

De inmediato, llamé a Bruno. Necesitaba tener noticias de Oli, saber qué estaba haciendo para encontrarla, si ella estaba bien y si precisaban mi ayuda.

Él contestó a los dos tonos.

―Dime.

―¿La has encontrado? ¿Está bien? ―pregunté, sintiendo cómo el corazón me latía desbocado, temeroso de que no fuera así.

―Tranquilo, Elián.

―¿Cómo me puedes pedir que esté tranquilo? ―mascullé.

Le oí reírse, algo que no me hizo ni pizca de gracia, hasta que dijo:

―Valeria la ha llamado. Está bien.

Suspiré aliviado.

―Igualmente, lo mejor es traerla a los túneles. Si Eleonor ha puesto sus ojos en ella, está en peligro ―continuó diciéndome.

Asentí, pese a que sabía que no podía verme.

―¿Vamos a decirle la verdad? ―quise saber.

―¿Se te ocurre otra cosa? Salgo esta tarde a buscarla, será mejor que vengas si no quieres que me tome por loco y no crea nada de lo que le diga.

Una idea se me vino a la cabeza.

―¿Valeria lo sabe?

―No. Lo único que sabe es que estás preocupadísimo por Olimpia. Se extrañó cuando le pedí que la llamara, pero lo hizo. También me dijo la dirección de la casa de sus padres. Llámalo poder de sonsacar información o encanto personal.

Me pareció demasiado pagado de sí mismo, pero todavía había algo que no encajaba.

―Un momento. ¿Cómo has conseguido contactar con Valeria?

―Pequeña mariquita... ¿Acaso te creías que no iba a lograr que me diera su número?

Reí entre dientes, por primera vez desde hacía bastante tiempo.

―De todas maneras, Eleonor y los que están con ella vigilan mis pasos ―señalé―. ¿No crees que será sospechoso si me ven salir contigo y nos ven ir juntos a su pueblo?

Él tardó unos segundos en contestar.

―Quizás no sea tan buena idea. Entonces me llevaré a uno de los chicos, por si acaso. ¿Te parece bien el plan?

Automáticamente, pensé en Ismael y esperé que no pretendiese llevárselo y que se refiriese a cualquier otro.

―Mientras que consigas traer a Oli sana y salva...

―¡Pues claro!

―Avisa cuando Olimpia haya vuelto. Y tened cuidado ―dije antes de colgar, sintiendo que me había quitado un gran peso de encima.

Me alegraba escuchar a Bruno hablando animado, como si el enfado inicial de por la mañana se le hubiese pasado. Pensé que quizá lo hacía porque por poco no me caí redondo al suelo delante de sus narices, pero aun así resultaba alentador.

―¡Elián! ―escuché a mi tío.

Dejé el móvil en la mesilla y fui a la cocina, donde estaba repartiendo la comida en platos.

―¿Qué pasa, Gideon?

―Pon la mesa, anda. Ayuda en algo.

Le hice caso.

―¿Tú sabes lo que pasa entre tus padres? ―me preguntó cuando me senté delante de mi plato, incapaz de pasar más tiempo sin probar bocado.

Negué con la cabeza.

―Sé que pasa algo raro, pero nada más.

Él se sentó frente a mí, en el sitio que solía ocupar Adriana en la mesa.

―No lo sé. Noto a tu madre más desanimada.

Al instante, me sentí culpable por no haberme fijado en el estado de ánimo de mi madre.

―No duermen juntos ―reflexioné en voz alta.

Gideon resopló.

―No quiero que te preocupes, pero me huele a separación.

Me encogí de hombros y probé un poco de carne. Mi tío tenía muy buena mano cocinando.

―Ellos no nos han dicho nada.

―Lo harán, Elián. Si no logran solucionar lo que sea que haya pasado, pronto os darán la típica charla a tu hermana y a ti.

Chasqueé la lengua.

―Bueno, ya veremos qué pasa ―dije, sonando más despreocupado de lo que me sentía―. Puede que arreglen las cosas y todo vuelva a la normalidad.

Cuando estaba casi terminando de comer, mi tío volvió a hablar.

―¿Y si te digo que ellos no estaban juntos antes de que aparecieses?

Le miré, extrañado por el hecho de que insistiese tanto en el tema. Aunque fuese el hermano de mi madre, no entendía por qué se metía tanto donde no le llamaban.

―¿Qué pretendes, Gideon?

Él me dedicó lo que me pareció la sonrisa más falsa del mundo, puesto que sus ojos me miraban fríos e insondables en vez de achinarse como solían hacer.

―Nada, solo avisarte.

De repente, me sentí irritado, algo que jamás me había pasado en su presencia. Siempre me había parecido un tipo que transmitía buen rollo y tranquilidad y, más que un tío, parecía un primo con el que se podía hablar de libros o de videojuegos. Aquella conversación, sin embargo, me pareció que estaba fuera de lugar.

No lo conocía tampoco demasiado debido a que se pasaba la mayor parte del tiempo viajando o viviendo en otra ciudad y, además, no tenía recuerdos de él anteriores a los diecisiete años, pero me pareció muy impropia de Gideon aquella actitud. 

―¿Esto de meterte en relaciones ajenas es nuevo o te venía de fábrica? ―le pregunté, desafiante.

―No te pongas así. Si tanto te molesta, no volveré a tocar el tema.

Me levanté, arrastrando hacia atrás la silla en el proceso.

―Eso espero.

El pasado de EliánDonde viven las historias. Descúbrelo ahora