Capítulo 22

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Olimpia

Jamás lo comprendería, estaba segura de ello. Conocía a Elián desde hacía un tiempo y siempre me había parecido alguien retraído, alguien que esconde sus emociones bajo llave y busca constantemente distracciones. Yo fui una de esas distracciones, lo reconozco. Pero parecía que me había convertido en algo más que una simple manera de pasar el rato. Él venía casi todos los días a mi piso, se encerraba en mi cuarto y así pasaba el tiempo, entre besos y libros.

Estaba enamorándome de él. Su manera de ser, lo perdido que se encontraba y lo poco que quería involucrar a otras personas fueron suficientes para atraer mi atención. Tenía una extraña debilidad por las personas que me parecían vulnerables. Elián no era fácil de ignorar y pasar por alto. Cada vez que lo miraba a los ojos, a ese mar azul que escondía mil secretos, quería protegerlo. Deseaba más que nada hacerle ver que tiene un futuro por delante esperándole que puede ser brillante. Quería dibujar en ese lienzo en blanco de su pasado y llenarlo de toda clase de cosas buenas, solo para que dejase de atormentarse y sonriera un poco más, porque cuando lo hacía, me sentía feliz. Era de locos comenzar a sentir tan rápido ese tipo de sentimientos por una persona.

En ocasiones, cuando le pedía que se quedase a dormir, me despertaban unos susurros y, cuando no, unos gritos desgarradores. Ya había tenido quejas de Valeria y Julieta, pero no me importaba lo que pudieran decirme. Él me necesitaba y yo iba a estar a su lado.

Algunas veces, veía cómo su móvil sonaba sin que él hiciera nada por contestar. Una vez, cuando fue al baño, no pude más y fui a ver quién era. Un nombre en la pantalla, curiosamente el mismo que había susurrado algunas veces en sus turbios sueños, captó mi interés. No sabía quién era África, qué significaba para él y lo que le había hecho, pero lo que sí sabía es que tendría que haberle causado un gran trauma a Elián. Él no quería hablarme de ello. Pensar que podría ser una ex era algo demasiado simple. Esos gritos no los causaba una decepción amorosa, y menos cuando él siempre había sido de esos que no se implicaban casi nada a nivel sentimental, seguramente que para protegerse a sí mismo de las consecuencias.

Antes de que pudiera moverme, él había vuelto y me miraba con una expresión sombría.

―Lo siento ―me disculpé, poniéndome colorada hasta las orejas―. Iba a contestar, pero vi el nombre y...

―No contestes nunca ―me interrumpió, con un tono de voz que me heló la sangre.

Lo vi cerrar la puerta y apoyarse contra la pared, apesadumbrado. Yo me acerqué sin dudarlo, aunque no le toqué.

―No lo haré ―le dije, en un intento por borrar esa expresión de su rostro.

―Bien.

Lo estudié con la mirada, mientras me preguntaba quién sería ella y por qué tenía ese efecto sobre él.

―No me mires así ―musitó, pareciéndome desesperado.

―¿Cómo?

―Como si quisieras saber.

Su mirada me atravesó de arriba abajo. Retrocedí un paso. De nuevo, había perdido la batalla por conocer algo más del chico que tenía frente a mí.

―No te entiendo ―le confesé, derrotada―. Se supone que en una relación tiene que haber confianza. ¿Por qué no quieres contarme quién es ella? ¿Por qué te llama tanto?

Bajó la cabeza.

―¡Mírame, Elián!

Él volvió a posar sus ojos en mí.

―Ella es alguien malvada. No tiene corazón ―comenzó a decir, con rabia―. Es la razón de todos mis problemas. ¿Te vale eso?

―Te dejó ―intenté adivinar.

―Oli ―dijo, en señal de advertencia.

―¿Qué? ―pregunté, perdiendo la paciencia.

―No quiero hablar del tema.

Me sorprendí cuando se acercó a mí y me abrazó. Mis ojos se cerraron automáticamente, pero no me sentía tranquila en absoluto. Yo era quien le acompañaba mientras tenía una pesadilla, quizás no llevásemos mucho saliendo, pero creía que tenía derecho a una explicación. No era que estuviera celosa, pero sí quería saber a qué nos estábamos enfrentando.

Después de eso, me besó. Apartó todo lo que había en la cama y me tumbó en ella. Continuó besándome y comenzamos a quitarnos la ropa. Era perfectamente consciente de lo que intentaba hacer, estaba intentando distraerme, para que dejara de hacer preguntas que no quería responder. A pesar de ello, le dejé, simplemente sabía que no iba a sonsacarle información. No de momento.

Sus besos no eran suaves ni tiernos, estaban llenos de furia. Me besaba furioso, como si estuviera soltando esas emociones que quería esconder en el rincón más remoto de su corazón. Me dolía que hiciera como que sus sentimientos no existían. A veces es mejor llorar que esperar hasta que no puedas más y estallar. Es mejor contar con alguien y desahogarte de vez en cuando. No obstante, Elián parecía empeñado en apartar al mundo entero.

―Te quiero ―susurré, cuando después de un buen rato cayó extenuando y jadeante a mi lado.

Él besó mi frente en respuesta. No supe si eso significaba que también me quería o era una evasiva para no decirlo, porque no sentía lo mismo. Lo había dicho demasiado pronto, seguro. Tenía que dejar de pensar en ello antes de que me devanara los sesos, decantándome al final por una explicación lógica y posiblemente dolorosa.

―¿Sabes? Mi madre quiere conocerte. Le he dicho que estoy contigo ―me comentó.

―¿Sí?

―Sí. Entenderé que te parezca exagerado. No llevamos casi nada juntos.

Intenté sonreír.

―No, me gustaría conocer a tu madre. Si a ti te va bien, claro ―le dije. Total, yo le había soltado el "te quiero" más rápido de la historia, ¿qué tenía de malo si conocía a su madre? No quería decir que nos fuéramos a casar ni nada.

―Estupendo. No tienes ni idea del peso que me quitas de encima.

Fruncí el ceño. 

―¿Ha pasado algo?

―Mi madre piensa que debo ir al psicólogo. Yo antes quería ir, pero he cambiado de idea.

―No lo pillo ―le dije, confusa.

Él suspiró.

―Lo que ella quiere es que hable con alguien. Yo le he dicho que ya tengo con quien hablar, que tengo novia ―me contó, guiñándome un ojo cuando dijo la palabra novia―. Así que, para comprobar que no miento, quiere conocerte.

No supe cómo sentirme al respecto, si sentirme utilizada o no. Me iba a presentar a su madre solo porque quería librarse de ir al psicólogo. Me pregunté si, de no haberse dado esa situación, me la hubiese presentado algún día.

―Ah ―solté finalmente.

―Lo suyo sería habértela presentado más adelante. Siento mucho que sea por esta razón ―intentó disculparse.

―Claro ―murmuré, y me aclaré la garganta―. Iré, tranquilo.

Su móvil comenzó a sonar de nuevo. Su rostro se contrajo, pero buscó la manera para sonreírme, para que no me diera cuenta de lo que realmente sentía. Si no iba a contarme nada, iba a averiguar quién era África por mí misma. Lo había decidido y me enfrentaría a ella si hacía falta.

El pasado de EliánDonde viven las historias. Descúbrelo ahora