Capítulo 39

31 3 0
                                    

El viaje de vuelta transcurrió en silencio.

Bruno se había ofrecido a llevarnos, tanto a mí como a Valeria, a nuestras respectivas casas y acepté, puesto que me apetecía llegar lo antes posible y encerrarme en mi habitación, para soportar completamente solo mis miserias.

―Pues ya hemos llegado ―dijo él, parando el motor delante de mi casa, un acto que me pareció innecesario.

Antes de que pudiera abrir la puerta, preguntó:

―Estarás bien, ¿verdad?

Su preocupación me desconcertó un poco, pero aun así contesté con tanto ingenio como pude.

―No, en cuanto entre por la puerta iré a la cocina, buscaré un cuchillo y me cortaré las venas con él.

Valeria me miró asustada, desde el asiento delantero.

―Era sarcasmo, guapa. No pongas esa cara ―le dije, algo irritado.

―Sí, estarás perfectamente ―murmuró Bruno, sacudiendo la cabeza con cierta desaprobación por mi respuesta, supuse―. Tú no te preocupes, cielo ―añadió dirigiéndose a la chica―. Él es así de idiota a veces.

A menudo me extrañaba la familiaridad con la que ese chico me trataba o se refería a mí, y me tenía que recordar que hacía años que me conocía, a pesar de que para mí era apenas un conocido. Un conocido al que tendría que traicionar, eso sí, y la sola idea de hacerlo me pesaba cada vez más. ¿Qué pasaría cuando Eleonor y los suyos irrumpieran en los túneles, gracias a mí? ¿Qué pretendían hacer? El solo intento de imaginármelo me hacía sentir miserable, porque ni siquiera sabía las intenciones de esa gente. Únicamente actuaba bajo amenaza, sabiendo que me observaban con lupa, pese a que yo no les viera ni advirtiera su presencia.

Por fin, abrí la puerta del coche, musité una rápida despedida y entré en mi casa, la cual deseé que estuviera vacía. Pero eso era demasiado pedir.

Justo al entrar, escuché a mi hermana discutiendo con mis padres, pero no supe de qué se trataba todo ese jaleo hasta que me acerqué al salón y la vi sentada en el sofá, hecha un mar de lágrimas, mientras que mi padre estaba de pie, a dos metros de ella, rojo de furia, y mi madre, por su parte, estaba sentada en una silla, pareciéndome consternada.

―Él me quiere y yo le quiero ―dijo Adriana, alzando la voz―. ¿Por qué la edad importa tanto?

Entonces, me di cuenta de que había confesado, le estaba contando a nuestros progenitores su aventura con Gustavo y, como era evidente, a ellos no les había hecho la menor gracia. Era algo que se veía venir, se acabarían enterando de un modo u otro, y la reacción sería la misma, fuera cual fuese la forma en la que se enterasen.

―¿Qué pasa aquí? ―pregunté, en un intento por mediar en aquella discusión, aunque no tenía ganas ni cuerpo para ello.

―¿Tú sabías que tu hermana andaba con tu amigo Gustavo? ―quiso saber mi padre, con un tono acusador que fue difícil pasar inadvertido.

Llamar amigo a Gustavo era demasiado, sobre todo desde que me había dicho quién era la chica con la que salía, después de estar tan raro, la última vez que le vi.

―Sí.

Él sacudió la cabeza, totalmente fuera de sí.

―¿Y por qué demonios no dijiste nada? ¿Te das cuenta de que Gustavo es mayor de edad, mientras que Adriana es menor? ¡Podría denunciarle si quisiera!

―¡No lo hagas, por favor! ―le suplicó ella, mientras que nuevas lágrimas bajaban sin control por sus coloradas mejillas, por lo que no pude evitar sentir lástima, aun sabiendo que lo que estaba pasando se lo había buscado por empezar una relación con el chico equivocado, esperando, quizá, que nadie se enterase de ello y no hubiera repercusiones.

―No me pareció bien ―respondí, calmado, intuyendo que, si me alteraba, entraría al trapo y me vería envuelto durante un largo rato en una discusión sobre algo en lo que, en realidad, no tenía nada que ver―. Quise darle la oportunidad de resolverlo por sí misma, antes de que os pusierais así.

―Es una cría, ¿cómo va a resolver nada?

Recordé las palabras de Gustavo y decidí usarlas en beneficio de mi hermana pequeña.

―Es más madura de lo que piensas.

―Lo que ha hecho demuestra lo contrario, ¿no crees? ―intervino mi madre.

―No pensé que querer a alguien significase inmadurez, mamá ―dijo Adriana, escupiendo cada una de sus palabras.

―No lo verás más, y punto ―sentenció mi progenitor―. Y, Elián, que no me entere de que ese muchacho ha vuelto a poner un pie en esta casa, ¿entendido?

―Eso no será un problema, él no es amigo mío.

Antes de escuchar nada más, fui directo a mi habitación. Ya había oído bastante, lo único que me apetecía era un poco de tranquilidad en la soledad de mi cuarto. Así que me puse el pijama y me eché en la cama.

Cuando llevaba un rato tumbado, escuchando la misma playlist una y otra vez, el móvil vibró sobre mi almohada.

Era un mensaje de un número desconocido. Ya solo ese hecho me puso los pelos de punta. Pero el verdadero horror vino cuando vi a Olimpia en una foto, sonriendo con los ojos un poco hinchados y enrojecidos, junto a la persona a la que más temía, la cual tenía amenazados a mis seres queridos y les haría daño sin dudar si no cumplía con lo que quería de mí: Eleonor. 

El pasado de EliánDonde viven las historias. Descúbrelo ahora