Capítulo 35

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Terminé reventado. No logré nada y, finalmente, Bruno me pidió que parase y salimos de los túneles. Ambos estábamos en su coche y el estómago me gruñía, exigiéndome comer algo con sustancia, así que le pedí que fuésemos al Burger King.

―Con razón estás engordando ―me dijo en cuanto lo sugerí―. Antes eras un palillo.

Puse los ojos en blanco.

―No he engordado.

Él entrecerró los ojos y me examinó.

―¿Eso es un michelín? ―preguntó, señalando mi barriga―. ¿No te apetece comer algo un poco más ligero? Podría llevarte a un restaurante japonés.

Hice una mueca de asco al pensar en pescado crudo. Yo lo que quería era una hamburguesa, con su carne, su queso y el kétchup.

―No, gracias. Oye, quiero preguntarte algo, pero no te lo tomes a mal.

―Suéltalo.

―¿Eres gay?

La cara que se le quedó era digna de recordar. Me fulminó con la mirada, como si le acabase de decir el peor e hiriente insulto. Su ceño estaba fruncido, y me miraba como si quisiera darme una buena paliza. El instinto me pedía que saliese del coche antes de que arrancara y corriese, pero no iba a hacer tal cosa. No había dicho nada malo y tampoco quedaría como un cobarde.

―¿Eres homófobo? ―se limitó a preguntar, tras tomar aire.

―¿Qué? ―inquirí, ofendido―. Si eres gay, me parece muy bien. Yo solo preguntaba por pura curiosidad.

―No, no soy gay, pero tú eres un idiota.

―Pero vendrás conmigo al Burger King de todas maneras.

―Sigue soñando.

Sonreí.

―Tus ojos se iluminaron cuando te lo pedí. No finjas, te gusta la comida chatarra.

Él suspiró, dándose por vencido.

―Te odio, pequeña mariquita.

Finalmente, me salí con la mía. Tuvimos que hacer mucho tiempo cola, aunque valió la pena. Nos sentamos al fondo del restaurante a comer.

―Te están mirando ―me informó Bruno, cuando no llevábamos sentados ni cinco minutos. Después, se llevó a la boca la hamburguesa, dándole un buen mordisco.

―¿Quién?

―Una chica, detrás de ti ―respondió con la boca aún llena― No te des la...

Sin poder resistir la tentación, me di la vuelta y me topé de lleno con la mirada de desaprobación de Valeria, que estaba llena de odio.

―¡Qué sutil eres! Te has dado la vuelta como la niña del exorcista.

Volví a mi posición de antes.

―Es la compañera de piso de mi ex.

―¿Te las beneficiaste a las dos a la vez o qué?

Entrecerré un poco los ojos. No me gustaba que pensase que era un mujeriego, cuando eso nunca había sido cierto, al menos no que yo supiera. Quizá en mi adolescencia, antes de comenzar toda esa locura, había estado con varias a la vez, aunque no tenía modo de saberlo.

―¡Claro que no, yo no soy así!

―¿Dejaste a su amiga y ahora te mira porque te odia? ―me preguntó, empezando con lo que supuse que sería un molesto interrogatorio.

―Al revés, me dejó su amiga y ahora me mira porque me odia. Eres un cotilla, ¿eh?

―¡Oye! Te recuerdo que hace un rato me estabas preguntando si era gay porque sentías curiosidad.

―Es verdad.

De repente, sentí que un líquido frío caía por mi cabeza y me manchaba la camiseta y parte de los pantalones.

Al reaccionar, Valeria sonreía frente a mí.

―¿Pero a ti qué te pasa? ―le grité, enfadado.

―Eso es por lo que le has hecho a Oli.

―Soy fan de esta chica ―comentó Bruno, que había soltado la hamburguesa y se reía sin parar.

Entonces, me fijé en que ella le miró y se puso roja.

―Valeria ―comencé a decirle, para llamar su atención―, lo que ha pasado entre Olimpia y yo no es asunto tuyo y no te da derecho a tirarme la bebida por encima.

―No, pero eso no quita que te lo merezcas.

Razón no le faltaba. Había mentido a Oli, le había ocultado información. No obstante, sabía que lo mejor para ella era mantenerse alejada de mí. Tenía demasiados demonios en mi armario, y me importaba lo suficiente como para no permitir que ninguno le alcanzara. Mi buen humor, pese a la mañana que había pasado, discutiendo con Bruno e intentando atenuar por completo las llamas, estaba desapareciendo y siendo reemplazado por una sensación de culpabilidad aplastante y, siendo sincero, por el enfado.

―Se lo merece, te lo aseguro ―intervino él, metiendo cizaña―. ¿Te puedes creer que me preguntó si era gay?

Valeria volvió a sonrojarse.

―Guapa, ¿te parezco gay?

―No ―murmuró ella, fijando su vista en el suelo. Era evidente que para unas cosas era muy tímida, mientras que para otras no tanto.

―Claro que no. Soy hetero y no tengo novia, por si quieres saberlo.

―Pues vale, bien por ti.

―¿Me das tu número? 

―¡No! No soy de esas ―respondió ella, como si le horrorizara la idea.

En aquel momento, me di cuenta de que a Bruno le gustaba la chica que me había tirado la bebida. Tenía la mirada del cazador, esa que había visto tantas veces en muchos chicos en la discoteca y que había utilizado yo en alguna que otra ocasión.

―Elián, ¿sabes por qué te mereces esto? ―preguntó Valeria.

Me encogí de hombros y, al mirar a mi alrededor, me percaté de que había algunos ojos indiscretos puestos en nosotros. Sin embargo, volví a mirarla y dije:

―Ilumíname.

―Porque Olimpia se ha ido por tu culpa. Por eso te he tirado la bebida. 

El pasado de EliánDonde viven las historias. Descúbrelo ahora