Capítulo 10

77 9 0
                                    


Me encontraba en un lugar que no conocía. Parecía un sótano a juzgar por el aspecto del lugar. Realmente era bastante grande y largo, tanto, que no alcanzaba a ver su final.

En el centro, había una fuente, pero, en lugar de agua, había fuego, que se extendía de manera uniforme por toda la fuente y se elevaba, pero no lo suficiente como para quemar el techo.

Observando al fuego, comprobé que su comportamiento no era normal. Era como si estuviese controlado por algo, pensé que podría ser por algún tipo de mecanismo.

Cuando miré a mi alrededor, ya no estaba solo. Habían aparecido más personas, gente que llevaba unas capas rojas de terciopelo. Las capuchas les cubrían los rostros. Junto a la fuente, había alguien con otra capa. Supuse que era un chico por la altura. Por su posición, podría jurar que aguardaba algo. Y, efectivamente, así era. No iba desencaminado, después de todo.


La mano se me movió hacia adelante y mi ceño se frunció. Eso no sería alarmante si hubiese sido yo el causante de dichos movimientos. Pero no era así y entré en pánico. ¡Mi cuerpo no me obedecía y actuaba solo, como si tuviera libre albedrío!

Mi mano hizo un movimiento y el fuego se elevó más aún, comenzando a salir de la fuente. Todos se echaron hacia atrás y comenzaron a chillar, asustados, o más bien asustadas, porque los gritos eran femeninos.

―¡No tengáis miedo, no pasa nada! ―gritó una voz masculina, intentando tranquilizar a los presentes.

El hombre del centro caminó, esquivando unas pequeñas llamas que habían caído al suelo, y llegó hasta mí.

―Tranquilízate ―me dijo―. Las primeras veces son las más complicadas. Concéntrate en parar todo esto.

―¿Y si no puedo? ―preguntó mi voz.

Me alarmé al saber que tampoco podría controlar a mi voz. Era como si estuviera atrapado dentro de mi cuerpo, siendo un mero espectador de lo que éste hacía.

―Confío en ti.

Los ojos se me cerraron con fuerza y, de repente, todo paró. Ya no había señales de fuego en ningún lado y el lugar se había quedado prácticamente en penumbras.

―¿Ves? Has podido.

Una sonrisa de alivio comenzó a formarse en mi cara. Entonces, vi que el hombre de la capa comenzaba a retirarse la capucha.

El sudor recorría mi cara y parte de mi torso cuando me desperté, todavía con esa extraña pesadilla en mi cabeza, la cual, por cierto, me dolía bastante.

De pronto, me di cuenta de que no sabía dónde demonios estaba. Parecía una habitación de chica, las paredes eran de un color rosa pálido y había cuadros que me parecieron muy cursis. El sol comenzaba a entrar por la ventana y un ligero viento mecía las cortinas blancas. A mi lado, vi a una chica rubia dormida, ella estaba desnuda y destapada, pese a que todavía estábamos a finales de marzo y hacía un poco de frío. Me horroricé al saber que yo tampoco llevaba nada y, aún más, al acordarme de quién era ella y de lo que había pasado por la noche.

Me levanté sin hacer ruido, recuperé mi ropa, que estaba tirada de mala manera en el suelo, y caminé hacia la puerta de la habitación. Tras abrirla sigilosamente, salí y busqué el baño tal y como mi madre me trajo al mundo. Necesitaba una buena ducha para quitarme el sudor y despejarme del sueño tan raro que había tenido.

Claro, que no pensé que podría haber alguien más allí.

―¡Aaaaaah! ―gritó una chica.

Me quedé paralizado. Delante de mí, en el pasillo, tenía a una muchacha bajita y morena, que se estaba cubriendo los ojos con las manos.

―Tápate, por favor―me pidió muy escandalizada.

Inmediatamente, me tapé con la ropa el paquete.

―Lo siento... no sabía que había alguien aquí ―me disculpé, queriendo que la tierra me tragara por la vergüenza, pero a la vez algo divertido por la situación, ya que podría jurar que la chica estaba más avergonzada que yo.

―A Oli se le olvidó mencionar que tenía compañeras de piso ―dijo, aún sin querer verme.

Una puerta se abrió detrás de mí y apareció otra chica, esta vez más alta y rubia, aunque su pelo era más oscuro que el de Olimpia.

―¿Este buen culo es de Oli? ―preguntó, sonriendo ―. Ya decía yo que había escuchado jaleo por la madrugada.

Escuché los pasos de alguien detrás de mí y me volví. 

Por fin ―pensé ―. Así le piden explicaciones a ella y a mí me dejan en paz.

―¿Qué pasa aquí? ―quiso saber la persona con la que había pasado la noche.

―La próxima vez, avisa a tus ligues de que no vives sola. Algunas no queremos encontrarnos a chicos campando desnudos y a sus anchas por aquí ―le regañó la chica bajita.

―Habla por ti, yo disfruto de las vistas... ―dijo la rubia, riéndose.

―¡Ya vale! ―gritó Olimpia, enfadada―. Valeria, quítate las manos de los ojos, por favor.

―Yo... ―intenté decir.

―¿Se ha tapado el asunto?

―Por desgracia ―contestó la rubia.

Valeria se destapó los ojos.

―Estás más salida que el pico de una mesa ―soltó.

―¡Basta! ―protesté―. Solo quiero darme una ducha y me voy. ¿Me vais a dejar?

Olimpia me miró.

―Claro, el baño está al final del pasillo.

Hastiado, me encerré en el baño y resoplé, ya a salvo de miradas indiscretas y de la incomodidad de Valeria.

Oriné y me metí en la ducha con tranquilidad.

Después de ducharme, me vestí con la misma ropa del día anterior y me dirigí a la habitación de Olimpia, la cual se había metido otra vez en la cama.

―¿Ya te vas?

―Sí. He quedado con alguien ―contesté. Y era verdad. Había quedado con Bruno, lo recordé mientras me duchaba. De hecho, me estaba poniendo muy nervioso.

Me miró apenada.

―¿Una chica?

―No.

Sonrió con lo que me pareció alivio.

―Bien.

―Oli... esto ha sido cosa de una vez. No me gustaría que te hicieras ilusiones conmigo ―le dije, intentando ser honesto, aunque no fue así como me sentí.

―No sabes si ha sido cosa de una vez o si volverá a pasar. Nunca digas nunca.

Sacudí la cabeza, pensando en que esa chica no tenía remedio.

Le di un beso en los labios, que en principio era suave, pero que ella se encargó de intensificar. La paré cuando empezó a tirar de mí para que me metiera en su cama.

―Me tengo que ir. Ya llego tarde ―le expliqué.

―Vale. Hasta pronto, Elián.

Le sonreí y salí de su cuarto y de su piso, sin más encontronazos con sus compañeras.

La cabeza me dolía cada vez más, aun así, cuando vi mi coche no dudé en montarme y dirigirme a mi destino.


El pasado de EliánDonde viven las historias. Descúbrelo ahora