Capítulo 71

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Hola, pequeña mariquita. Solo quería decirte que he vuelto, aunque no por mucho tiempo. Siento haber desaparecido y haberos preocupado a todos, pero necesitaba de verdad irme una temporada. He visto todas vuestras llamadas perdidas. Espero que podamos quedar pronto, antes de que me vaya.

Leí el mensaje estupefacto. No esperaba que se tratase de Bruno, y menos después de esos meses. Me había pillado desprevenido y no sabía cómo reaccionar ni qué hacer. 

―¿Quién es? ―preguntó Oli preocupada. 

―Es Bruno ―contesté, guardándome el móvil―. Ha vuelto y quiere que quedemos.

―¿Quieres hacerlo?

Me eché hacia atrás en la silla y me froté las sienes.

―No lo sé. Es mi amigo, pero no tengo ni idea de si nos vendría bien vernos. Por una parte, he hecho todo lo posible por alejarme de ese mundo y, por otro, no quiero recordarle que, de no ser por mí, su hermana aún estaría viva.

―Crees que te guarda rencor ―afirmó ella.

―No creo que me guarde rencor, aunque sí pienso que puedo traerle malos recuerdos. No quiero que cada vez que me vea recuerde que África murió por mi culpa.

Oli frunció el ceño.

―Cariño, África no murió por tu culpa. No quiero que pienses eso, porque no es verdad.

No le contesté y miré al suelo, reprimiendo las lágrimas. A pesar del paso de los meses, no había un solo día en el que no pensara en África, en el tiroteo en los túneles y en que Bruno ya no estaba para amenizarlo todo con sus chistes malos y su actitud desenfadada que, en secreto, admiraba.

―Elián, mírame ―me pidió Oli, haciendo que obedeciera―. No es tu culpa. No lo digo porque te quiera ni porque me des pena, aunque lo primero sí que es verdad. Lo digo de corazón, muy en serio. No soporto que te sientas culpable por algo que no pudiste predecir que pasaría, era imposible saberlo.

―Eres increíble ―le dije sin poder contener las lágrimas―. No sé qué habría hecho sin ti todo este tiempo.

Ella se levantó de la mesa y me abrazó por detrás. Yo volví la cara y aproveché para besarla como se merecía, sin importar las miradas indiscretas que sabía que teníamos puestas en nosotros. En la sociedad en la que vivimos, que un chico llore en un bar y su novia lo abrace para consolarle es algo que sigue extrañando a mucha gente, al contrario de lo que pasaría si la situación se diera a la inversa.

―Te quiero ―susurré, sintiendo que el corazón me estallaría si no se lo decía.

―¡Voy a vomitar algodón de azúcar solo de veros! ―se quejó Adriana, que sobresaltó a Olimpia y se dejó caer en una de las dos sillas libres de nuestra mesa.

―Me has dado un buen susto, no te escuché llegar ―reconoció Oli, yéndose a su silla.

―Normal. Estabas muy ocupada con la boca de mi hermano. Deberíais ser dentistas, con lo que os gusta haceros lavados bucales el uno al otro.

Adriana hizo el gesto de meterse los dedos en la boca para vomitar.

―Tú no eres inocente tampoco ―señalé―. ¿Cómo es eso de que has ligado con un chico?

Mi hermana miró a Oli enfadada.

―¡Eres una bocazas! ¿Para qué se lo cuentas?

―Perdón, pensé que no te importaría.

―¡Pues claro que me iba a importar! Es mi hermano, seguro que él llevará al chico a un rincón oscuro y lo amenazará.

Abrí la boca fingiendo consternación. No podía negar que ella podía llegar a ser muy imaginativa y, quizá por su edad o quizá porque le venía de serie, muy dramática. 

―¡Ni que fuera un mafioso!

Adriana me sacó la lengua y yo puse los ojos en blanco.

―¿Qué discutís? ―preguntó mi madre, que acababa de llegar y tomó asiento al lado de Oli.

―Nada ―contesté.

Ella levantó las cejas y alcanzó un menú de la mesa de detrás, que estaba vacía.

―¿Os apetece una paella para compartir?

―¡Sí! ―respondió Oli, claramente entusiasmada―. Hace una eternidad que no la pruebo.

―Pues paella, entonces ―concluyó mi madre, que no tardó en llamar al camarero y pedir la paella, una jarra de tinto para compartir y un refresco para Adriana.

Aprovechando que las mujeres de mi vida hablaban animadamente entre sí, saqué el móvil y reuní el valor para responder a Bruno.

Hola, Bruno. ¡Cuánto tiempo! ¿Cómo estás? Ahora mismo estoy fuera de la ciudad con mi familia, pero cuando vuelva podemos vernos y hablar. ¿Te va bien o tienes demasiada prisa? Por cierto, ¿adónde piensas irte?

Cuando lo guardé y levanté la vista, vi que Oli me miraba sonriendo. Le devolví la sonrisa. Por su expresión, estaba claro que sabía lo que había hecho, y su mano en mi brazo, reconfortándome, me lo confirmó.

El móvil me vibró en el bolsillo.

Estoy mejor, gracias. Y me va bien, puedo esperar unos días, hasta dentro de un par de semanas no sale mi vuelo a Estados Unidos. Sé que estás de vacaciones y que Oli está contigo. ¡Bien hecho, por cierto! Me estoy quedando en el piso de Valeria, quedamos allí cuando vuelvas.


El pasado de EliánDonde viven las historias. Descúbrelo ahora