Capítulo 53

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Había quedado con Bruno en un bar cercano al piso de Oli. Me urgía saber qué íbamos a hacer y los detalles sobre la protección que iban a darles a mis seres queridos. También quería contarle lo de Gideon, decírselo por teléfono no me pareció adecuado. Así que me despedí de Olimpia y le pedí que no le abriera a nadie que no conociese, ni siquiera al cartero. No estaría tranquilo hasta que estuviera protegida y a salvo.

―¿Qué te pongo? ―me preguntó el camarero, tras la barra.

―Una cerveza. Si está bien fría, mejor.

―¿Tubo o botellín?

―Tubo.

Cuando tuve la cerveza frente a mí, le di un largo trago. Después, me sirvieron unas aceitunas como aperitivo.

Mientras veía una carrera de motos que tenían puesta, alguien me dio una palmada en la espalda.

―Buenas ―saludé a Bruno.

―Hola.

Le hizo una seña al camarero para que le pusiera lo mismo que a mí.

―¿Cómo está África?

―Está mucho mejor. Dice que casi no le duele, debe de ser por los analgésicos. Ahora mismo mis padres están con ella.

―¿Tus padres?

―Sí ―contestó él, dándole un sorbo a su cerveza recién servida―. ¿Pasa algo? ―me preguntó, mirando mi expresión de perplejidad.

―Nada, solo me sorprende que estén. No debería, al fin y al cabo, África es su hija y está herida, pero no sé. Nunca los he visto por los túneles ―le expliqué, tratando de quitarle hierro al asunto.

―Ya, bueno. Ellos vuelven a estar al mando. Las cosas se están saliendo de madre y yo no puedo con tanta presión. Necesito ayuda, por más que me negara a reconocérselo.

Torcí el gesto. Que sus padres estuvieran frente a los túneles y su gente, podría complicar las cosas o facilitarlas. Y, si era la primera opción, estaba perdido.

―No quisiera añadir más presión, pero hay un problema. De eso era de lo que tenía que hablarte.

Bruno suspiró, cansado.

―Venga, dime lo que me tienes que decir, pero antes vámonos a una mesa.

Lo seguí cargando, al igual que él, con la cerveza y las aceitunas hacia una mesa apartada, donde finalmente nos sentamos.

―Estoy bastante seguro de que mi tío sabe lo que ocurrió anoche ―le conté, esperando que me creyese sin ningún tipo de problema. 

Se frotó la barbilla un momento antes de preguntar:

―¿Tu tío es un tipo alto y corpulento?

―Sí. ¿Cómo lo sabes?

―Tenemos tu casa ya vigilada. Lo han visto y, como no parecía ser tu padre...

―Bueno, ¿vas a hacer algo?

―¿Cómo estás tan seguro de que tu tío lo sabe?

―Intuición ―como se quedó callado, añadí―. Hizo un comentario, además, desde que llegó noté algo extraño. La sensación que tuve fue muy fuerte, creo que esa capacidad intuitiva que tenía está volviendo.

―Es posible. Hablaré con mis padres para que lo manden a seguir.

Me sentí culpable. Tenían que vigilar o proteger a demasiada gente por no haber hablado en su día.

―Siento lo que está pasando.

―Amenazaron a tu familia y no tenías toda la información. Te asustaste, eso es todo. Somos humanos, ¿no?

Asentí, pese a que sus palabras no me hicieron sentir mejor.

―¿Tus padres tienen un plan? ¿Vais a por Eleonor?

―Estamos intentando averiguar quién era el titular del coche que os siguió a ti y a mi hermana. Quizá eso nos lleve a alguna parte y nos dé una pista. Nosotros no sabemos dónde tienen su base, por llamarla de alguna forma. Tienden a vendar los ojos de los de fuera, o simplemente de la gente en la que no confían.

―Vendaron los míos ―recordé.

―De todas maneras, si vemos a alguien sospechoso merodeando alrededor de Olimpia o de tu familia, lo atraparemos y lo interrogaremos. No mandarán a nadie que no sea de confianza, tenlo por seguro.

Le di otro trago a mi cerveza y él hizo lo mismo.

―Es de lógica. Yo no mandaría a alguien que pudiera ser desleal. Sin embargo, eso puede acarrearnos un problema a la hora de interrogarlos. Quizá sean de esos que se comerían su propia lengua antes de hablar. O puede que lleven encima cianuro.

Bruno soltó una carcajada.

―Tú ves muchas películas, me parece a mí.

―Y leo demasiado. Leía ―rectifiqué, pensando en los últimos meses―. Últimamente no he abierto un libro.

―Bueno, no te culpo. Yo no soy de mucho leer, pero sí que he dejado de hacer ciertas cosas que me gustaban.

Mientras hablaba, otra pregunta rondaba mi mente.

―Oye. ¿Cómo son vuestros interrogatorios? ¿Plan poli bueno y poli malo?

―Otra vez estás con el rollo peliculero ―se mofó―. No. Tenemos nuestro modo de interrogar metido en frascos.

Fruncí el ceño, preocupado.

―Explícate.

Él sonrió.

―¿Has oído hablar del pentotal sódico?

Sacudí la cabeza. Apenas me sabía la tabla periódica, así que, ¿cómo demonios iba a saber lo que era eso?

―Es conocido comúnmente como el suero de la verdad. Hay que tener cuidado utilizándolo, dar una dosis exacta, no queremos que sea muy poca o causar una sobredosis, y tampoco queremos que el interrogado se limite a decirnos lo que queremos oír, ¿entiendes?

―Eso no me gusta ―le dije muy serio. Y era cierto. Me parecía demasiado sucio, una falta de moralidad terrible. Aunque, igualmente, no es que la gente de Eleonor jugara limpio, ellos asesinaron a Candela y a otras personas antes, no debía olvidarlo.

―A mí tampoco. De hecho, nunca lo he usado ni me he visto en la necesidad, pero mis padres saben perfectamente cómo funcionan, para ellos no es nuevo. Ya sabes lo que se dice: en la guerra todo vale.

Bruno levantó su cerveza y le dio un buen trago, hasta acabársela.

Entonces, pensé que su frase no podía ser más acertada: estábamos en guerra. Una discreta, pero una guerra de todos modos. Y yo no conocía ninguna guerra en la que no hubiese muerto nadie o hubiera pocas muertes.

El pasado de EliánDonde viven las historias. Descúbrelo ahora