Capítulo 17

60 7 0
                                    

Bruno echó a andar hacia el interior de la fábrica. Yo le seguí sin dudarlo.

El miedo que sentí había desaparecido para dar paso a la curiosidad y un ligero temor por lo que podrían encerrar esas paredes, las historias que había vivido allí y ya no recordaba.

En el interior, aparentemente todo estaba en un estado más ruinoso que en el exterior. Había maquinaria vieja que ya estaba muy deteriorada. La pintura de las paredes era inexistente, dejando ver el cemento. El techo era alto, calculaba que había siete metros como mínimo hasta abajo. Como bien había dicho mi hermana, no había ventanas ni ninguna salida trasera aparente. También me fijé en que, pese al estado en el que se encontraba aquel lugar, el suelo estaba casi limpio, aun así, no me imaginaba pasando tiempo dentro de ese lugar. No entendía lo que se me podía haber perdido por allí.

―¿Qué hacemos aquí? ―pregunté, parándome en medio de ese sitio.

―Ya te lo he dicho, te voy a contar la verdad, demostrándola, para que me creas ―contestó el hermano de África, sin parar de caminar.

―Mi padre ha estado aquí una vez ―dije.

De inmediato, Bruno se paró y se volvió para mirarme.

―¿Cómo sabes eso? ¿Lo recuerdas?

―No, mi hermana me dijo que mi padre me siguió hasta aquí, que entró, pero que no me encontró por ninguna parte. Ni a mí ni a los que me acompañaban ―él se mantuvo en silencio―. También dijo que no había ningún lugar por el que pudiera haber salido sin ser visto.

Él sonrió.

―Eso es porque miró en el lugar incorrecto ―me explicó, mientras que echaba a andar de nuevo. Entonces apartó una máquina, que parecía bastante pesada, con facilidad y se agachó.

Al aproximarme, pude ver una trampilla. En el centro, que estaba lleno de polvo, había una forma de mano. Bruno apartó el polvo con un pañuelo de papel que sacó de sus pantalones. Luego, tras quedar el clínex en el suelo, puso la mano en el centro y, un segundo después, la portezuela se abrió.

―Es tecnología de la buena ―comentó―. Todo esto es para mantener lejos a la gente que es ajena a nosotros.

Observé una escalera que llevaba a alguna parte. Bruno empezó a descender por ella y me apremió para que me diera prisa, antes de que la trampilla se cerrara.

Los dos descendimos por lo que me pareció una eternidad, todo estaba oscuro, no podía ver nada.

―¿La tecnología de la buena no te dio para poner unas malditas bombillas? ―pregunté, hastiado.

Él no respondió.

Cuando por fin toqué el suelo, solté un suspiro de alivio. Entonces, escuché un chasquido de dedos y todo comenzó a iluminarse.

Me asombré ante lo que vi. Parecía un centro de entrenamiento subterráneo, a simple vista. A mi alrededor había varias salas. Todas estaban rodeadas de cristales, así que podía ver en su interior. Me recordó todo a la sala de entrenamientos de Los juegos del hambre, solo que más sofisticada y más espaciosa, separada en salas. Había una sala de tiro con arco y otra de boxeo, con un ring, sacos y personas de plástico. Eso estaba a mi izquierda. A mi derecha, había una sala de tiro, tenía diferentes puestos con numerosas dianas. Había un espacio para las armas y las municiones, también, que no eran precisamente pocas.

―¿A que mola? ―preguntó Bruno.

―Sí ―murmuré con asombro.

―Pues esto es lo más básico que hay aquí. Lo más mundano.

El pasado de EliánDonde viven las historias. Descúbrelo ahora