23. Primera pista

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Se había hecho de día. Dylan tenía frío por la humedad de la habitación que entraba por la ventana. Como era muy importante que no lo hiriesen, le ordenaron a Álex que subiera a darle una manta. La chica no quería ir.

Álex odia a los niños ricos. Son mimados, avariciosos, la mayoría play boys, prepotentes y otros adjetivos que no voy a nombrar ahora. El caso es que no le gustaban y no pensaba convertirse en su criado personal solo porque él tuviese frío.

Al final a subir con la manta.

Abrió la puerta y lo encontró dormido, pero se despertó al escuchar el portazo que ella dio. Se removió en la silla nervioso, ¿es qué nunca pararía de hacer eso? Se notaba que tenía frío; tiritaba ligeramente.

Álex no estaba de humor para aguantarlo, así que se acercó con paso rápido y brusco. Agarró la manta por los bordes y la puso encima. Intentó tocarlo no menos posible y ponersela cubriéndole lo máximo posible el cuerpo. Terminó y se dirigió a la puerta.

-Espera -Le rogó Dylan. -, gracias.

Eso la sorprendió e hizo que se cuestionara su odio hacia los ricos. Aún así, solo un fue un segundo. Salió y cerró con un portazo.

Fue a buscar a Enrique, que era el encargado de su grupo, y le dijo que salidría. Probablemente volviese con un par de carteras. Le dio permiso.

Álex se puso unos pantalones cortos azules y unas combers del mismo color. Se puso una blusa roja y una chaqueta gris con bolsillos interiores.

Estaba en la calle. Iba un pelín cabizbaja; estaba pensativa. Ese chico la había sorprendido.

Mientras caminaba reconoció a un carterista muy famoso de Londres. Claro que nadie sabía como era su cara, escepto Álex y sus amigos. Cuando entraron en el grupo les enseñaron varios personajes que se merecían su reconocimiento y este era sin duda uno de ellos.

Ella se le acercó, haciéndose la tonta. El hombre vio la oportunidad de robarle. Pasaron uno al lado del otro. Él carterista metió la mano en un bolsillo exterior de la chaqueta de la chica, que no llevaba nada en el. Mientras, ella introdujo su mano en uno de los bolsillos interiores de la chaqueta de éste. Tres carteras le robó. Ambos siguieron su camino.

La chica se metió lo más rápido que pudo en una pastelería. Estuvo mirando un pastelito de fresa y chocolate delicioso. Al final sacó una de las carteras y lo pagó con el dinero que había dentro.

Salió de allí con la chaqueta abrochada y devorando el pastelito.

Pasó por el calle de Dylan. Su casa tenía un cordón policial. Decidió hacerse la tonta con su pastelito. Se acercó a un policía.

-Disculpe, ¿qué ha ocurrido?

Él la miró sorprendido.

-¿No se ha enterado? Han secuestrado al hijo de lo Harrison.

-A sí, han hablado mucho de eso en el colegio. ¿Saben dónde puede estar?

-Pronto lo sabremos.

-¿Puedo pasar a consolar a la familia? Es que me siento identificada con ellos; cuando mi abuelo murió, mi madre y yo lo pasamos fatal.

-Es muy amable por su parte, pero lo mejor será que los deje; aún no lo han samilado.

-Lo entiendo. Bueno, muchas gracias. Adiós.

Empezó a alejarse.

Caminó hasta un parque. Allí, se sentó en un banco. Se sentía melancólica. Echaba de menos Roma, aunque no se podía negar que le encantaba Londres.

Enfrente de ella estaba un pequeño reloj. Marcaba las doce del mediodía. Como ya tenía que volver, tiró el envoltorio del pastelito a una papelera y retomó el camino a la fábrica.

Llegó a las doce y media. Le entregó las carteras a una de las mujeres y se fue a ver a Dylan.

Entró de forma brusca. Él seguía tapado. Su pelo rubio era como oro, sus labios rojos parecían sacados de película y sus ojos, los había visto antes, y recordaba que eran grises. Era un gris misterioso. En el momento que los vio no se había fijado, pero ahora se daba cuenta de que era un gris tan claro que casi parecía blanco. Deseaba verlos otra vez. Cerró la puerta con llave para asegurarse de que nadie la veía. Se alzó el velo, que lo había subido por si lo necesitaba. Cuando ya tenía todo tapado escepto los ojos, le sacó la venda al chico. Él estaba confuso, lo que provocó que abriese más los ojos. Álex los contemplaba con espectación.
Entonces recordó que le subió un bocadillo.

-Estarás hambriento. -Le dijo con voz firme.

-Sí.

-Abre la boca. -Le ordenó.

-Preferiría que me soltases para poder comer yo solito. -Ahora Álex recordaba otra cosa por la que odiaba a los niños ricos: eran unos listillos insufribles.

-Te estás jugando que te deje el plato en el suelo y me largue. -Le respondió dándose la vuelta.

-No por favor. -Un rico suplicando, esto cada vez mejoraba más.

Mientras le daba de comer, él se fijo en lapulsera que ella llevaba.

Mientras le daba de comer, él se fijo en lapulsera que ella llevaba

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Decidió callarse. Cuando saliera de aquel lugar, se fijaría en todas las muñecas de las chicas hasta dar con una tuviera los ojos negros como ella y la misma pulsera; no podía fallar.

Cuando Álex terminó de darle la comida, le tapó los ojos de nuevo y se dirigió a la puerta.

-Espera. -Le dijo Dylan. - ¿Puedo saber tu nombre?

Álex miró al suelo, entristecida.

-No.

La chica del reformatorioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora