22. Secuestro

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Pasaron unos dos meses. Los niños ya sabían como comportarse y tenían tareas de lo más complicadas: secuestros, robos, a veces bromas, amenazas... pero ningún asesinato.

Hoy era un día importante. En uno de los barrios más ricos de la ciudad se celebraba una fiesta. Los Harrison montaban una gran gala mensual para regodearse ante sus amigos.

La cuestión es que el mes pasado les habían pedido a los chicos que escogiesen una familia de la ciudad para vigilarla y sacar sus trapos sucios. Los Harrison fueron la elección de Álex, la cual era crucial para que los planes saliesen bien.

Estaban reunidos en la sala de los hackers dos hombres, Juanmi, Marta (que se había quedado para no separarse ni de su amado ni de su hermanastra) y Álex.

-Bien -Empezó uno de los adultos- , Álex, creo que tienes una información muy interesante para nosotros.

-Sí. -Se aclaró la garganta. -Los Harrison, una familia modelo a ojos de cualquiera. Amables, ricos, con un hijo por el que cualquier chica se moriría e ingresan dinero a un hospital infantil. Una familia fantástica. Lo que nadie sabe es que nuestros adorados Harrison tienen un prostíbulo o puticlub ilegal a las afueras de la ciudad. Gran parte de su dinero sale de el. Todas las mujeres y hombres que hay en ese lugar son secuestrados de otros países. Si los susodichos no consiguen al menos tres clientes en un mes, el señor Harrison se los lleva a su adorada mansión y los encierra en unas jaulas. Después invitan a unos de sus amigos esnobs y disfrutan viéndolos pelear. Quien pierde, muere. Su adorado hijo no está enterado de nada de esto, por eso es aparentemente feliz. Además, la señora Harrison tiene un amante, pero eso no la priva de seguir teniendo sexo con su marido por supuesto. Y por último, el señor Harrison se droga fumándose unos siete porros de mariguana al día.

-Solo les faltan barcos y putas. -Ríe Marta.

-Nunca los he seguido hasta la costa más cercana, por lo que no descartes esa idea. -Le contesta Álex.

-En fin, ¿cuál es tu idea para cerrarles el negocio, Álex? -Pregunta el otro hombre.

-Es un plan bastante sencillo: secuestramos a su hijo, lo avisamos por teléfono, exponemos nuestras condiciones y cuando las cumplan se lo devolvemos.

Las cuatro personas que estaban allí se miraron entre ellas; era un plan demasiado sencillo para la mente privilegiada de Álex.

-¿Y si el niño lleva algo que los haga encontrarlo? -Preguntó Juanmi.

-No sucederá. En las fiestas hay alcohol y no quieren que el baje de su cuarto, así que estará en pijama y aburrido en su cuarto.

-¿Y si decide salir con sus amigos?

-Por favor, tiene mi edad. Ese crío no saldrá de casa a las doce de la noche, y no porque no quiera, sino porque todos sus amigos estarán en casa, durmiendo. Además, a esas horas todos los de la fiesta están algo contentos.

-Entonces creo que hay una furgoneta que preparar.

Se pasaron la tarde preparando la furgoneta. Tenían que encontrar la forma de conseguir que una silla que se quedase pegada a la pared para que el chico no saliese herido.

Hoy era la noche. Ya habían dado las doce y la fiesta estaba a rebosar. Por fuera parecía que entraban trajeados, mas dentro estaban con ropa extraña. Estampados de animales, trajes de colorines, cosas bastante extrañas.

Como era de esperar Dylan Harrison estaba en su cuarto. Tenía puestos unos pantalones de cuero negros, una camisa gris y una chaqueta de cuero negra. Estaba tumbado en su cama, viendo la película GRIS; estaba así vestido porque le gustaba ambientarse en las películas que veía.

Dieron las doce y las se fueron. Los de abajo tuvieron que ir al sótano. Mientras ellos hacían eso, Dylan se movía inquieto; odiaba la oscuridad.

Lo que sucedió fue que Juanmi y Marta provocaron el apagón, mientras, Álex entró en la fiesta. Utilizando el oído, pudo sortear a todo el mundo y llegar a la habitación del chico. Al escuchar abrir la puerta, él resopló.

-Tranquila mamá, estoy bien. Solo es un apagón.

Álex se aguantó la risa. Se acercó a la cama del chico y le tapó la boca con una mano. Con la otra logró ponerle unas esposas. Lo más difícil fue ponerle la cinta adhesiva en la boca, porque no paraba de moverse y de intentar gritar.

Las luces volvieron cuando ella ya estaba abajo con el chico. Le había vendado los ojos, por lo que no podía ver las caras de nadie. Marta y Juanmi subieron a la furgoneta y salieron de allí lo más rápido que pudieron. Era imposible que nadie les hubiese visto. No habían cámaras de seguridad y todas las casas más cercanas estaban vacías, sus residentes se encontraban en la fiesta.

Llevaron a Dylan a la fábrica. No lo bajaron a donde estaban todos, sino que lo subieron a arriba del todo. Era una habitación que estaba preparada para ese tipo de asuntos. Estaba insonorizada, tenía una ventana con barrotes, una puerta de acero y una silla clavada en el suelo (en el centro de la habitación).

Uno de los hombres le puso las esposas en las manos y en la silla de madera, que por cierto era casi imposible de romper, ya que tenía unos soportes de hierro por todas partes. Ya allí, le quitaron la cinta de la boca, pero no la venda.

-¿Qué ocurre, dónde estoy? -Preguntó agitado y levantando la voz.

-Ocurre que vas a ser bueno y te vas a quedar aquí quietecito. -Le contestó uno de los hombres.

Dylan rió con sarcasmo.

-Que gracioso, como si pudiese irme.

-Me parece que no estás en condiciones de gastar bromas, y mucho menos a mí.

-Mira que miedo tengo. -Le respondió burlón.

El hombre le hubiera golpeado en la cara si Álex, Juanmi y Marta no se hubiesen interpuesto.

-Respira, recuerda los planes que tenemos para él. -Le susurró Álex.

Él asintió.

El hombre y Juanmi se fueron a las afueras de la ciudad con un teléfono de prepago. Marcaron el número de los Harrison.

-Señorita Harrison, ¿está ahí?

-Sí, ¿quién llama?

-Somos los secuestradores de su hijo.

Para hablar, él usaba un modulador de voz que Juanmi controlaba, además de un programa que evitaba que los encontrasen.

-Eso es imposible, mi hijo está en su cuarto.

-Compruébelo.

Y así lo hizo. Subió pausadamente, puesto que no se lo creía. Al ver la puerta entreabierta se asusto; Dylan nunca dejaba su puerta abierta. Entró nervioso y la encontró vacía.

-¿Qué queréis de mí?

-Sabemos lo de tu prostíbulo y queremos que lo cierres, al igual que las peleas humanas y las muertes innecesarias.

-Pero, no se cómo os habéis enterado de todo eso, yo solo quiero que me devolváis a mi hijo.

-Y lo haremos, cuando cumplas todo lo que te hemos pedido.

-¿Y cómo mantendré a mi familia?

-Ese no es nuestro problema.

-Está bien. Lo cerraré lo antes posible, lo juro.

-Eso esperamos, por el bien de su hijo.

La chica del reformatorioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora