15. Ultimátum

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Álex se despertó a las cinco. No podía dormir por su preocupación. Aunque habían dejado a Antonio en la cocina, no sabía qué haría.

Se levantó y se dirigió al pasillo. Caminó por el con el pijama y una bata.

No había un solo ruido. Era relajante y a la vez inquietante caminar por ese lugar.

Pasó por delante de un pasillo y una mano la agarró del brazo. Le retorció el brazo y se lo puso tras la espalda. Álex soltó un gemido de dolor. Estaba completamente paralizada. Sonó una risa al lado de su oreja y le retorcieron el brazo un poco más. Éste crujió pero no se rompió. Ella maldijo que estuviesen en uno de los pasillos sin cámaras.

-No tienes ni idea de lo que me ha costado salir de esa cocina sin que me viesen.

Antonio. Maldito sea. Un perro rabioso hubiera sido una sorpresa más agradable.

-Antonio suéltame ahora mismo, o sino...

Se calló cuando él se lo retorció un poco más.

-O sino, ¿qué?

Estaba decidido, hoy iba a ser un mal día.

Álex giró la cabeza y lo miró como pudo. Lo único que sus ojos alcanzaron a ver, fue una aterradora sonrisa.

-¿Qué quieres? -Le preguntó seca.

-Proponerte un trato.

Álex se extrañó. No era tonta, eso desde luego, pero su cerebro no llegaba a alcanzar la razón por la que un chico como Antonio querría hacer un trato con ella. Decidió ver cómo se desarrollaba todo. De todas formas, ¿quién sabe? Quizás fuese algo interesante.

-¿Qué clase de trato?

La sonrisa del chico se hizo aún más amplia. Era evidente que no podía ser por algo bueno.

-Tú me consigues unas cosas y, a cambio, yo no diré nada sobre la incursión que tú y tus amiguitas tuvisteis.

Álex lo pensó. Por un lado, quería saber qué era lo que ese chico necesitaba para haber recurrido a ella. Por otro lado, no le gustaba el plan de ser su ladrona personal, además de que no tenía pruebas de la escapada a la cocina. No podía amenazarla con nada y para nada.

-No me convence. Si me dieras algo más interesante a cambio, a lo mejor me lo pensaba.

-Quizás esto te ayude a cambiar de opinión.

Con una pierna la tiró al suelo mientras que le ponía la otra en la espalda y retorcía su brazo hasta tenerlo al límite, un punto de dolor que él conocía bien. Sabía que si lo retorcía un poco más se rompería, al igual que sabía que estaba en el punto más elevado de dolor. Álex iba a gritar, mas no le convenía que todos se enterasen de lo que pasaba, por lo que soltó un grito ahogado.

-Vamos a aclararnos -Empezaba a sudar y le costaba hablar. -: si no acepto me rompes el brazo, y si acepto, no obtengo nada a cambio.

-Exacto. Y antes de que des tu respuesta final, me gustaría decirte que si giro tu brazo un poco más... Clac, se rompió.

Álex tenía que pensar rápido. Aún no le había dicho que le iba a pedir, y estaba claro que no sería algo sencillo de conseguir. Antonio se canso de esperar la respuesta y empezó a contar de tres hacia atrás.

-Tres.

La chica estaba en tensión. Esto no podía estar pasándole a ella. No quería que le rompiera el brazo, y todavía menos ayudarle.

-Dos.

Se le acababa el tiempo. Ayudar o no ayudar, e ahí la cuestión.

-Uno.

-Te ayudaré. -Dijo en voz baja.

Se sentía fatal. Ella era una gran hacker, una fantástica ladrona y su inteligencia era digna de reconocimiento, pero aunque no lo parezca, tenía un principio muy básico, y era que hacía lo que le viniese en gana sin importarle lo que le dijesen los demás.

Antonio soltó su brazo y quitó el pie. Se marchó del sitio sin decir una sola palabra. Álex se levantó a duras penas y fue a su habitación tambaleándose.

Cuando llegó, se metió en la cama y se quedó profundamente dormida, con su brazo dolorido encima de la almohada y una lágrima de vergüenza resbalándole por la mejilla izquierda.

La verdad es que Antonio tampoco estaba contento. Sus planes se estaban torciendo y todo era por culpa de Álex. O al menos él intentaba convencerse de eso. Algo muy raro se estaba despertando en su interior. Le quedaba claro que no era amor, porque no le atraía Álex para nada, más bien le repugnaba. Llegó a la conclusión de que debía ser odio o algo parecido. Se decía a sí mismo que debía averiguarlo cuanto antes, o se vería seriamente afectado; más de lo que ya estaba.

La chica del reformatorioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora