37.Encontrada

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Era una mañana tranquila. Había niebla y Álex caminaba con tranquilidad por las calles. Henry la había obligado a salir porque debía averiguar el lugar donde un camello no paraba de vender drogas a los menores.

Al llegar al parque de siempre, se subió un árbol cerca de una fuente y esperó. No vio a nadie.

Pasaron dos horas y seguía sin aparecer nadie. Al final se cansó y bajó. En la salida del parque se encontraba un chico. Vestía de negro y llevaba puesta una capucha. Álex lo ignoró. Cuando pasó por su lado, el chico le cogió un brazo y tiró se ella. Le tapó los ojos y le preguntó:

-¿A qué no adivinas quién soy?

-Alguien que recibirá una paliza si no me quita las manos de la cara. Ahora. -Respondió autoritaria.

El chico le sacó las manos. Álex se giró enfadada y comprobó que el bromista era Dylan. Este la observaba con una sonrisa pícara.

-Alguien se ha levantado hoy con el pie izquierdo.

-Ja ja, eres muy gracioso - dijo ella con teatralidad-. Me estoy riendo tanto que podría hacerme pis en cualquier momento.

-Te agradecería que no lo hicieses, mancharías tu hermosa ropa.

Ella no estaba segura de si lo que le había hecho enrojecer habían sido esas palabras o el hecho de que el estaba muy cerca.

-¿A qué es venido?-Le preguntó para intentar bajar el rubor de sus mejillas.

-Hace unos días un compañero de clase me dijo que su primo le había comprado unas bolsas de cocaína de la mala a un tipo que estaba aquí. Imaginé que vemdrias a investigar, así que he venido todos los días aquí desde entonces. Ya sabes, por si nos encontrábamos.

-¿Y por qué querías encontrarme?

-Creo que hay un par de cosas que aclarar. -Respondió apoyándose en la verja del parque del nuevo.

Álex estaba a punto de responder cuando un hombre se les acercó. Iba bien arreglado, con un traje negro y el pelo hacia atrás. Llevaba un maletín, y sus zapatos estaban impolutos. Los chicos no tardaron en darse cuenta de que se trataba del camello.

-¿Qué tal pequeños? -Álex se le encaró cruzando los brazos- Os gustan los caramelos.

-Ya somos un poquito mayores para los caramelos.

-Entonces creo que esto os va a encantar.

Levantó el maletín y sacó una bolsa del tamaño de su mano. Dentro había un polvo blanco... no, era grisáceo. Él sonrió y le ofreció a Álex cogerla.

-¿Sabes? Las chicas de tu edad se vuelven más guapas cuando lo prueban.

-No me diga. Deben de ser esas barbies ultramaquilladas e ignorantes que veo por la calle. Gracias a usted ya sé que es lo que nunca debo tocar ni usar.

El hombre pareció molesto ante aquella contestación, pero se contuvo.

-Jovencita, esa no es forma de hablar de los demás.

-Tiene razón, lo mejor será que me calle antes de hiera el frágil ego de alguien.

Dylan no pudo evitar reírse ante ese comentario.

El camello, que ya se había cansado, metió la bolsa de nuevo en el maletín y lo cerró. Una muy mala idea pasó por su mente, pero sabía que si la llevaba acabo se metería en un lío muy gordo. Así que simplemente la ignoró.

-Bueno, tened un buen día chicos.

-Le aseguro que lo tendremos. -Le respondió ella con voz burlona.

El hombre se alejó despacio, entonces, una idea maliciosa se asomó en la cabeza de Álex. Se acercó a Dylan y le dijo en voz ligeramente alta.

-Ahora parecemos los cebos de los pedófilos, que vergüenza.

Este rio sonoramente, entendiendo lo que ella pretendía.

El camello se giró violentamente, frunciendo su rostro ceniciento y haciendo que su perfecto peinado se despeinase ligeramente. Se acercó a los chicos con grandes zancadas. Cuando estaba a medio metro de ellos se detuvo, mientras, ellos se giraron a verlo. Tenía el rostro colorado.

-Sois unos maledecudos -les informó conteniendo la rabia todo lo que pudo-, alguien debería enseñar os modales.

-¿Y ese alguien es usted? -Dijo Dylan, hablando por primera vez bajo la capucha.

-No digas tonterías -bromeó Álex -. Él es un simple camello. Como mucho, podria enseñarnos a usar la gomina y a sonreír enseñando todos los dientes.

Eso hizo que el hombre se descontrolase y sacara una navaja de uno de sus bolsillos. Álex no se inmutó, pero notó como Dylan se tensaba ligeramente detrás de ella.

-Ya es suficiente, os voy a enseñar a respetar a los adultos.

Dirigió la navaja directa al pecho de Álex. Ésta le sujetó por la muñeca y se la apretó de forma que lo obligó a soltar la navaja. Luego golpeó al hombre en la cara; por suerte no le rompió la nariz.

La chica del reformatorioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora