20. Pequeñas preguntas

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Por fin todos los exreclusos estaban allí y todos estaban dormidos. Los hombres y las mujeres aprovecahron para hablar, algo que hacían tranquilos y agitados a la vez.

El rescate había sido perfecto. La fuerza bruta no fue necesaria y nadie opuso resistencia a ir con ellos. Las cosas no podían haber salido mejor.

La convesación estaba centrada en los comportamientos de los reclusos. Apenas se mostraron agresivos, tal vez nerviosos, algo que era bueno porque así se integrarían en la sociedad de forma pasiva y poco problemática.

Tenían planeado separarlos por sexos y edades. Pensaban que así sería más fácil conseguir que los chicos se sintiesen más cómodos. Después de todo, ese era un lugar desconocido para ellos.

Mientras charlaban, Álex se despertó. Eran las tres del mediodía y tenía hambre. Bajó de la litera de arriba en la que había domrido y se dirigió a donde se encontraban los adultos. Estos la miraron con ojos como platos al verla aparecer. Su pelo negro recogido en un moño resaltaba sus ojos del mismo color. Con mejillas rojas, preguntó nerviosa:

-¿Podríais darme algo de comer?

Los adultos se miraron entre ellos.

La mujer que se había tropezado anteriormente (cap. 19) se le acercó con una sonrisa.

-Por supuesto que sí.

Le tendió la mano. A pesar de que Álex ya no tenía cinco años (tenía doce), se la agarró y la acompañó a la enorme cocina.

El resto las siguieron.

La mujer le tendió una silla a Álex para que esperase. La niña se sentó cabizbaja.

Siete hombres y seis mujeres rodearon la silla, intimidando más a la chica. Una de las mujeres se le acercó un poco más y se puso en cunclillas delante de ella.

-Hola pequeña. -Empezó dulce. -¿Cómo te llamas?

-Álex. -Respondió con voz temblorosa.

-Es un nombre muy bonito. -Dijo uno de los hombres.

-Dinos Álex, ¿por qué tienes miedo? -Continuó otra mujer.

Álex pensó en la respuesta. No el gustaba compartir sus pensamientos, y mucho menos con extraños. Es como si intentasen meterse en su cabeza y así interrogarla. Parecía que ellos lo intuyeron.

-Supongo que es un secreto. -Explicó una mujer. - Si es porque no te fias de nostros, te aseguro que no tienes nada que temer.

Pero eso no convenció a Álex. No sabía qué pasaría si se lo decía, no los conocía.

-Yo... no me gusta lo que no conozco.

Todos parecían sorprendidos.

-Es normal, aunque no puedes pasarte la vida temiendo a los deconocido.

Odió esa respuesta, la fastidió en lo más profundo de su alma.

-Yo no he dicho que tenga miedo -Continuó seria, algo que desconcertó aún más a los adultos. -, he dicho que no me gusta.

-¿Por qué? -Preguntaron todos los hombres a la vez, incrédulos.

-Porque es desconocido, lo que significa que no lo entiendo. Y eso me exaspera.

Empezaron a mirarse entre ellos. Parecía que estaban hablando con un extraterrestre que no entendía su idioma ni ellos el suyo.

-Pero cuando exploras lo deconocido, deja de serlo. -Expuso una mujer.

-Para eso, tendrías que ir a ciegas. No sabrías qué te vas a encontrar ni qué te pasará. -Rebatió Álex.

-Entonces, siempre tendríamos miedo de hacer cualquier cosa. -Pensó un hombre.

-No tiene por qué ser así. Existe la experiencia de otros, que daría ventaja para conocer un poco el sitio en el que te estás metiendo.

Se habían callado.

La mujer le tendió a Álex un bocadillo de jamón de jamón y queso, que deboró en menos de cinco minutos.

Uno de los hombres ocupó el sitio en el antes había estado una mujer en cunclillas, que se había apartado cuando le ofrecieron el bocadillo a la niña.

-¿Cómo has llegado a todas esa conclusiones? -Perguntó con tristeza.

-Con experiencia, deducción y sentimientos.

Otro hombre rió.

-Ya claro, ¿es qué acaso eres una superdotada? -Cuestionó entre risas, sus risas.

-Sí. -Le contestó Álex, seria.

Sus risas cesaron al momento.

-Espero que no sea una broma.

-¿Tengo cara de que sea una broma?

-La verdad es que no. Dime algo que lo demuestre.

Álex se levantó. Cogió una servilleta y pidió un lápiz. Cerró los ojos y se puso a dibujar en el papel. En diez minutos escasos le había hecho un plano del edificio.

-Las zonas que están más oscuras son las que no tengo demasiado claro si están bien, ya que no nos habeis paseado por todo el edificio.


Volvieron a mirarse entre ellos. Álex los había convencido. Era muy habitual en ella conseguir lo que se proponía, después de todo, era muy optimista y nunca se rendía hasta el final.

-Pequeña, no queremos que te vonviertas en ladrona. -Declaró quien había cocinado.

La niña frunció el ceño; esto la había pillado por sorpresa.

-¿Por qué?

-Eres demasiado inteligente y prometedora. No queremos que ese talento, esa bendición, ese don se malgaste en robos y bribonerias.

-No tiene por qué malgastarse.

-Pero aún así estaríamos obrando mal, mal de verdad. ¿Segura que no prefieres volver con tu familia?

Álex se acordó de su horrible padre. Luego apareció el agente Galán. Quería estar con él, pero sabía que si lo hacía, que si volvía, la obligarían a estar en el reformatoria para después llevársel a su padre. Sus posibiladades de que el agente la adoptara eran casi nulas y eso la frustraba.

-Yo no tengo una familia.

Se levantó lentamente de la silla. Caminó hasta la habitación y subió a su litera. Al apoyar la cabeza en la almohada se le escapó una lágrima de tristeza. Se quedó dormida y el sentimiento de dolor de no volver a ver al agente Galán se alivió, mas no desapareció.

La chica del reformatorioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora