26. Una broma pesada

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Antonio se fue de vuelta a la fábrica.

Entró corriendo y se fue a buscar a Henry, que lo habían hecho responsable oficial de los actos de los niños.

Entró en la sala de hackers. Él estaba allí mirando un mapa de la ciudad.

Se le acercó con respeto para hablar con él.

-Henry, tenemos que hablar.

El hombre se dio la vuelta y miró al chico con aires de preocupación.

-Cuéntame Antonio.

-Verás, ¿recuerdas a Dylan?

-Por supuesto. Gracias a él se han salvado vidas.

-Ya, él no piensa lo mismo.

Henry lo miró sorprendido. Desde siempre se ha preocupado por los niños y por todos los que lo rodean. No le gustaba ver sufrir a la gente y mucho menos las injusticias. Sabía que él era un delincuente, pero era una delincuencia que ayudaba a la gente y eso era mejor que ser un abogado que nunca conseguía verdadera justicia.

-¿A qué te refieres?

-Como él no sabe la razón de su secuestro debe de pensar que es por dinero. Eso lo ha llevado a buscar a sus secuestradores; tiene un especial recuerdo Álex.

-¿Qué te hace pensar eso?

-Solo quiere saber al menos un nombre, así que debe de tener un poco claros los rasgos físicos.

-Ha sido la última en quedarse con él y le ha dado de comer. Ojos, pelo y piel quizás los haya visto.

-Además de la voz.

Henry se puso muy nervioso. Otra cosa que no le gustaba eran los riesgos. Si Dylan sabía todo eso, estarían poniendo en grave peligro la vida de la chica.

-¿Cuál es tu idea?

-Sencillo. Yo le digo el nombre y con eso me saco una pasta.

-De eso nada. La estarías entregando a la policía.

-Ya lo había pensado, por eso se me ocurrió gastarle una broma al chico. Necesito tu permiso para realizarla.

Henry se quedó pensativo.

-Está bien, pero si se descontrola dolo será culpa vuestra. Yo no pienso involucrarme en ningún momento.

Antonio rió, pues había conseguido lo que quería.

Corrió por toda la fábrica, buscando a Álex para hacerle la pregunta. Tenía claro que ella aceptaría pues le gustaban las bromas y los engaños tanto como a él.

Consiguió encontrarla en la cocina. Ella estaba disfrutando de una deliciosa cena de pollo asado.

Se le acercó de forma que Álex podía verlo. Se plantó delante de ella y cojió el cuchillo aún limpio entre sus manos. La miró con una sonrisa maliciosa en la cara y unos ojos que causaban desconfianza.

-Tengo al go que decirte.

-Dispara. -Contestó con la boca llena.

-Quiero que me ayudes a gastarle una broma a alguien.

Álex sonrió. Adoraba las bromas y era una maestra del engaño. Se autoclasificaba como fiel seguidora de las mentiras.

-Cuéntame más.

-Dylan te busca. He pensado en que le mientas y te hagas amiga suya para después sacarle dinero.

-Me gusta la idea. ¿Cuándo empezamos?

-Pasado mañana a las cinco.

-Perfecto. Mañana dime los detalles y listo.

Ella le quitó el cuchillo y siguió comiendo. Tenía muy claro lo mucho que le iba a gustar esto.

Antonio no era portador de mala intención hacia ella, solo de reírse del chico que la buscaba. Era una mala manía que tenía desde siempre: le gustaba mofarse del más débil.

La chica del reformatorioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora