35.El beso

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La chica se pasó semanas acompañando a Dylan a todas partes. Se aseguraba de que nadie le siguiera o le hiriese. Estudió el comportamiento de sus compañeros de clase y no encontró nada extraño. Todo apuntaba a que el mensaje de la piedra había sido una insignificante broma.

Henry y ella estuvieron conversando a lo largo de esas semanas. Él quería enviarla ya a París, pero a Álex no le agradaba la idea de dejar Londres, por lo que siempre buscaba excusas para no marcharse.

Mayo transcurría con tranquilidad, algo no muy normal, ya que siempre había agetreo en la fábrica. Todos habían tomado la decisión de que parte de los niños (inclída Álex) se iría a París el 27 de junio, justo en el fin del año escolar. Era algo que se habían gaurdado para evitar problemas, por lo que sería una sorpresa.

En Londres los días estaban siendo lluviosos. Era jueves, un jueves húmedo, quizás demasiado para el gusto de Dylan. El chico miraba por la ventana del aula. Por un lado quería que sonase el timbre para poder salir de este lugar y disfrutar de la compañía de su amiga Álex, aunque por otro, le asustaba salir. Sabía que dentro de aquel edificio estaba seguro.

Parece que el timbre decidió sonar. El chico recogió sus cosas con la rapidez habitual; se despidió de sus amigos y salió por la puerta de la clase. Al llegar a las escaleras, vio que Álex estaba apoyada en el enorme portónde verja que tenía el colegio. Llevaba unas botas altas negras, unos pnatalones azul oscuro baqueros y una sudadra floja negra. Su hermoso pelo estaba recogido en dos trenzas, y su cabaza se veía tapada por un gorro verde oscuro. Su paraguas gris evitaba que se mojase.

Se acercó corriendo a ella, ya que él no tenía paraguas.

-Hoy te noto más guapa de lo normal. ¿Puedo saber por qué? -Preguntó con picardía.

-Sabes que adoro la lluvía, y no hay nada que me motive más para ponerme guapa.

Se pusieron a caminar hacia la casa de Dylan. Álex continuaba con su cara de distracción, mirando al frente y sujetando el paraguas. Sin embargo, había algo en su cara que Dylan no comprendía.

-¿Segura que estás bien?

Álex lo miró.

-¿Por qué no iba a estarlo?

-No lo sé. Te veo como ida.

Se encogió de hombros y siguió mirando al frente.

No volvieron a compartir palabra hasta que llegaron a la puerta de casa de Dylan. Álex se despidió moviendo la mano y se fue. Dylan no lograba entender su comportamiento, pero confiaba en que ella estaría bien.

Entró en casa. Como todas las tardes, solo estaba Amanda, su institutriz musical.

-Buenos días señorito. ¿Empezamos con la guitarra?

-Hoy me apetecería más el piano, Amanda.

-Pero si ayer mismo practicamos.

-Lo sé. Pero simplemente, me apetece.

-Está bien.

Estuvieron hasta las seis tocando. Luego, Dylan se puso ropa de calle y con un paraguas salió a dar un paseo.

Pasó por zonas transitadas para evitar el peligro de encontrarse con uno de esos matones lanza piedras. Cuando se le hicieron la siete y la luna empezó a asomar, decidió volver a casa.

Por el camino, vio a un niño pequeño llorar, sin pensarlo dos veces corrió a ayudarle.

El niño aceptó su ayuda y le dijo que no encontraba su madre. Dylan quería llevarlo a comisaría, pero el pequeño insistía en que lo acompañase a su casa. Que inocente fue Dylan.

La chica del reformatorioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora