19. La fábrica de Londres

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El avión aterrizó en campo abierto; a unos dos kilómetros de Londres. En cuanto todos se bajaron, despegó y volvió a Roma, donde montarían más reclusos. Se haría eso hasta que todos estuviesen en Londres.

Los tres hombres estaban divididiendo a todos en tres grupos. Se los llevaron por diferentes zonas, pero todas llevaban a la gran ciudad, que a su tiempo, llevaba a un punto en común.

Alcanzaron la ciudad a las nueve de la mañana. Los condujeron por callejuelas hasta una fábrica en la que se reencontrron todos.

Al entrar, los niños notaron que, además de estar abandonada, era una vieja fábrica de embutidos. Los guiaron por unos pasillos del edificio, un lugar bastante peligroso ya que gozaba de cristales rotos, clavos y alguna que otra rata. En el final de uno, se encontraba una puerta de acero. Entre los tres hombres la abrieron y metieron a todos dentro.

Siguieron caminando por una red de túneles que se asemejaban a un laberinto y que iban cuesta abajo.

En el final de uno de los pasillos, aparecieron unas escaleras que bajaban. Descendieron por ellas y se vieron dentro de una habitación oscuro.

Uno de los hombres encendió la luz. En el interior estaban durmiendo cinco mujeres, que al iluminar el cuarto, se despertaron y levantaron. Dos se pusieron a cocinar, una a atender a los más pequeños (en los iba incluida Álex) y las otras dos se conectaron a unos ordenadores.

Todos los que habían pasado por el chequeo médico comenzaron a comer, mientras, los más mayores también eran examinados.

Una de las mujeres que estaban con el ordenador, lo dejó y cambio su tarea por coger a los que terminaban su comida y los llevaba a un cuarto distinto que estaba lleno de literas. Allí, lso metía en las camas y los dejaba dormir y decansar.

Los hombres habían salido a buscar al resto de los reclusos.

Álex pronto se iría a dormir. No estaba asusatada, es más, analizaba todo de forma meticulosa e impresionada. Ver a esas personas tan coordinadas le resultaba interesante.

Una de las cocineras se giró para ir a llevar a otro plato a un niño. Por el camino, tropezó torpemente con su propio pié, lo que provocó que el plato empezase a volar por el lugar. Álex estaba mirando en ese momento; dejó los tacones en el suelo. Como no esataba muy lejos, dio un salto en el sitio y atrapó el plato en el aire. Cuando ya estaba entre sus manos, echó los pies hacia delante y cayó recta. Puso el objeto en el suelo y ayudó a la mujer a levantarse. Ya con el plato entre sus manos, se lo devolvió; luego, volvió a por sus tacones y se fue a la habitación a dormir.

La chica del reformatorioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora