40.Descubriendo la verdad

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Antonio estaba extrañado. Álex parecía contenta y tenía ganas de entrar en acción, a pesar de su brazo. Pronto la mandarían a una fábrica a buscar pruebas de que una antigua mafia había estado allí.

Dylan, sin embargo, estaba preocupado. La veía todos los días, pero si antes lo preocupaba que le pasase algo ahora era el doble.

El día antes de ir a la fábrica ella se presentó en su casa. Obviamente, él se sorprendió.

-Tenemos que hablar.

-¿Qué sucede?

-Mañana tengo que trabajar... y nos han dicho que es una misión peligrosa. Tan solo quería despedirme de ti por si... ya sabes... me pasa algo.

Dylan corrió a abrazarla.

-No te sucederá nada. ¿No va Antonio contigo? Estoy seguro de que te protegerá.

-Ya pero... Un momento, ¿de qué conoces tú a Antonio?

Dylan se alejó y empezó a rascarse la nuca. Evitaba los ojos de Álex. Ella se le acercó, pasó la mano por detrás de su cabeza y pegaron sus frentes.

-Tienes tres segundos para decírmelo antes de que me enfade. Uno.

Dylan iba a contárselo. No quería verla más enfadada de lo que ya estaba.

Se lo contó todo. Desde como lo conoció hasta ese momento. Álex se quedó perpleja.

-Realmente, eso no me lo esperaba.

-¿Estás enfadada?

Ella no respondió.

-Tengo que irme a la misión. Ya nos veremos. -Se dio la vuelta y se marchó por donde había entrado, la ventana.

En cuanto llegó a la fábrica se puso su ropa negra de siempre para trabajar. Ahora ya no llevaba el velo, se ponía una máscara de carnaval negra con filigranas doradas.

En la misión participarían ella, Antonio y dos chicos más. Su misión era registrar la fábrica y encontrar cualquier indicio de que esa antigua mafia hubiera estado allí o siguiera llendo.

Subieron a la furgoneta.

La fábrica estaba al norte de la ciudad, pero en el interior. No era un lugar muy visible, ya que lo tapaban un gimnasio y un restaurante de gran prestigio.

Los chicos bajaron del coche y caminaron hasta la puerta. Examinaron el exterior, y cuando vieron que era la única entrada la abrieron. Dentro había claridad. Tenían tres horas antes de que anocheciese y tuvieran que irse. Se separaron y rebuscar con cuidado.

Descubrieron una gran cantidad de geringuillas, condones usados y colillas. Nada incriminatorio.

Se volvieron a reunir en el centro del lugar.

-¿Habéis encontrado algo? -Preguntó Álex.

-Nada interesante. -Respondió uno de los chicos.

Decidieron ir a la puerta, cuando Álex escuchó un ruido. Se quedó quieta y sus compañeros la miraron. Empezó a rebuscar con los ojos cualquier cosa, entonces una rata pasó corriendo al lado de su pié.

-Tan solo era una rata apestosa. -Dijo asqueada.

Los chicos fueron los primeros en salir. Ella echó un último vistazo y luego los siguió. Allí se los encontró a todos de rodillas y con las manos en alto. Seis hombres los apuntaban con pistolas desconocidas para ella.

Uno de los hombres la miró y le indicó con brusquedad que hiciese lo mismo. Álex se acercó a sus compañeros y se puso igual.

Un chico salió de detrás del más alto de los hombres y sonrió. Tendría entre veinte y veinticinco años.

-Veo que había basura en mi establecimiento. Lleváoslos dentro.

En el interior de la fábrica, los hombres los ataron a cada uno en una columna diferente, todas ellas en hilera.

El chico se paseó por delante de ellos. El primero al que miró fue a Antonio. Lo inspeccionó de arriba a abajo. Siguió hacia delante hasta saltar a los dos chicos y llegar a Álex. Cuando la vio sonrió.

-¿Qué hace una monada italiana como tú en Londres?

-¿Qué te hace pensar que soy italiana? -Ella le sostuvo la mirada.

-Por favor, pelo y ojos oscuros, piel fuerte y un carácter que me hace desear abofetearte. Es obvio. Además, he visto tu carnet de identidad.

-Yo no tengo de eso.

-El caso es que yo llevo vigilándote mucho tiempo.

Álex apartó la cara. El chico sonrió el doble. Levantó la mano izquierda y uno de sus matones se acercaron a él.

-Quiero cierta información que solo tú sabes. Ahora mi pregunta es: ¿me la darás? -No respondió. -Quiero saber sobre eso que tu padre te metió en la cabeza.

Álex abrió mucho los ojos. Sabía de lo que estaba hablando, pero era el mayor secreto que tenía y que jamás debía contar.

-No sé de qué me hablas.

El chico movió el dedo índice de la mano izquierda y el matón se acercó a Álex. La cogió del pelo tiró de él hacia arriba para obligar a mirar al chico a los ojos.

-Creo que no je sido claro. Te lo diré de otra forma. Cuando tenias seis años, tu padre introdujo algo en tu cabeza. Quiero saber lo qué.

-Te he dicho que no sé de qué me hablas.

El chico movió el dedo pulgar. El matón tiró más hacia arriba del pelo.

Volvió a preguntárselo y ella le dijo lo mismo.

-Suéltala-lo obedeció-. Es evidente que así no vamos a ninguna parte. Creo que tendré que ser más estricto contigo.

Le hizo una indicación a los hombres, que cogieron a los chicos y los llevaron frente a Álex. Los obligaron a ponerse de rodillas.

-De acuerdo. Por cada vez que me des la respuesta errónea se lo haré pasar mal a tus amigos. Así que vamos a jugar.

La chica del reformatorioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora