Capítulo 21.

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Lunes por la mañana. Alguien máteme por favor.

En el baño, tras haberme dado una ducha caliente, y restregado el cuerpo con un frenesí violento, me había mirado en el espejo para mirar mi horrible rostro. Tenía sombras azuladas─moradas debajo de los ojos, mis ojos inyectados en sangre, mis labios partidos de tanto haberlos mordido intentando reprimir los sollozos de ayer, mi rostro pálido, mi cabello goteando a ambos lados de mi rostro. La verdad me sentía peor de lo que me veía. Aunque intentaba convencerme que lo que Harry había decidido ayer era lo mejor, para ambos.

Intenté sonreír en el desayuno, pero apenas y pude arrastrar mi trasero a la cocina. Mi madre y Matt me saludaron, ni siquiera les respondí. Me dediqué a desayunar un poco de cereal, debido a que después del desayuno del día de ayer, no había probado bocado. Y no es como si tuviera hambre pero tampoco quería morirme de anemia o una mierda así. Matt me había estado observando todo el desayuno y de reojo en el camino a la escuela con el ceño fruncido, notablemente confundido. Pero cuando se había detenido frente la construcción que era mi colegio y se había permitido preguntarme acerca de mi actitud, salí del auto sin mirarlo o decirle alguna cosa.

En fin, en cuanto llegué a la escuela, noté dos cosas: a) que Alice no estaba en los casilleros como de costumbre por las mañanas, y b) que cuando la divisé estaba hablando con Alex a unos metros más allá de mí.

Al principio me sentí mal porque pensé que no querían que estuviera con ellos, y me sentí algo excluida. Pero entonces ellos miraron en mi dirección y me saludaron con unas sonrisas, que me parecieron más que nada forzadas, en sus rostros, pero igual los saludé de vuelta y cuando me hicieron un gesto para acercarme simplemente negué con la cabeza y cerré el casillero. Alice me hizo una seña de que después hablaríamos y asentí en su dirección mientras me alejaba.

Iba a entrar a la clase de biología con el profesor Tyler, pero entonces una figura con rizos venía en mi dirección, para entrar a la misma clase. Me miró, y yo lo miré de vuelta. Pero cuando intentó acercarse a mí, eché a correr dirigiéndome a cualquier lugar lejos de él, sintiendo mi dedo meñique temblar y las lágrimas picar mis ojos.

Justo cuando iba diez pasos lejos de él, el timbre sonó y me escondí en la primera puerta que vi, que me pareció era la puerta de la habitación del conserje. Cerré la puerta detrás de mí, poniéndole pestillo y deslizándome por ella en cuanto no escuché ningún ruido procedente del exterior. Entonces admiré el lugar donde me encontraba y parpadeé un par de veces antes de notar lo que era. La habitación me pareció más bien una bodega, era un espacio medianamente grande y había repisas a los lados, una especie de armario, unos cuantos cestos con ropa perdida, algunos utensilios de limpieza, y en la otra esquina de la habitación había un hombre sentado detrás de una especie de escritorio. Nuestras miradas encontrándose.

Era un hombre viejito, con el cabello canoso y unas entradas prominentes. Usaba un mono azul y llevaba unos lentes como los de Harry Potter, tras los cuales se escondían un par de ojos grisáceos. En sus manos se hallaba un libro, y después de unos segundos lo cerró, quitándose los lentes e inclinando su cuerpo hacia adelante en el escritorio, mirándome con una sonrisa amable en su rostro.
─¿Estás bien, dulzura? ─me preguntó con una voz que podría imaginar como la de mi abuelo (si tuviera uno, claro).

Me dediqué a seguir con la vista clavada en su rostro cariñoso y amable, y segundos después no aguanté más y parpadeé varias veces intentando no llorar. El tic de mi dedo desplazándose por todo mi cuerpo, hasta el punto que se me hizo imposible contener las lágrimas y salieron como las cataratas del Niagara, seguidas de unos sollozos similares a los de cuando matan a un animal. Negué con la cabeza en respuesta a su pregunta.

Silencio.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora