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Miro hacia el hombre caído a mis pies. Está muerto. Y Richard tiene esa expresión de sorpresa y miedo mezclados de cuando matas por primera vez a alguien. Necesito acercarme a él para hacerlo reaccionar porque se ha quedado bloqueado, pero en cuanto intento ponerme en pie, una fuerte explosión me tumba de nuevo, provocando que mis oídos piten.

Me siento desorientado y me falta el equilibrio cuando intento levantarme una vez más. Mi mirada se pierde buscando a Richard, pero solo encuentro un agujero en el lugar donde estaba segundos antes. La granada lo ha volatilizado.

Joder. Me derrumbo. Solo tenía 22 malditos años. Ni siquiera había empezado a vivir y ya no podrá hacerlo. Ni su familia tendrá un cuerpo al que enterrar y llorar. Esto es una puta mierda. El ejército es una puta mierda.

Siento unos brazos intentando izarme. Sé que me están hablando pero no los escucho. Mis oídos aún no se han recuperado de la fuerte explosión. Y mis ojos continúan fijos en donde debería estar Richard en este momento.

Me libero del agarre y gateo hasta sus restos. Necesito encontrar su chapa. Al menos su familia tendrá algo que le perteneció. Escaso consuelo, lo sé, pero no se me ocurre nada mejor que ofrecerles.

-Señor - me sujetan de nuevo e intentan tirar de mí - Señor, debemos irnos. Se están acercando.

Miro a mi alrededor y veo al resto del equipo. Están asustados y con razón. Nos están cercando y los refuerzos parece que no van a llegar a tiempo. Tenemos que irnos ya.

-Joder - digo a la desesperada, pero me levanto y doy orden de partir.

Justo cuando me giro hacia ellos para subir a la loma, veo el brillo inconfundible de una chapa de metal a escasos metros de mí. Después de ordenarles que continúen moviéndose, me acerco y la recupero. Siento un extraño alivio al momento al comprobar que es de Richard.

Los disparos silban a mi alrededor y me obligo a correr. Si muero ahora, no habrá servido de nada el sacrificio de Richard.

-Vamos - les grito - Seguid corriendo.

Disparo al aire, deseando que alguna bala llegue a su destino, pero no me paro a averiguarlo. Necesitamos llegar al otro lado de la colina como sea.

Entonces, una nueva explosión muy cerca de nosotros nos lanza por los aires y aterrizamos contra el duro suelo. Por un momento me quedo sin respiración. Por más que lo intento, el aire no llega a mis pulmones. Siento que moriré ahogado y mi último pensamiento es para el muchacho que me salvó la vida. De poco le ha servido, me temo.

Me despierto una vez más empapado en sudor y mi respiración es irregular. Me llevo las manos al cuello e inspiro profundamente. La sensación de ahogo persiste por unos minutos, hasta que regulo el latir de mi corazón. En una de estas, no despierto y de acaban mis pesadillas.

Me ducho con agua fría para borrar la sensación de calor que tengo. Es como si todavía notase el calor que desprenden las granadas al explotar. No me gusta sentirme así, pero tampoco puedo evitarlo. Tengo ganas de beber para olvidar, pero no lo haré. No caeré es esa trampa.

ImplícateDonde viven las historias. Descúbrelo ahora