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CAMERON

No hay nada mejor que llegar a casa después de un agotador día de trabajo sabiendo que allí sólo te encontarás paz y sosiego. Nada de sobresaltos ni problemas. Mi apartamento es mi remanso de paz, donde desconecto de los problemas que me han estado contando mis pacientes.

Y aunque muchas veces me traigo trabajo a casa, no se siente como en la consulta, cuando miras a los ojos de la gente y ves su dolor a través de ellos. En casa puedo ver la situación desde otra perspectiva y puedo buscar alternativas que ayuden mejor a mis pacientes.

Decido prepararme un buen baño de espuma, hoy lo necesito, y me meto en él llevando algunas de mis anotaciones sobre las últimas sesiones de Kelly, aunque no voy a encontrar nada nuevo en ellas porque se niega a hablar. Estoy realmente preocupada por ella.

La conozco desde niña, pues sus padres decidieron traerla a mi consulta cuanto tenía tan sólo 8 años, por culpa de su extrema timidez. Y porque usaba su sordera en muchas ocasiones como excusa para no hablar con la gente que no conoce.

Sus padres siempre han tratado por todos los medios a su alcance de hacer su vida lo más normal posible, conscientes de que la sordera podría convertirse en un obstáculo para ella. Y es por eso que Kelly no sólo conoce la lengua de signos, sino que lee perfectamente los labios y habla con fluidez.

Además, me ha dicho que se está preparando para poder estudiar Mediación comunicativa y así ayudar a quien no ha tenido su misma suerte. Es una muchacha muy inteligente y sé que será capaz de eso y de mucho más. Su timidez es sólo una pequeña piedra en su camino, que estamos intentando apartar para que pueda lograr sus objetivos y así se lo hago ver en cada sesión.

Después de cinco años tratándola, creí que lo habíamos logrado y estaba dispuesta a darle por fin el alta, pero entonces murió su padre y Nancy se unió a la terapia por un año para intentar superarlo. Fue demasiado repentino y las destrozó a ambas. Por desgracia, Kelly y yo tuvimos que empezar otra vez desde cero.

El último año parecía que todo iba bien de nuevo, incluso me había hablado en algunas ocasiones de compañeros de clase con los que ahora quedaba por las tardes para estudiar o salir por ahí. Un gran paso para ella, que me decía que íbamos por buen camino. Sin embargo un día, de repente, sin ninguna razón aparente, decidió no volver a hablar. Con nadie. Ya van dos meses así y me frustra y preocupa no saber qué ha ocurrido para que se comporte de ese modo.

Sé que debería trasladar su caso a uno de mis colegas, pues para mí Kelly ya es mucho más que una simple paciente, pero sencillamente no puedo hacerlo. Sería como abandonarla en su peor momento y no me siento capaz de eso. Rompería su ya de por sí frágil confianza. Haré lo que esté en mi mano por ayudarla, aunque no sé qué cómo si sigue empeñada en no hablar conmigo.

-Kelly, ¿qué te ha pasado? - cierro los ojos y suspiro intentando eliminar la frustración de mi cabeza.

Pero el recuerdo de las sesiones con otro de mis pacientes, que aunque habla mucho, en realidad no dice nada, se cuela en mi mente para atormentarme más. Después de dos sesiones, sigo sabiendo tan poco como el primer día. Y tengo la impresión de que me costará traspasar sus barreras. Casi empiezo a creer que estoy perdiendo facultades.

ImplícateDonde viven las historias. Descúbrelo ahora