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Un banco a la sombra
de cuatro árboles inmensos.

Risas.

Caricias en la mano,
y a veces en la barbilla.

Más risas.

Besos en el cuello
y alguno bajo la oreja.

Risas,
mientras miran que nadie los vea.

Dedos que se entrelazan,
que juegan,
que se olvidan
porque de pronto se pierden
en la mirada del otro.

Silencio.

El sol se filtra bajo las hojas
y tintan sus ojos de dorado.
Aunque no hace falta
para brillar aún más.

Caricias,
esta vez en los labios.

Dedos que se entrelazan
y no se sueltan.

O no debían de haberlo hecho.

A veces estos instantes
son los peores recuerdos.

Aquellos que no se olvidan.

Aquellos que no se olvidan

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