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Los pies me pesaban, dar un paso es un gran esfuerzo. En mi cabeza reina un gran dolor. Pero tengo que seguir, tengo que huir, no puedo seguir aquí. Escucho los aullidos de ellos, casi llego, no puedo dejar que me encuentren, sería mi fin.

Pronto llegaría, estoy cerca, puedo hacerlo.

-Sí que puedes, nosotras podemos- me dice Ana.

Cerca, sólo unos cuantos pasos más, unos pocos metros. Un ruido me distrae, proviene de mi lado izquierdo, asustada paro de correr para voltear la vista hacia donde se escuchó el ruido, miro la piedra azul que se hallaba en mi mano, ésta brilla con luz propia, levanto la vista y veo dos puntos rojos escondidos en la oscuridad. No, no, no, no puedo dejar que me atrape. Corro hacia la línea imaginaria, dispuesta a cruzarla, y al hacerlo mis pulmones se llenan de aire fresco, caigo rendida al suelo, apoyándome en el tronco de un árbol. Mi vista se dirige a la línea, desde allí unos ojos rojos me observan, pero no pueden hacerme nada, ya no.

Al fin puedo decir estas palabras, estoy a salvo.

El Castigo De La LUNADonde viven las historias. Descúbrelo ahora