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-De pie, Ryo- el pelinegro se levanta de manera rápida, asustado por aquella extraña estatua.

-¿Qué mierda es eso?- el ceño del Japones se frunció al igual que el de Marilyn. Estaban consternados, ¿qué era lo que estaban viendo?

Ambos miraron los ojos de la mujer de piedra y estos, por una fracción de segundo los miraron. Con el corazón a mil, con el miedo a flor de piel, los amigos salieron corriendo en dirección opuesta a la estatua.

Los árboles los rodeaban y les brindaban calidez, las ramas y hojas secas crujían bajo sus pies y el viento soplaba con gran fuerza en sus caras.

El miedo los envolvía y la curiosidad los comía.

-Ryo, corre más rápido- gritó la chica al escuchar pisadas que los seguían muy de cerca. Estaban entrando en pánico, cosa que no debían hacer.

Las pisadas pararon, pero pararon delante de ellos. Sus ojos viajaron hacia la figura que se encontraba al frente de ellos obstruyendo su paso. Emma se situaba frente a ellos con autoridad y determinación, seguridad en su mirada ahora verde. ¿Sus ojos no eran grises?

-¿Emma?- pregunto en un hilo de voz el japones.

-¿Emma? Já, ¿Quieres hablar con ella, chinito?- ambos amigos fruncieron el ceño frente a las palabras de la chica.

Estaban sin palabras, esta no era su amiga.

La chica de ojos verdes se rió levemente y puso una mano delante de su rostro, tapando la mitad de este. Separó su dedo índice del dedo del medio y entre éstos el ojo derecho brilló, un gris plata los saludó.

-Chicos, ayúdenme- estaban demasiados confundidos, no sabían qué creer. Se miraron entre sí para luego irse de ahí corriendo. Mientras salían de aquel bosque risas se paseaban de entre los árboles llegando a sus oídos.

El Castigo De La LUNADonde viven las historias. Descúbrelo ahora