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El sueño se desvaneció cuando unos dedos demasiado fríos me pellizcaron la nariz. 

Despierta, sol de medianoche —susurró Hyuk, con esa voz que sonaba a vino derramado sobre un piano desafinado—. Necesitas comer antes de que tu hígado se suicide por aburrimiento. 

Me incorporé, notando dos cosas: 
1. Había dormido profundamente por primera vez en años (¿era su presencia o el agotamiento postapocalíptico?). 
2. Mis pies no tocaban el suelo cuando me sentó en el sillón, mientras los suyos —descalzos, pálidos como mármol— parecían arraigados a las sombras del piso. 

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Hyuk agarró mis pantuflas moradas (únicas supervivientes de la mudanza) y se arrodilló para calzármelas. 

No tienes que

Cállate —cortó él, ajustando el talón con precisión de relojero—. Si no lo hago, caminarás como un pato ebrio y arruinarás mi estética gótica.

Al levantarme, noté su atuendo: pantalones cortos, camiseta holgada. Parecía un estudiante universitario... si los estudiantes universitarios no proyectaran sombras que se retorcían solas

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La cocina olía a café y a algo más: el aroma dulzón de la sangre que aún circulaba por mis venas. Hyuk se movía alrededor como un gato entre fogones, evitando deliberadamente el refrigerador. 

¿Qué comerás tú? —pregunté, inocente. 

Él se deslizó detrás de mí, sus labios rozando el cuello justo donde latía la yugular. 

Algo con... vida —murmuró, y su aliento heló mi piel. 

Me aparté, pero no lo suficientemente rápido. Mis mejillas ardieron

Cuando dormías, salí por más comida —dijo, señalando la despensa repleta—. Aunque ese brebaje blanco sigue siendo repugnante.

¿La leche? —agité la caja frente a su nariz. 

Hyuk retrocedió como si hubiera sacado un crucifijo. 

Es veneno disfrazado. Huele a ternera triste —gruñó, mostrando los colmillos en un gesto que no era del todo teatral.

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Me senté a comer, hipnotizada por cómo Hyuk jugueteaba con mis dedos, dibujando círculos en mi palma como si descifrara un mapa de venas. 

Tu calor es... —busco la palabra correcta— ...adictivo

El sonido proveniente del segundo piso nos paralizó a ambos

Un crujido. Un arrastre. Una risa. 

Hyuk se puso de pie tan rápido que la silla se estrelló contra la pared. 

Quédate. Aquí —ordenó, y por primera vez, el anillo en mi dedo vibró, como si su voluntad y la mía chocaran. 

Las sombras lo tragaron mientras subía las escaleras. Yo, por mi parte, tomé el cuchillo del pan.

Por si acaso.

v a m p i r eDonde viven las historias. Descúbrelo ahora