N e w s

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Sus brazos - fríos, pero no incómodos - me rodeaban la cintura como enredaderas de una planta que olvidó ser venenosa.

- Estoy despierto -susurró Hyuk contra mi nuca, y su voz sonó a tierra removida, a algo que no debería hablar pero lo hace igual.

Me dio vuelta con esa facilidad sobrenatural, como si yo fuera de papel.

-No me trates como a un bebé -protesté, cruzando los brazos.

Él respondió apretándome las mejillas entre sus manos, como si mi enojo le resultara adorable.

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-Regla uno: no soy un juguete. Regla dos: no me toques. Regla tres: esta cama es territorio humano -dije, señalando cada punto con un dedo.

Hyuk arqueó una ceja, miró la cama, luego mis labios temblorosos, y se rió. Un sonido oscuro, como piedras cayendo en un pozo sin fondo.

- ¿En serio crees que las reglas aplican para algo como yo?

Pero cuando bajé las escaleras y encendí la TV, el mundo ya había escrito sus propias reglas.

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La pantalla mostraba caos en loop:

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Y luego, la imagen que me heló la sangre:

Un neófito, con los ojos inyectados en sangre y la boca desencajada, arrancándole la garganta a un reportero en vivo.

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Hyuk empacó mi vida en maletas en menos de un minuto. Libros, ropa, el tarro de café medio lleno.

- ¿Adónde vamos? -pregunté, viendo cómo doblaba mi suéter favorito con esmero de arqueólogo.

-Donde nadie mire fijamente los espejos -respondió, sin alzar la vista.

Pero entonces lo vi: el anillo negro en mi dedo (el que apareció cuando lo toqué) ahora tenía un brillo opaco, como recordándome algo.

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-¿Y si tienes hambre? -la pregunta salió en un susurro.

El silencio pesó más que todas las maletas juntas.

Yo había preguntado: "¿Y si tienes hambre?"

Hyuk dejó de empacar. Sus manos -tan cuidadosas al doblar mis blusas - se quedaron suspendidas sobre la cama.

Entonces lo vi.

Un destello carmesí en sus pupilas, fugaz como un relámpago tras las colinas. No me miró a mí. Miró la mancha de luz que el amanecer rojo proyectaba sobre las sábanas, como si fuera un recordatorio de todo lo que ya no podía beber.

El televisor seguía balbuceando noticias de neófitos desangrando ciudades, pero en ese instante, solo existió el sonido de su respiración controlada:

- No soy como ellos -dijo al fin, cerrando la maleta con un click que sonó a sentencia-. Pero tampoco soy tu salvador.

Se llevó las bolsas escaleras abajo, dejándome sola con el eco de lo que no había dicho:

Que el hambre siempre vuelve.

Que algún día, mi cuello le sabrá a perdición.

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A través de la ventana, el mundo se había teñido de un rojo enfermizo.

No era el atardecer.

Era el humo de los incendios que empezaban a devorar las afueras de la ciudad.

¿Cuánto tardarían en llegar aquí?

¿Cuánto tardaría yo en mirar a Hyuk y preguntarme si ya no reconozco sus ojos?

v a m p i r eDonde viven las historias. Descúbrelo ahora