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Dejar de respirar no es algo agradable, ni mucho menos. Al no proporcionarle aire a tus pulmones, el riego sanguíneo se detiene antes de poder abastecer a tu corazón y sufres un pequeño infarto cerebral. Mueres por unos segundos, y luego vuelves a la vida, como por arte de magia. Es como cuando hacemos algo inconscientemente y luego nos damos cuenta del error que hemos cometido. Por un momento dejaste de ser tú, y aunque parezca imposible la vida te da otra oportunidad. La sangre vuelve a circular por tus venas y todo lo que creías perdido desaparece. El aire que tanto necesitabas vuelve a estar dentro y fuera de tus pulmones.

Pero, todavía más desagradable que "morirse" por unos instantes, es despertar completamente a oscuras. No sabes si lo que sientes es real. La oscuridad se cierne sobre ti, sin permitirte saber nada de tu entorno y no sabes si en realidad estás muerta o te dieron la oportunidad de vivir. En mi caso, tuve suerte. Pero no el tipo de suerte que tiene uno cuando le toca la lotería, sinó el tipo de suerte que tienes solo porque a los de arriba les apetece saber cómo coño puedes huir de su siguiente trampa.

Mirase a donde mirase, todo era negro. Ni un ápice de luz en alguna esquina o lugar. Estaba casi cien por cien segura que él me había traído a este lugar, pero, ¿con qué propósitos?Puse mi mano sobre mi pecho y comprobé como mi corazón seguía latiendo, quizás un poco rápido, pero lo seguía haciendo. Daba igual quien me hubiese llevado allí o lo que estuviera pasando, no podía quedarme de brazos cruzados, así que comencé a moverme y analizar el lugar. Estaba sentada sobre una silla bastante dura. La toqué con mis manos. Parecía de madera. Moví mis manos con sumo cuidado de un lado a otro, buscando cualquier cosa que me sirviese de ayuda. Al cabo de unos segundos, a la altura de mi cadera mis manos chocaron con algo. Tendría el tamaño del asiento de la silla en la que estaba. Parecía de plástico, y en la parte trasera tenía un cristal rectangular. Una lente. Pensé que podía ser una linterna, aunque nunca había visto una con aquellas dimensiones. Con cuidado lo moví hasta que encontré lo más parecido a un interruptor en su lado derecho junto a la lente y, siendo consciente de lo que hacía, lo presioné.

La luz se proyectó en una pared que había a escasos metros de mí. Miré mejor la máquina que tenía entre mis manos. No era una linterna en absoluto, era un proyector. Me miré a mi misma unos segundos. Seguía con la ropa que tenía la última vez que recordaba estar consciente. Y aquello me llevó a pensar en por qué había perdido el conocimiento. Había sido por su culpa.

La imagen rectangular blanca sobre la pared había cambiado bruscamente, provocando un ruido bastante desagradable. Tapé mis oídos y me fijé en lo que proyectaba; imágenes inconcretas pasadas a cámara rápida del manicomio de Arkham. Repentinamente, el proyector dejó de hacer aquel sonido y pude quitar las manos de mi cabeza. Empezó a reproducir un vídeo. Eran grabaciones tomadas de las cámaras de vigilancia de Arkham.

La primera era corriente. Era la sala donde siempre me reunía con Paul. Al rato aparecí en escena, sentándome enfrente de él y charlando con mi libreta en la mano. Y así fueron pasando escenas y escenas de mi yo del pasado junto con Paul en la sala de visitas o en su celda. ¿Cómo había conseguido aquellas grabaciones? Y si no era él quien me había traído, ¿quién estaba detrás de todo aquello y por qué tenían aquellas grabaciones?

Y mi mayor pregunta, ¿qué propósito tenía todo aquello?

Las grabaciones de Paul y mías se terminaron y, como última proyección, apareció un vídeo de seguridad de el exterior de Arkham, donde se veía a Paul intentando escapar.

Escuché unos pasos a mis espaldas. Eran lentos y ligeros, quien fuera intentaba no ser notado pero el silencio sepulcral de la sala lo delataba. Esperé hasta que aproximadamente estaba a un metro de mí y me giré agarrándole por el cuello, intentando inmovilizarlo. Él fué más rápido y ágil, y aprovechando que mis movimientos habían sido ciegos cogió mis brazos y tiró de ellos hasta ponerlos en mi espalda, haciéndose así con el control de mi cuerpo. Cerré los ojos al chocar contra su pecho y los mantuve así. Su aliento cálido llegaba hasta mis párpados y los hacía debilitarse, pero yo no quería eso, aunque él sí. Me negaba a abrir los ojos. No quería mirarle, porque sabía que mirarle significaba aceptar escucharle.

He Is Mad | Jerome Valeska | Cameron MonaghanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora