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El taxista conducía de una manera que cada vez me exasperaba más. Giraba de un lado a otro frenando lo máximo posible, seguramente para hacerme pagar más de la cuenta, pensé, pero luego me percaté de que el precio variaba dependiendo de los kilómetros, no del tiempo. El trayecto era desde el hospital hasta la vieja siderúrgica en el otro extremo de Gotham. En total eran alrededor de unos seis kilómetros, lo que a una velocidad normal serían treinta minutos, pero gracias a la tortuga que llevaba por conductor se habían vuelto cincuenta.

Mis brazos rodeaban mi propio torso con furia, y entonces pensé en lo que estaba haciendo. Iba a buscar a Jim, a separarlo de aquella mujer. Pero no por ningún motivo personal, aquello era serio. Ella estaba loca. Tan loca para matar a sus padres, y posiblemente le haría lo mismo a Jim si la situación lo precisase. Porque eso es lo que hacen los locos. Se acercan a alguien y le quitan todo lo que tiene. Incluyéndose a ellos mismos.

Agité mi cabeza y la golpeé contra la ventanilla del taxi. Tenía que dejar de llevar todo a mi terreno. No podía dejar de pensar en lo ocurrido hacía apenas unas horas y el hecho de estar tratando con problemas referidos a más presos de Arkham no ayudaba.

-Ya hemos llegado-. Dijo el hombre. Levanté mi cabeza y pude ver el gran edificio abandonado en medio del descampado.-Son treinta dólares.

Miré al hombre como si me acabase de decir la mayor estupidez del mundo. Pero no me apetecía discutir, así que le dejé el dinero en la mano y salí corriendo del coche, cerrando la puerta con un marcado portazo. Odio los taxis.

Oí como el coche salía a toda velocidad del descampado. Le miré con recelo. Aquella no era la misma velocidad con la que habíamos llegado aquí. Odio los taxis. Con toda mi alma.

Miré a ambos lados del edificio, nada le rodeaba, excepto por un coche que se encontraba unos doscientos metros detrás del edificio, tapado por la tierra que era empujada por el viento y se colaba en todas partes, incluidos mis ojos. Tapé mi rostro rápidamente con la manga de mi sudadera y corrí hacia lo que esperaba que fuese la puerta del edificio. Frené un metro delante de ella para evitar chocarme y la abrí muy despacio, sin hacer el más mínimo ruido. Destapé mi cara cuando conseguí entrar del todo y evitar la constante corriente de tierra. Con mucho cuidado abrí mis ojos, los cuales estaban un poco enrojecidos debido a la tierra que se había metido en ellos antes de que pudiese evitarlo.

El edificio, semi derruido y semi oxidado, ya no es lo que fue hacía treinta años. Recordaba haber hecho un reportaje sobre el lugar y qué se realizaba en él, y su aspecto no se parecía nada al actual.

Un ruido metálico resonó en todo el edificio. Giré mi cabeza en la dirección en la que lo había oído y caminé de la forma más sigilosa que pude. Mis zapatillas rozaban contra la piedra polvorienta del suelo, lo que hacía que mi especialidad como espía dejase ser mi especialidad.
El ruido se repitió y pude percibirlo mejor. Estaba a unos metros de dónde yo me encontraba, y el ruido me recordaba a la carga y descarga de una pistola. Una voz vino después de aquel ruido.

-La próxima vez que una mujer te pida un arma, no se la des-. Oí una voz masculina y sonó como si a alguien le hubiesen dado un muy fuerte puñetazo a otro alguien, el cual gimió de dolor.-Estúpido policía.

Caminé unos metros más rápido que los anteriores y a través de la fisura de una pared pude divisar la escena que se estaba llevando a cabo.

Jim estaba sentado sobre una silla, esposado con las manos en su espalda y de su nariz y labio salía bastante sangre. Un hombre que se me hacía extrañamente conocido, con un elegante traje y bien peinado se sobaba la mano, posiblemente fue quien pegó a Jim. A su lado una chica de tez oscura tenía un arma descargada en la mano, de la cual sus balas se perdían por todo el suelo de la planta entera.

-¿Acaso creías que Bárbara nos abandonaría por ti, un miserable policía al que no le llega lo que tiene y arriesga su vida en busca de más?-. Preguntó con una sonrisa en su cara el hombre. Miró hacia la chica y ambos rieron de forma un poco falsa.-Es tu fin James Gordon.

El hombre apuntó a Jim con un arma que tenía en su mano izquierda y se dispuso a disparar. Tenía que hacer algo. Tenía que entrar en escena.
Asustada por la situación, solo se me ocurrió cojer una de las muchas balas que colonizaban el suelo y lanzarla, provocando que chocase contra una lámina de aluminio y provocando bastante ruido. No era mi intención pero funcionó igualmente.

-¿Qué ha sido eso?-. Preguntó el hombre. Miró a la otra mujer, nervioso.-Venga, muévete, si hay alguien por ahí mátalo, no quiero testigos.

La mujer hizo lo que él le ordenó y desapareció por uno de los huecos de la pared, en mi búsqueda. Estaba tan nerviosa que mis manos se resbalaban la una de la otra por el sudor. Pero no podía paralizarme ahora. Siguiente paso.
Caminé lo más sigilosa que un ser humano podría ser en su vida y llegué hasta uno de los huecos de la pared por donde se accedía a la sala donde ellos estaban. El hombre aún apuntaba a Gordon, pero su brazo temblaba. Oí unos pasos acercándose a la sala por el lado contrario al que yo me encontraba cuando dos personas más entraron en ella.

-Sentimos llegar tarde, es culpa de este idiota-. Me sorprendí. Aquella era Bárbara. Miró a Jim como si mirase a un pedazo de carne muerta y después de escupirle en la cara miró al hombre de nuevo y señaló a la persona que la acompañaba.

No. Otra vez no.

-¿Acaso fracasó tu plan, pequeño payaso?-. Dijo el hombre sarcástico.

Mis manos sudaban el doble ahora y mi corazón latía demasiado rápido para mi gusto. Él no dijo nada. Solo rodó los ojos y se apoyó en una de las paredes cruzando sus brazos.

-Obviamente sí-. Dijo ella.-¿Cómo pensabas arreglarlo con ella disparando a su amigo?

-Con que...es cierto-. Dijo el hombre.-No me lo creía del todo, pero veo que alguien se ha apoderado del corazón de mi psicópata más cruel.

Jerome continuó en silencio, negándose a hablar.

-Y veo que también se ha apoderado de tu lengua-. Dijo negando con la cabeza.

Bárbara soltó una muy aguda carcajada que hizo con Jerome hiciese una mueca de asco.

-No se ha apoderado de nada; las personas no pueden apoderarse de aquello a lo que no quieren-. Dijo Jim hablando por primera vez.-Y Kelsey no te quiere.

Después de decir aquello escupió la sangre que se colaba en su boca desde su nariz y labio.

-Kelsey...-. Susurró el hombre.- Menudo nombre más feo, ¿sabes quien se llamaba Kelsey? La comadreja de mi tío.

El hombre soltó una estúpida carcajada al igual que Bárbara. Jerome seguía inexpresivo apoyado sobre la pared. Su pelo relucía rojo debido a que hoy su piel era más pálida de lo normal, lo que también hacía que se marcasen sus ojeras y sus clavículas.

-Y dime...¿dónde está esa comadreja ahora?-. Su voz estaba quizás un poco más seria que anteriormente.

Un pequeño silencio se instauró mientras todos le miraban, incluida yo, incluido Jim.

-No lo sé, ni me importa-. Sus palabras creaban sentimientos confusos en mí que no sabía responder.

Mi respiración y todo mi cuerpo se tensó al oír el seguro de una pistola y al notar el metal frío de esta en mi espalda.

-¿Tampoco te importa que la mate?-. Dijo una voz detrás mío empujándome. Era la chica de antes. Clavó la pistola en mi espalda hasta que entré por completo en la sala y quedé expuesta ante la mirada de todos. Tanto Bárbara cómo el hombre estaban confundidos, mientras que las expresiones de Jerome y Jim eran exactamente la misma. Preocupación. O eso quería pensar.
-Disparo cuando tú me digas Theo.

Y la mujer esperó órdenes de aquel hombre al que había llamado Theo con su pistola en mi columna vertebral y mi vida en sus manos, pero mis ojos y mis cinco sentidos estaban en otra persona en aquel momento.

He Is Mad | Jerome Valeska | Cameron MonaghanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora