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No tenía la sensación de que mi corazón fuese más rápido de lo normal ni que mis manos sudasen tanto que tuviese que limpiarlas contra mi pantalón. Al contrario. Mi corazón había dejado de latir. Sentía mi piel fría por todo mi cuerpo. Estaba muerta. Posiblemente de miedo, pero lo estaba.

Cuando tenía quince años escapaba de estas situaciones a la antigua usanza; corriendo. Corría y corría y huía y no miraba atrás. Y cuando lo hacía, cuando volvía a mirar hacia mi pasado, él me encontraba.

"—Siempre ha sido así, y siempre lo será."

Eso era lo que me había dicho Michael la última vez.

—Aún puedes negarlo todo...—interrumpí a Finn. No entendía a qué se refería, pero no quería que dijese nada. La comisaría estaba en silencio. Todos le conocían. Todos le temían.

Saqué fuerza de voluntad de donde no creía que me quedaría y comencé a caminar. Cada paso que daba era una tortura incesante dentro de mí.

¿Cómo me había encontrado?
¿Qué había estado haciendo los últimos años?

Y sobretodo:

¿Por qué justo ahora?

Terminé de subir las escaleras y llegué a la puerta del despacho del Jim. A través de los cristales semiopacos de la puerta podía vislumbrar dos siluetas. Una, ya conocida como el jefe de policía Gordon, estaba apoyada sobre la mesa y tenía su mano en su mentón de forma pensativa. En frente de él, un hombre estaba sentado. Sus dedos bailaban sobre el reposa brazos del sofá, y uno a uno sus anillos brillaban al reflejar la luz que provenía de las ventanas del despacho.

Aún recordaba todo. Tantos años intentando olvidar mi pasado, uno que incluso Wade desconocía, y ni una mísera de sus palabras se había borrado de mi mente. Quería llorar. Tan fuerte como para dejar a todo el mundo sordo en todo Gotham, pero no podía. Aquella era la última persona a la que dejaría ver mi lado débil.

Sin dudarlo un segundo más, y girando el pomo de la puerta sin siquiera llamar antes, entré en la habitación. Jim estaba claramente incómodo. Quién no. Mi entrada inesperada dio pie a que enderezase su cuerpo y se acercase a mí. Notaba en sus ojos que algo iba mal, muy mal, pero estaba más que acostumbrada.

Con él todo siempre iba mal.

—Kelsey—murmuró Jim. Los dedos del hombre dejaron de bailar y se congelaron al oír mi nombre. Pude notar de cerca como, la mayoría del pelo que cubría su cabeza era ahora blanco, y no de aquel color azabache que tanto le caracterizaba.

—¿Podría dejarnos a solas, Gordon?—tenía que actuar de una forma convincente. Él era el rey de la astucia, hipocresía y sobretodo del engaño.

El desconcertado Jim asintió y abandonó lo habitación, dejándome sola contra aquel hombre.

Unos minutos pasaron, y el silencio que inundaba la habitación hacia que la tensión mantenida dentro de mi cuerpo aumentase progresivamente. Mil sentimientos me inundaban, y no estaba segura de cómo iba a reaccionar.

Ni él ni yo.

¿Aún le temes a mi voz?—su voz, rasposa, se arrastraba. No era la misma que había usado para hablarle a Jim, ésta era su voz de verdad. La que sólo usaba cuando quienes habíamos visto de lo que era realmente capaz le escuchábamos.

—Nunca le temí a tu voz—intentaba que mis labios no temblasen al hablar, y era complicado—Temía al poder de tus palabras.

Soltó una risa sorda y rascó su mentón.

—Por una vez admites que tengo poder—soltó un quejido al incorporarse y caminó hasta la bandeja de licores, observando las botellas y acariciando el cuello de éstas.—¿Qué nombre te pusiste esta vez? ¿Kelsey? ¿Así de básica eres ahora?

—Siempre me enseñaste que...

—Lo se, hiciste bien; es un nombre que no llama mucho la atención—se giró hacia mí. Solo podía percibir la mitad de su macabro rostro gracias a la luz que provenía de la ventana a sus espaldas. Había cambiado, más de lo que mi imaginación llegó a pensar, y cada vez su rostro me recordaba más al de Michael. El gran Mike siempre se parecería más a él que yo.

—Pero...—inicié yo.

—Pero—su voz sonó firme así como golpeó la mesa de Jim. Mi corazón dio un vuelco del susto.—Nadie con tu nombre debería avergonzarse de él.

—Tú acabas de darle un apellido falso  a la gente de esta comisaría—dije como reproche pero no pareció prestarle atención a mis palabras. Entonces, volví a hablar—No me avergüenzo de mi nombre, es lo único bueno que has podido darme.

—Te di tantas cosas...—no se movía, lo único que se movían eran sus labios.—Una casa...un nombre...dinero...una familia...Pero no era suficiente.

El silencio volvió. Ahora mis sentimientos eran más claros. Quería matarle, y de la forma más dolorosa que Jerome pudiese idear. Quería verle romper su personalidad de ser sin alma y que, en el último momento, cuando el gatillo estuviese a punto de ser apretado y el cañón contra su frente, suplicase por su vida. Quería ver a Vladimir Romanov desmoronarse y llorar en frente mío mientras se humillaba por su vida.

—¿Creías que la boca de un niño viviendo en aquellas condiciones se podría callar con dinero y regalos?

—Mike...

Se calló. Nunca le había visto quedarse sin palabras, pero era casi inminente. Mis nervios estaban a flor de piel y me acerqué a él mientras mis ganas de torturarle aumentaban.

—Sigue hablando, termina esa frase—no dijo nada. Permanecía callado.

Vi sus ojos, arrastrándose por el suelo, huyendo de los míos. Esta discusión había llegado a un punto muerto. Él no se atrevía a terminar la frase y yo estaba bloqueada. Los pensamientos referidos a Michael, de los que tanto había luchado por huir estos últimos años, regresaron de golpe, como una patada directa a mi corazón.

—Michael fue mejor hijo que tú.

Noté la lágrima bajar por mi mejilla, pero no me moví. No me habían herido sus palabras, era lo que pasaba por mi cabeza lo que me rompía por dentro. Solté una carcajada. Él se asustó. Algo dentro de mí también; me estaba recordando a Jerome.

—Lo que tú digas—me dejé caer sobre el sillón y crucé las piernas.—Yo por lo menos no me suicidé enfrente a mamá.

He Is Mad | Jerome Valeska | Cameron MonaghanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora