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Narrador Omnisciente

El ruído llenaba la comisaría de policía de Gotham, al igual que las últimas veinticuatro horas anteriores. Nadie quería hacer demasiado ruido, pero tampoco podían contener las preguntas que aparecían por su cabeza de forma instintiva. "¿Es él?" "¿Qué hace aquí?" "¿No estaba muerto?" "¿Será peligroso tenerlo aquí?" Y sobretodo la más común que todavía nadie se había atrevido a preguntar.

"¿Por qué se ha entregado?"

Aquel era un enigma incluso para el mismísimo Edward, el cual se había pasado todo el día descansando sus posaderas sobre el escritorio de Gordon y jugando con su imaginación acerca de su nuevo y peculiar invitado. Bullock también estaba apoyado sobre el escritorio de Gordon. Intentaba desviar su mente de todos los gestos extraños que había estado haciendo Jim desde la llegada de Jerome a la comisaría. No dejaba de caminar de un lado para otro, apoyando su pie izquierdo encorvado y deformando su zapato poco a poco. Ya había acabado con sus uñas, y a menos que decidiese meterse las de los pies en la boca, su método para el estrés se había acabado. Bullock decidió de nuevo intentar hablarle.

—Jim...

—No Bullock, no...—negó tajantemente, sabiendo lo que su compañero diría.—No se por qué, ni cómo, ni dónde, ni cuándo decidió entregarse. Dios bendito...¡No se nada!

Tanto Edward como Bullock se miraron el uno al otro cuando Jim saltó del despacho y corrió hacia la celda de Jerome. Los dos le siguieron lo suficientemente rápido como para verle gritar, agarrado de ambas manos a los barrotes.

Jerome miraba hacia sus uñas aún sentado en el suelo con ambas piernas dobladas. Su sonrisa era notoria pero para nada asemejaba felicidad. Giró su cabeza lentamente y admiró la cara de frustración de Gordon.

—Hola Jim, cuanto tiempo, ¿puedo ayudarte en algo?

—¿¡Qué has hecho!?—gritó. Su rostro irradiaba furia de tal manera que Jerome, aún a metros de distancia era capaz de contar las venas de su cuello. Toda la comisaría se había paralizado para poder centrarse en su discusión.

El rostro del chico se volvió sarcásticamente confuso y, con ayuda de la punta de sus dedos, se levantó del suelo tan silencioso y rápido como un gato.

—¿Yo?—dijo girándose a ambos lados y apoyando su mano sobre su pecho de forma inocente.—Creo que se equivoca de hombre caballero, yo soy...

—Un criminal...

—...ingenioso y despiadado...

—... implacable...

—¡BASTA!—gritó de nuevo Gordon. La temperatura de su cabeza había aumentado considerablemente, y la mirada que lanzó a la doctora Lee, Bullock y Nygma después de que hablasen en cadena perturbó a toda la comisaría.

—No, porfavor, continuad—dijo Jerome e hizo una pequeña reverencia.

Gordon había llegado al límite.

—Suficiente.

Sus palabras fueron pronunciadas de una forma fría y profunda, algo que hizo que Jerome sintiese un mínimo porcentaje de preocupación en sus venas. Sin que nadie lo viese venir, arrancó las llaves de las celdas del cinturón de una policía a su izquierda y abrió la celda. Tardó un par de segundos en los cuales sus manos sudorosas pelearon por encontrar la llave correcta, y en los que nadie se atrevió a interponerse en su camino.

Jerome se vio forzado de nuevo a evitar mostrar el más mínimo ápice de preocupación, y dejó que Jim tirase del cuello de su camisa hasta su oficina, bajo la atenta mirada de más de cincuenta policías. Cuando llegaron a la misma, le empujó, cerró la puerta y se giró con rapidez. El chico seguía esposado de pies y manos, por lo que su movilidad estaba reducida casi a nada.

Antes de que ninguno de los dos hablase, algo pasó entre ellos. Sus miradas, sin soltarse la una de la otra, mantuvieron una conversación más allá de la palabra o el bien y el mal, más allá de criminalidad o la justicia. Algo en lo que ambos pensaban más de una vez al día.

Jim descubrió en la mirada de Jerome algo que no le gustaría haber descubierto.

—¿Qué has hecho?—preguntó casi a modo de súplica. Jerome no esperaba aquella pregunta dicha de aquella manera, pero mantuvo su actuación.—¿Que le has hecho?

Fue un momento tan crítico para él que temió no poder seguir adelante. Mantuvo su frente alta y rodó la mirada a otro lado.

—Hoy estás preguntón Jim...

—¡¿Qué has hecho?!

Jim golpeó la mesa a la vez que gritaba sin importarle lo que los demás dijesen allá fuera. Jerome no pudo soportarlo más, y con la mayor paciencia que le quedaba se acercó al policía y habló entre dientes.

—Yo no soy quien me ha puesto en esta situación Jim.

—¿¡Cómo te atreves a decir eso?!—Jerome no reaccionó cuando sintió la mano de Jim marcada en su rostro.—¡Has asesinado, maltratado, robado, torturado, secuestrado y arruinado la vida de mucha gente como para decir que esto no es culpa tuya! Y si no fuera por mí...

Jim cayó lo que estaba a punto de decir a mitad de su discurso. Unos golpes y ruidos habían llamado su atención desde hacía unos segundos, pero no se dió la vuelta y abrió la puerta realmente hasta que se escucharon disparos.

Su mirada se volvió tensa al observar lo que ocurría, algo que tristemente había predecido; la comisaría estaba siendo atacada por los seguidores de Jerome.

Se dio la vuelta, pero, para cuando quiso matar a Jerome, ya no estaba en la oficina. Corrió y miró debajo de su escritorio y dentro del armario, pero allí no estaba, así que decidió coger su arma y salir a apoyar a sus compañeros.

Nada más cerrar la puerta, de detrás de la misma salieron Jerome y una persona enmascarada. Ésta tapaba la boca de Jerome mientras se escondían tras la puerta, pero la soltó nada más desaparecer Jim para permitirle respirar.
Fue entonces cuando Jerome se giró bruscamente y escudriñó a dicha persona.
Llevaba una gran máscara, de la cual colgaba una larga melena pelirroja. Estrujó el cuello de la misma con su brazo y sujetó su pecho con su otra mano.

—Vaya, veo que lo has conseguido—dijo sonriendo y dejando de hacer fuerza con sus brazos.

—¿Lo dudabas?—Kelsey se levantó la máscara y tiró del cuello de su amante para hablarle al oído.—Deberiamos irnos.

—Por supuesto—admitió Jerome, y ambos desaparecieron cogidos de la mano a través de la ventana, dejando solo en el solitario despacho una máscara llena de perfume y tinte de pelo no permanente.

He Is Mad | Jerome Valeska | Cameron MonaghanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora