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Se fue sin más. Aunque sabía que no se había ido del todo, que tenía un ojo sobre mí, y que cuando él quisiese hacer el siguiente movimiento, podría hacerlo perfectamente.

Vlad era el hombre que más me aterraba de todo Gotham. No sé resumía en ser un psicópata de manual y joder a todo aquel a su paso. Tenía una gran mente, jamás nadie se había acercado lo suficiente a él como para poder contarlo. Excepto sus hijos.

Aún después de que saliese por la puerta del despacho de Jim, permanecí sentada sobre el sillón. No me moví en absoluto. Suplicaba que el tiempo se parase y no tener que lidiar con el presente que me rodeaba.

Cherry, Finn, Jim, Bullock, y toda la comisaría de Gotham estaban allí, esperando a que saliese, o quizás esperando una señal para subir y hablar conmigo. Y me aterraba aquello.

De la misma forma que un psicópata como Jerome puede llegar a no causar en mí el más mínimo temor, el hecho de tener que decirles a mis amigos que les he mentido todo este tiempo se vuelve mi peor pesadilla. Posiblemente porque estoy acostumbrada a los locos. Posiblemente porque nací en una casa de locos.

Fuera del despacho de Jim escuchaba ruidos normales, como si todo el mundo siguiese trabajando, ignorando aquel pequeño contratiempo. Lo agradecí notablemente.

También oí los pasos de Cherry llegar hasta la puerta y abrir el pomo delicadamente. No la veía, ya que el sillón en el que me encontraba le daba la espalda. ¿Tendría ella la misma vista macabra de mí que había tenido yo de Vlad?

—¿Kelsey?—su voz sonó serena y tranquila. Lo agradecí, después de tener que escuchar la rasposa y grave voz de aquel hombre.

Hice un gesto con mi mano izquierda, diciéndole que pasase. Mi mano derecha estaba sujetando mi mentón, y la oí cerrar la puerta y acercarse.

Llegó hasta el sillón y se hizo un hueco a mi lado. No dejaba de mirarme, y eso me ponía algo incómoda.

—¿Te encuentras bien?—dijo. Supe que, como siempre aquella pregunta no se ceñía a lo físico. Permanecí con mi mirada al frente, pero notaba como ella no la apartaba de mí.

Entonces me pregunté, ¿Cómo me encontraba realmente? Estaba triste, eso lo sabía. Pero, ¿Cómo me encontraba? Estaba destrozada, al igual que todas aquellas veces en las que había huido de Vlad y me había encontrado. El apellido Romanov parecía más un castigo que un regalo.

No tenía palabras para describir la forma en la que mi mundo empezaba a derrumbarse a mi alrededor, así que simplemente negué con la cabeza. Noté que Cherry soltaba un pequeño quejido. Me giré hacia ella y sus ojos estaban rojos y lágrimas asomaban por ellos.

—¿Por qué lloras?—solté. Me sentía tan frívola y desalmada como él. Causaba ese efecto en mí.

—Porque tú estás llorando—casi no pude descifrar lo que murmuró entre sollozos.

Llevé mi mano derecha a mis mejillas. Efectivamente, dos regueros de lágrimas caían por ellas. Miré de nuevo a Cherry. Qué chica tan dramática. Era mi mejor amiga.

—Ven aquí—dije y la abracé. Ella se tiró sobre mí. Tenía miedo de perderla. Tanto a ella como a Finn, así que acepté aquel abrazo como una posible despedida.




[...]





Una semana, dos semanas, tres semanas...hasta llegar a un mes entero.

Jim me había recomendado una baja temporal, pero fui honesta con él. No podía continuar en la comisaría de Gotham. Con Vlad de vuelta en la ciudad y con un ojo sobre mí, lo único que les traería serían problemas. Así comprendió, sin pedir demasiadas explicaciones, mi dimisión.

Me había aislado de todo y de todos. Llevaba aquellas cuatro semanas encerrada en mi piso. No es que tuviese miedo, ya que, si quisiese llevarme ya lo habría hecho. Pero Vlad es más listo que eso, sé que no va a conformarse conmigo, sino que va a esperar a que le dé algo más que él quiere. Por eso me alejé de todo, y sobretodo, de todos.

El primer día de mi dimisión viajé las cuatro horas en coche que me llevarían hasta la cabaña que teníamos Jerome y yo. Pero, ante mi sorpresa, él no estaba. Ni una nota, ni la más mínima pista de su existencia. Se había llevado todo de aquella cabaña, como si lo único que hubiese pasado por allí fuese el viento.

No tenía miedo, pero temía por él. Porque le conocía, y sabía que cuando se alejaba tanto de mí es porque estaba realmente metido en algo turbio.

Pero ya había llegado a mi límite. A nuestro límite. Lo recordaba como si fuese ayer, y estaba preparada para ir a por él. Sabía exactamente a quién pedirle ayuda, no era la primera vez.

Sonreí de lado mientras cogía la pistola que guardaba bajo la cama y la llenaba con las balas que un día le quité a Jerome, y pensaba en qué cara pondría esta vez Oswald cuando me viese llegar.

Era la única persona en la que podía confiar actualmente en Gotham, y realmente necesitaba su ayuda en aquellos momentos. No pude enviar volver a pensar en Jerome, en nosotros, en la maldita historia de telenovela sangrienta en la que parecíamos estar metidos...Y también recordé de sus palabras cuando establecimos este límite.

"—Ya sabes cómo va esto princesa, ¿No? No llames a la policía hasta que pase un mes—dijo guiñándome un ojo y besando mis labios antes de desaparecer por el ventanal de mi apartamento."

Echaba tanto de menos esos momentos con él. Cuando besaba mi frente o mi mejilla y salía despavorido evitando que nos viesen juntos. En los que no hacía más que sentirme como una adolescente que salía a escondidas con el chico que su padre decía que era una mala influencia.

Y, claro que sí papá, Jerome nunca será una buena influencia, pero ya sabes que los psicópatas siempre fueron mi debilidad.

He Is Mad | Jerome Valeska | Cameron MonaghanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora