Capítulo 12

4.5K 304 5
                                    

Me desperté confundida.

Solo recordaba su mirada. Aquella mirada que me dejó helada, y estática en el suelo a la vez. En esos segundos sentía mis pies pesados. Y ahora mismo no recordaba nada más.

¿Qué había pasado?

-¿Hola? -pregunté temerosa. Aquello me pilló totalmente por sorpresa. Y temía que pudiera pasarme algo malo. Porque seguro que no volvería a tener la misma suerte dos veces.

Un silencio sepulcral contestó a mi pregunta. Y en la gran sala donde me encontraba no había absolutamente nada, solo una puerta. Ya que esculqué cada recoveco del lugar y no hallé nada.

Estaba sola. Encerrada en un lugar inhóspito. Muy parecido a mis principios.
Con solo pensarlo estaba aterrada. Rezaba para tener suerte, y salir con vida.

Intenté incorporarme. Y entonces escuché un sonido.
Unas enormes cadenas de hierro me aferraban las caderas, y no me permitían levantarme.

Tiré de ellas con todas mis fuerzas. Pero no logré nada. Me parecía increíble que no pudiera romper esas malditas cadenas.

-Maldita sea -maldecí.

Todo iba a peor.

No solo me amarraba una cadena por la cintura. Tenía dos más en cada tobillo.

No podía creer que esto me estuviera pasando de nuevo. ¿Cómo iba a salir de aquí?

-¡No me lleves la contraria, niño! -escuché al otro lado de la puerta. Y esa voz la reconocí al instante. ¡Se trataba de aquel hombre!

-Lo que yo haga es cosa mía. Tú solo haz lo que te ordeno -habló una voz más aguda que la anterior. Probablemente de un adolescente.

Yo dejé de forcejear con las cadenas para no llamar la atención. Ya que tenía que intentar obtener alguna pista que me ayudara a salir.

-Vas a tener un verdadero problema como se enteren -volvió a hablar el primero. Su voz grabe y concisa era irreconocible.

-¡Vete ahora mismo, inútil! ¡No me haces falta para nada! -chilló aquella voz aguda. Sonaba bastante enfadado.

Agudicé mi oído y escuché los pasos de la otra persona marchándose. Y estaba al cien por cien segura de que se trataba de Gracián. El hombre que nos recibió en la mansión.

-Menos mal que te encuentro -su voz hizo que me sobresaltara.

Alcé la mirada, y lo observé con detenimiento.

Era un niño de unos quince años. Alto y flaco.
Se encontraba de pie. A cuatro pasos de mí. Y mantenía su mirada fija en mis ojos, con el ceño fruncido. Y los brazos cruzados. Mientras pateaba el suelo con los pies. Como si estuviera nervioso.

-¿Quién eres? -pregunté con un pequeño hilo de voz. Me sentía cansada.

-Soy tu dueño -contestó acuclillándose.

Seguía mirándome fijamente. Y sus ojos a penas podían ser distinguidos, ya que eran completamente negros. Daban muchísimo miedo.

Y aunque su apariencia resultaba muy juvenil, tenía una actitud bastante pulcra.

-¿Y por qué estoy así? -pregunté haciendo sonar las cadenas.

-Fácil -contestó haciendo un ademán con sus manos -. Me gusta hacer las cosas así -añadió con media sonrisa.

-Esto no te saldrá barato -dije con asco.

-Mientras tanto, me divertiré contigo -su sonrisa empezaba a ponerme nerviosa. Los latidos de mi corazón se multiplicaban mientras una ráfaga de calor me subía de pies a cabeza -Shhh. No digas nada -habló haciéndome callar -. Ya nos volveremos a ver dentro de un tiempo -sentenció mientras se incorporaba para irse.

La EsclavaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora