Capítulo 14

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Puedo jurar sin miedo a equivocarme, que mi vida ha sido una mierda últimamente.

Hay personas que sufren por guerras. Hambre. Muertes de seres queridos. Enfermedades... Y lo mío no era menos.

A cualquier persona que encuentres por la calle. Cuéntale mi vida. Que se echará a reír, o se apiadará de mí. Pero lo importante es que... Si hay personas que luchan a diario contra sus mayores males, y muchas los vencen. ¿Por qué yo no?

Y así me levanto cada mañana. Pensando que la vida es un regalo, y que hay que adorar hasta los momentos malos y horribles de nuestra existencia. Porque sin ellos no seríamos personas. No seríamos nosotros.

Gracias a todo esto. Tengo un ángel que vela por mi. Alguien que me cuida y me protege. Y yo estoy dispuesta a devolverle el favor...

El día que llegamos a su casa. Adam enfermó gravemente... Su cuerpo ardía más a cada segundo que transcurría. Sus fuerzas decaían. Acompañadas de los débiles latidos de su corazón. Fue horrible pensar que no sobreviviría. Pero en esos momentos era el único pensamiento que habitaba mi mente.

Después de tres terribles días. Empezó a mejorar por fin. Y yo me sentí aliviada al ver que no iba a perderlo. Adam tiene mucha más fuerza de la que parece.

"Esto no es nada para mí, nena." Me decía muy a menudo para hacerme reír. Y siempre lo conseguía... Y es que. Si algo adoro de él. Es su humor, y la fuerza con la que se enfrenta a las cosas. Pero la única parte mala de todo esto. Era que no recordaba nada. Siempre que le preguntaba si sabía qué estaba haciendo allí, su respuesta era la misma. Según él. Solo recuerda salir de nuestra casa. Donde vivíamos Carlos, él y yo. Y que después de ahí, todo se le volvió oscuro. Como si hubiera estado sin conocimiento. Hasta que despertó de nuevo en su cuarto.

Y gracias a mí, salió adelante. Yo le proporcioné alimento y le ayudé a que aguantara la ansiedad.

-No sabes cómo me duele haberte echo daño... -hablaba mirando al techo.

Llevábamos días así. Hablando sobre nosotros. Sobre todo en general. Y siempre decía la misma frase: "Perdón por haberte echo daño".

Siempre lo perdonaré. Porque sé que no lo hizo con intención. Estaba siendo manipulado.

-Siempre has estado ahí para mí. ¿Por qué iba a dejarte yo a ti? -le hablaba con dulzura.

Sentada en su cama. A su lado. Me pasaba las veinticuatro horas del día.

No iba a dejarlo solo jamás. Me atemorizaba la idea de que le fuera a suceder algo.

-Ya me has ayudado demasiado... Me has dado la vida -susurraba en mis labios antes de darme un tierno beso -. Y aún sigues a mi lado. Sin separarte de mí.

-Solo quiero que sigas recuperándote -contesté mientras besaba su frente.

Agradecía todos los días que estuviera bien. Y no me cansaré de hacerlo.

-Estoy bien... -hablaba haciendo un ademán con sus manos. Con intención de echarme de la habitación.

Estaba a punto de regañarme. Porque desde que llegamos no había comido nada de nada. Y como se sentía culpable. Quería hacerme comer a la fuerza. Incluso a veces me decía que me fuera, porque necesitaba su espacio.

Pero como me daba mucha rabia que fuera así de pesado. Me enfadé

-Pues ya no duermo contigo. ¡Qué te zurzan! -chillé al cruzar la puerta.

Escuchar su grito desesperado de lamento me hizo reír. Siempre quería que durmiera con él. Decía que le daba paz. Y lo que él no sabe. Es que la paz me la da él a mí. Al tumbarme junto a su cuerpo, encima de su pecho. Y escuchar el latir de su corazón. Era una tranquilidad que no se paga ni con todo el dinero del mundo. La tranquilidad de que no iba a dejarme.

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