Capítulo 20

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Le di mil vueltas a lo que sucedió la noche anterior. Intentando explicarme qué fue verdaderamente lo que pasó.
Nunca había estado así. Y siento deseos de beber sangre de vampiro. Por eso ayer no dormí con Anabel, y decidí hacer guardia.

A la mañana siguiente. Anabel se encargó de contarle lo que había sucedido a Caín. Yo me quedé en segundo plano. En un rincón de la cocina. Escuchando lo que ella
le contaba, y observando detenidamente a Caín. No noté ninguna reacción por su parte. Solo se asombró cuando Anabel le contó cómo lo maté.

Cuando terminaron de hablar. Caín subió escaleras arriba sin dirigirme la mirada, ni hacer absolutamente nada hacia mi persona.
Desplacé toda mi atención hacia Anabel. Que me indicaba dando cabezazos al aire, que actuara y fuera tras él. Yo acepté decidida. Pero antes necesitaba reponer fueras. Así que me hice un sándwich.

-¿En serio? -preguntó Anabel muerta de risa- ¿Hasta en estos momentos tienes hambre? -no podía parar de reír. Y estaba empezando a contagiarme la risa.

-¡Déjame comer, asquerosa! -contesté con la boca llena de comida. Tenía un trozo de sándwich tan grande, que apenas podía cerrar la boca. Anabel empezó a sobarse el estómago. Le dolía de tanto reírse. Y yo eché a reír ante lo tonta que era la situación. Tanto, que se me cayó la comida de la boca. Las dos nos miramos unos segundos, y estallamos en carcajadas como unas locas.

Más tarde, cuando se nos calmó la risa. Decidí que este era el momento. Y le dije a Anabel que me deseara suerte.
Subí las escaleras como si fuera una niña a la que acaban de comprarle un dulce. No quería estar mal, ni agobiarme. Sentía en mi interior que iba a salir todo bien.

Cuando entré en su habitación de golpe. Mi mente se paralizó, y me quedé totalmente en blanco ante la imagen que me brindaba. Estaba en bóxers, y no tenía nada más
que lo tapara.

-¿Pasa algo? -escuché que preguntó. Algo extraño en él, ya que no me dirigía la palabra. Y por su tono de voz parecía que no estaba enfadado.

Cerré la puerta con prisa detrás de mí. Y respiré hondo, intentando controlarme.
¿Qué te ocurre Éire? Me pregunté muchas veces. No entendía por qué mi corazón se aceleró en el instante en que lo vi. Y sentía que me ardían las mejillas.

-Vas a escucharme, sí o sí -dije decidida, intentando dejar de mirarlo como si me lo fuera a comer.

-Soy todo oídos -su mirada se tornó algo pícara. Me quedé totalmente cortada. Secaba sus abdominales, algo marcados, como si se tratara de una valiosísima obra de arte.

-Veo que estás hoy de muy buen humor -añadí burlona. Me enfadaba el echo de que estuviera tan bien, y que aún así no hablara conmigo.

-¿Me prefieres enfadado? -preguntó con el ceño fruncido. Parecía que mi comentario le había molestado.

-¡Yo solo quiero que te tapes, niño! -grité al ver que bajaba un poco su bóxers con burla - ¿Podemos hablar en serio? -añadí un poco enfadada. Yo solo quería arreglar
la situación, y él no hacía nada más que hacer el tonto o evitarme.

-Vale... -contestó haciendo un ademán con sus manos. Indicándome que estaba dispuesto a dejar la picardía a un lado. Suspiré aliviada.

Se sentó en su cama aún desecha, y me indicó que me sentara a su lado. Yo le hice una señal, indicándole que estaba bien de pie. Su rostro se tornó descontento. Quería que me sentara junto a él.
Volví a respirar hondo, e hice lo mismo que Anabel cuando habló conmigo. Clavé la mirada en la pared. Y decidí que no iba a apartarla hasta que me fuera. Tenía
demasiadas distracciones.

-Quiero disculparme por haberte tratado así -aclaré mis ideas antes de seguir hablando. Ya que no quería molestarlo, o romper a llorar -. Intuyo que te sientes, o te
sentías decepcionado conmigo. Y por eso quiero explicarme -añadí sin apartar la mirada de la azulada pared.

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