Capítulo 10

5.4K 325 4
                                        

Al día siguiente. Me levanté decidida. Carlos iba a contármelo, sí o sí. No iba a irme con la duda. Así que después de prepararme y desayunar, salí corriendo hacia su habitación.

Llamé a la puerta unas cuantas veces. Y como no contestaba, decidí entrar.

-¿Carlos? -pregunté desde el umbral de la puerta. Ya que no quería meterme en su habitación por la cara.

Un gran silencio respondió. Así que fui a buscar a Adam.

-¿Dónde está Carlos? -le pregunté sin dejarle desayunar tranquilo. Él estaba en la mesa del comedor.

-Ni idea -contestó con la boca llena mientras reía. Vaya subnormal.

Le hice un ademán con mi mano, mandándolo a la mierda. Y decidí irme, pero una mano me agarró la muñeca. Me giré para ver quién era, y cómo no, se trataba de Adam.

-Está en el salón -dijo resoplando -. Quería que no te lo dijera, porque no quiere hablar -explicó.

Yo arrugué el ceño. Estaba furiosa.

-Pues ya verá -sentencié mientras me iba.

Caminé con rapidez el pequeño pasillo que separaba el comedor del salón.

Cuando llegué lo vi al instante. Estaba sentado en el sofá.

Por raro que parezca, seguía allí. Y era raro porque siempre me huía, y seguramente me había oído hablar con Adam. Pero eso no iba a hacer que me callase. Ni eso, ni nada. Así que me planté ante él, con los brazos en jarra, dispuesta a cantarle las cuarenta. Porque yo le había contado mi vida, a pesar de lo doloroso que me resultaba, porque confío en él. Y me molesta que él no confíe en mí.

-¿Te pasa algo conmigo? -pregunté molesta.

-Te entiendo muchísimo -contestó -. Entiendo cada vez que dices que te duele. Que no podrás aguantar una eternidad así. Y que no soportarías ver a tu familia morir mientras tú vives... -dijo apenado. Parecía que había estado llorando. Ya que sus ojos estaban muy hinchados y rojos. -. No sabes cuánto te entiendo -dijo a punto de llorar -. Yo he visto a todos mis seres queridos morir. He visto todo lo duro que puede llegar a ser esto. Y más -habló dirigiendo su mirada hacia mí - ¿Pero sabes lo que más me duele? -se preguntó para sí mismo en voz alta. Con su ronca voz temblorosa -. Haber sido tan gilipollas y tan mierda. Y haber perdido lo que de verdad me importaba... -rompió en llanto.

Notaba cómo se me caía el alma a los pies. No soporto ver a nadie así de mal. Y más aún cuando comparto su dolor. No tenía idea de que estuviera soportando tanto... Como lo siento por él.

-No sabía nada... -contesté poniéndome de cuclillas para estar a su altura. Quería que sintiera que yo estaba ahí.

-Cómo lo ibas a saber... -intentó tranquilizarse con un gran suspiro - Si nunca me ha gustado hablar de ello -dijo agachando la cabeza.

-¿Tiene solución? -pregunté esperanzada. A lo mejor encontraba una salida a todo esto.

-No lo creo -sentenció mientras se secaba las lágrimas -. Fui muy feliz durante un tiempo, y tuve cuatro hijos -contestó resoplando -. Que ahora están enormes, y son increíbles  -dijo con media sonrisa -. Ellos son mi vida -dijo aún más sonriente -. Pero por desgracia, su madre no está conmigo para verlo -volvió a hablar triste. Su voz estaba totalmente rota.

-¿Qué le pasó? -pregunté atemorizada. Rezando para que no fuera lo que estaba pensando.

-La eché de mi vida -contestó serio.

-¿Porqué? -pregunté intrigada. Al imaginarme los problemas que lo hubieran llevado a eso.

-Porque en esos tiempos nada era lo mismo. Y te hablo de hace solo veinte o diez años atrás -contestó tensando su mandíbula. Podía notar cómo su respiración se volvía irregular. Estaba empezando a ponerse nervioso -. No te imaginas lo que significaba para unos niños tan pequeños esas especies de pruebas y entrenamientos...

-Madre mía... -interrumpí horrorizada. No podía creerme que sus hijos pasaran por algo así.

-Dime -llamó mi atención -. Qué harías tú si tus hijos fueran capaces de devorar a su propia madre... Si el destino de ellos, y de la persona que más amas dependiera de ti -preguntó con los ojos cristalizados.

-Tuviste que alejarla de ti para que no le hicieran daño... -contesté con la cabeza gacha.

-Eso y mucho más -contestó -. Como ya te he dicho antes. Los métodos eran verdaderas torturas. Y yo no iba a permitir que ella pasara por eso... -dijo mientras tragaba saliva. Seguramente para controlar el gran nudo que se aferraba a su garganta, y luchaba por querer salir.

-Lo hiciste por ella Carlos. Para que no sufriera -dije acariciándole el hombro -. Hiciste lo correcto, y más -intenté reconfortarlo.

-¿Quieres saber dónde está ahora? -preguntó. Parecía que me había leído la mente. Yo iba a preguntarle exactamente lo mismo. Pero me imaginaba tristemente que estaría muerta. Sabiendo que Carlos tiene alrededor de cien años desde que lo convirtieron -. No tengo idea de dónde está -contestó encogido de hombros.

-¿Sigue viva? - pregunté emocionada. Ya que eso supondría que podrían volver a encontrarse.

-Eso espero... -rogó dirigiendo su mirada al techo - Estuvimos catorce años juntos. Y la dejé hace unos quince -contestó pensativo.

-¿Y nunca te buscó? -interrumpí intrigada.

-Me fui lejos -contestó con el semblante serio.

-¿Y cómo lo aguantaste? -pregunté con los ojos llenos de lágrimas. Unas lágrimas de gran tristeza. Nunca podría llegar a pensar que Carlos arrastrara todo eso.

-Simplemente. Me jodí y seguí adelante. Por ella, por nuestros hijos, y por mi -contestó con la mirada perdida -. Han sido unos años horribles, y lo siguen siendo para mi. Pero puedo dar gracias, porque mis hijos están bien y pasaron todo aquello. Más que nada. Dar las gracias porque esos años pasaran. Ellos sufrieron más que nadie...

Me senté junto a él rápidamente y lo abracé con fuerza.

Su respiración entre cortada por los sollozos rebotaba en mi hombro, mientras mis manos acariciaban su espalda. En un desesperado intento por calmarlo. Pero lógicamente fue para nada. Porque seguramente, Carlos había arrastrado ese dolor durante todo este tiempo, y solo ahora se sentía libre.

La vida es así de injusta a veces. Porque da igual quién seas, de dónde vengas, o hacia dónde vayas. La vida te tiene preparados miles de azotes. Para que el viento que guía tu sueños se vuelva débil y sea zarandeado de lado a lado. Hasta tal punto de no saber. Ni poder recordar. Quién eres, quién serás, de dónde vienes, o hacia dónde irás. Pero aquí estoy yo. Para recordarle quién es y hacia dónde va. Para que sus sueños y esperanzas solo apunten hacia un lugar. Y vayan directos hacia él. Sin impedimentos ni golpes. Porque quién algo quiere, algo le cuesta. Y aunque ahora mismo duela como mil puñales. Siempre hay que intentar que cada día te duela menos.

-Está en ti la importancia que le des a las cosas -dije para llamar su atención. Él se separó de mí para mirarme -. Se que duele, y siento que hayas tenido que pasar por eso. Y que aún te siga doliendo -ahora estaba empezando a calmarse -. Pero mírame ahora por unos segundos -dije manteniéndole la mirada -. Estoy aquí contigo. Y te juro, que al igual que tú me has ayudado, yo te ayudaré a ti -aclaré mientras arrastraba las lágrimas de sus ojos con mis dedos -. Y si pasa algo, que me pase a mí. Pero imagínate por un segundo que la encontremos, ¿qué pasaría? -pregunté mirándole fijamente.

-Me volvería loco -contestó sonriendo. Y en ese momento sentí, que en esos ojos llenos de tristeza, se escondía una llama de esperanza.

-Pues seguro que esa locura fue lo que la enamoró -contesté devolviéndole la sonrisa -. Ya es hora de que seáis felices y de arreglar las cosas. No será fácil, y puede que salga mal. Pero por intentarlo no pasa nada. ¿No? -pregunté pellizcándole la axila. Él rio y asintió -. Y suénate la nariz, guarrete. Que tienes mucha mierda acumulada -dije mientras reía.  Y él, tapándose la nariz con vergüenza. Salió corriendo a por un clínex. "En busca del clínex perdido". Pensé yo.

Y me quedé ahí. Sentada en el sofá. Pensando en lo que me contó Adam, y lo que ahora sabía de Carlos. Pensando en mí, y en mi vida. En cómo sería, y hacia dónde iría. Pero lo único que puedo aclarar. Es que en un futuro muy cercano. Encontraría a Claudia, y volvería a abrazar a mi madre. Y que esto tiene muchas ventajas y desventajas. Dependiendo de por dónde lo mires. Pero desde que lo acepté. Estoy aprendiendo a vivir con ello. Y doy miles de gracias a Dios, por seguir siendo yo. Y por conservar todos mis recuerdos y sentimientos.

La EsclavaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora