Capítulo 23

1.8K 110 17
                                    

¿Qué estás haciendo, Éire? ¿Qué quieres conseguir con ello? Eres una debilucha. Te escondes en vez de afrontarlo. Adam se avergonzaría de ti. Te has convertido en tu peor pesadilla. No eres fuerte. No mereces vivir.

-¡Basta! -no conseguía callar a mi subconsciente. Me repetía las mismas frases una y otra vez. Con cada gota de sangre que bebía, aquellas palabras se hacían más intensas. ¿Es esto una maldición, o un castigo? Elegí lo correcto. Yo viviré mi vida, y ellos la suya. Ya no les debo nada. Solo quiero vivir tranquila.

Ha pasado una semana desde que decidí marcharme. Y aunque parezca mentira, ahora lo llevo mejor. Solo tengo crisis por las noches. He vuelto a la casa donde viví junto a Adam y Carlos. No tengo otro sitio mejor dónde quedarme. Y dentro de lo que cabe, estoy segura. No hay ningún vampiro. Los únicos que hay, están muertos en el salón de esta casa. Este será mi hogar.

Estoy cansada y harta, de lamentarme y sufrir tanto. No me imaginaba mi eternidad de esta manera. Y cuando pensé algo que pudiera hacer, un lugar se me vino a la mente. Estaba en plena ciudad, nada de campo. Cerca de mi antigua casa y trabajo. Deseaba volver a aquel centro de Londres. Echaba de menos mis raíces. Dejé el cuerpo en la planta baja, junto a los demás. Y después de ducharme y vestirme. Salí. Llevaba puesto un vestido de color rojo muy ceñido de manga corta, que caían por mis hombros. Lucía un escote precioso y provocativo. Todo acompañado de unos tacones negros con plataforma.

Tardé segundos en llegar al centro de Londres. Las calles estaban llenas de gente. Algo que no removió nada en mí. Ya no me interesaba la sangre humana. Pero sí hubo algo que llamó mi atención. Un increíble olor me indicó que había llegado a mi destino. Una mansión de corriente apariencia. Con una verja que rodeaba los alrededores del hogar, y un jardín como recepción. No se escuchaba nada,
ni había vampiros fuera. Algo que me extrañó. Pero decidí acercarme a una garita que estaba al lado de un extremo de la verja, por si había alguien.

-Buenas noches -saludé al vigilante que custodiaba el lugar. El olor de su sangre me advirtió que no era vampiro. Se trataba de un hombre lobo. Seguramente lo habrán puesto para intimidar. Pensarán que los vampiros no querrían pelear con él. Y así sería. Pero el problema para él, es que yo no soy una vampira común. No me da miedo morir.

-Contraseña -ordenó sin apartar la mirada de su ordenador. Estaba observando las imágenes de la cámara de seguridad. Por suerte, tenía un plan B.

-¿Te parece esto buena contraseña? -pregunté con mis pechos apoyados en la ventanita de su garita. Sus ojos volaron hacia ellos, y no desvió la mirada hasta segundos más tarde. Es increíble cómo se puede llegar a engatusar a alguien. Y más, cuando es un hombre lobo. Te da un gran subidón. O al menos en mi caso.

-La segunda contraseña es un silbido -añadió totalmente embobado. Incluso sacó medio cuerpo por la ventanilla para observarme más de cerca. Vaya baboso.

-Gracias, amor -le lancé un beso en forma de despedida. Y me dirigí hacia la entrada de la mansión. El aroma a mi comida favorita me dio la bienvenida. Sentí que me lo iba a pasar mejor que bien.

Al acercarme al segundo segurata. Me pidió la contraseña. Y me acerqué a su oreja para silbarle. El hombre asintió, y me abrió la puerta. El sonido de la música me envolvió al instante. Y mi corazón bombeaba siguiendo el ritmo. Me adentré entre la multitud, para poder llegar a la barra. Percibí que todos los presentes eran vampiros. Menos los ocho seguratas que andaban por allí. Empecé a sentirme nerviosa, pero intenté calmarme. No quería formar el escándalo de los escándalos.

Aquel ambiente me recordó a mi trabajo. Me pasaba horas tras la barra sirviendo copas. Mi única alegría eran mis compañeros, sobretodo Claudia. Ella y yo teníamos que aguantar a más de un borracho que se nos acercaba. Era de locos. Pero por otro lado, tenía su parte buena. Este trabajo te permite conocer gente, e incluso hacerte famosa en el lugar. Pero lo mejor, sin duda, eran aquellas noches en las que Claudia y yo jugábamos a ser gogós. Le quitábamos el puesto a las otras. Y la verdad es que echo de menos mi vida de humana corriente. Era ajetreada y agobiante, pero era mi vida. Y sinceramente, ahora mismo no me siento dueña de nada. Ni siquiera de mi propia vida. Camino sin rumbo, empujada por la ceguera que me provocan mis impulsos y recuerdos. Pero esta noche, ¡basta de pensar eso! Iba a pasármelo bien. ¡Sí, señor!

La EsclavaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora