Kassandra toco la ventana lo más fuerte posible, para despertar a la dormilona que se encontraba dentro. Ya había intententado reventandole el celular con llamadas toda la mañana, pero lo tenía apagado... o había bloqueado su numero.
Claro, habria sido mas facil tocar la puerta y saludar amablemente a su segunda madre, para luego subir y saltar encima de la cama de Carolina, dándole un susto de muerte. Pero no, ella era arriesgada y quería vivir al límite, así que utilizó la escalera de madera que estaba tirada en el jardín -que solo ella utilizaba porque todos en esa familia parecían sufrir de vértigo o algo parecido- y subió con ella a la ventana del cuarto de la enana.
—¿Qué haces aquí?—preguntó Carolina, levantando la vista hacia la ventana—Corrigeme si me equivoco, pero creo recordar que allá abajo tenemos una puerta bien grande, así que tú y tú estatura de jirafa pueden entrar por allí sin problemas.
Estaba tan acostumbrada a verla recién levantada que ya ni miedo le daba, es más, le resultaba adorable.
—Abre.
—No—Carolina enterró la cabeza en la almohada.
—Ya pagué por esta ventana, a mi y mi dinero no nos importara hacerlo otra vez—amenazó Kassandra.
No estaba hablando en serio, pero de todas maneras su amenaza fue ignorada olímpicamente.
—Mira, no lo voy a volver a repetir...
—Que fastidiosa eres—gruñó Carolina, arrastrándose entre las sábanas y levantándose con demasiada lentitud de la cama.
Camino hacia la ventana y la abrió de mala gana, se echo para un lado al tiempo que Kassandra entraba de un salto y caía como lo hacían los gimnastas, Carolina rodó los ojos detrás suyo.
—¿No podrías molestar más tarde?—le preguntó Carolina sin poder ocultar el fastidio en su voz, cosa que ensanchó la sonrisa de Kassandra.
—¿Sabes qué día es hoy?
—¿El día de no dejar dormir a tu mejor amiga?
—Na, para molestarte no necesito calendario—respondió Kassandra, sentándose en la cama de su amiga, abriendo su mochila y sacando una caja envuelta con papel rojo que le entregó a su amiga, Carolina lo cogió bastante confundida.
Miró primero la caja, luego a Kassandra y nuevamente a la caja, no entendía porque ella le estaba regalando eso, ¿se había vuelto loca de repente?
—¡Hoy es San Valentín!—grito Kassandra, con una sonrisa enorme.
Tal vez lo dijo mas fuerte de lo necesario y tal vez su grito de emoción se escuchó en toda la casa.
—¡¿Kassandra?!—gritó alguien en el piso de abajo, una voz que ella conocía demasiado bien.
—¡Esa misma!—gritó la nombrada.
—¡El desayuno está listo!
Si algo amaba de su ''segundo hogar'' -como ella gustaba llamarle a la casa de Carolina-, era la deliciosa comida que Sara, la madre de la enana, preparaba y precisamente fue gracias a su deliciosa sazón que las dos se hicieron amigas. Bendita comida.
Kassandra prácticamente sacó a empujones a su amiga del cuarto -después que se hubiera sacado la pijama de unicornios, obviamente- y la obligó a bajar las escaleras casi a patadas, sin que le importe el hecho de que podía romperle el cuello, no, ella quería comer.
—Si, genial, es San Valentín, ¿y qué?—preguntó Caro mirando su desayuno sin ánimos.
Su amiga no le respondió en el acto pues aun terminaba de tragar lo que se había llevado a la boca.
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¡La culpa es de Kassandra!
Novela JuvenilOcho adolescentes enfrentan su último año de secundaria y están decididos a tener el mejor año de sus vidas, antes de que las millones de responsabilidades adultas les caigan encima. Liderados por Kassandra (una chica que no sabe cuándo cerrar la bo...