Daniel estaba aterrorizado.
No tenía un reloj, su celular hace rato se había apagado y no tenía ni la más remota idea de donde estaba. No sabía cuántas horas habían pasado desde su separación con los demás, pero calculaba que unas siete u ocho. Debía haber anochecido hace dos horas, pero el sol no se había movido en todo el día. Eso daba la sensación de que el tiempo se hubiera detenido, pero él prefirió no pensar en eso, su miedo no hacía más que aumentar.
Tenía la ligera sensación de que alguien lo observaba, varias veces había volteado hacía atrás, como esperando pillar a alguien espiándolo, pero nada. Hace muchísimo tiempo no había sentido tanto miedo, como la vez en que Kassandra (hace algunos años, cuando ambos eran unos niños) lo había arrastrado a una de esas casitas de terror, en una feria. No pudo dormir toda esa semana del susto, iba a la escuela con una cara de sueño tremenda y se asustaba con cualquier cosa. Gracias a eso, Kassandra había tomado la costumbre de ponerse atrás de él y picarle con un dedo en las costillas, provocando que el niño diera unos saltos que bien le habrían valido la máxima nota en Educación Física. Tuvo que dejar de hacerlo cuando su maestra le advirtió que, si seguía molestándolo, llamaría a sus padres.
Recordar eso no lo hacía sentir ni un poco mejor, temía que cualquiera de los fantasmas, zombis o vampiros, que había visto aquella vez, viniera por él. Pensar en esa posibilidad lo hizo sentir peor, si es que era posible.
Pero no contaba con otra opción que seguir buscando una salida, o a sus amigos, o esperar que ellos lo encontraran primero antes de que fuese comida de algún bicho raro. Sí, un bicho raro. Hace como una hora había escuchado el sonido de pasos, se acercó muy alegre de al fin haber encontrado a alguien pero al ver que era una araña gigante (que de milagro no lo había visto), corrió despavorido, aunque era obvio que no estaba siendo perseguido.
Tranquilizarse era inútil, estaba más asustado que nunca en su vida.
¿Qué hizo mal en la vida? ¿En que se equivocó? Él realmente no había hecho nada malo, ¿o sí? ¿Había sido un mal hijo? No, claro que no. Se portaba bien, siempre pedía permiso para salir, rara vez se escapaba de casa, obedecía a sus padres y sus notas, si bien no eran las mejores, estaban bastante bien. ¿Había sido un mal amigo? No, claro que no. Siempre estaba cuando sus amigos lo necesitaban, estaba en todas las reuniones de grupo, también consolaba a Jessica, había asistido a todas sus fiestas y era generoso con la colecta para el trago. ¿Qué estaba pagando? ¿Por qué Dios lo castigaba así? ¿Era porque había metido una lagartija en el bolso de su profesora de inglés, en la primaria? O, ¿era porque no iba a misa?
— Te estás alejando de mí, hijo.
Daniel escucho una voz gruesa y dio un gran salto. Miro a todos lados, asustado. No vio a nadie. Levanto la vista al cielo, como esperando que este se abriera y le mostrara una figura divina. Pero eso no paso.
— ¿Eres tú, Señor? —gritó Daniel, mirando al cielo.
— Lo soy, hijo.— respondió aquella misteriosa voz. Al escuchar esta respuesta, Daniel se arrodillo en el suelo, extendió los brazos y miro al suelo.—Tengo una misión para ti.
— ¿Soy apto para esto, Señor?—preguntó él, sin atreverse a mirar hacia arriba.
— Lo eres. —Esta vez, la voz se escuchó rara.
— ¿Por qué me eligió a mí, Señor?
Daniel se mantenía arrodillado, incapaz de abrir los ojos. Estaba sorprendido con aquella visita divina.
— Eres el único que puede hacerlo, Cesar Daniel.
— ¿Hacer qué?
— Comprar cuatro pizzas familiares para mi cumpleaños...—contestó la voz misteriosa.
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¡La culpa es de Kassandra!
Novela JuvenilOcho adolescentes enfrentan su último año de secundaria y están decididos a tener el mejor año de sus vidas, antes de que las millones de responsabilidades adultas les caigan encima. Liderados por Kassandra (una chica que no sabe cuándo cerrar la bo...