Resultaba increíble darse cuenta lo mucho que enloquece la gente por un partido de fútbol.
Todos tenían los nervios a flor de piel y en los primeros bloques, se la pasaron mirando sus celulares o relojes, para confirmar la hora en la que serían libres y podrían salir a ver a sus amigos o compañeros jugar contra el equipo rival. Pero claro, los más ansiosos eran los jugadores, prueba de eso era la cara de enfermo que tenía Daniel en la clase de Computación, parecía estar a punto de vomitar.
Unos asientos atrás de él se encontraba Richard, con un aspecto no mucho mejor que Daniel, aunque él no tenía ganas de regurgitar su almuerzo. A su lado, Landra intentaba tranquilizarlo, pero sus intentos no parecían ser muy efectivos. Richard estaba tan blanco como la rosita blanca que aparece en la Rosa de Guadalupe, sí, esa misma que aparece de la nada y hay que ponerla en agua para que no se marchite.
—No lo van a hacer mal, practicaron mucho y se que se esforzarán al máximo. Además, si pierden...
Marcel, que tenía una sonrisa maquiavélica en el rostro, interrumpió las palabras de ánimo de Landra.
—Si pierden los vamos a hacer pasar por el callejón oscuro.
Señaló con una ceja la parte de atrás del aula, donde gran parte de sus compañeros le mostraban las manos, con gesto amenazante y sonrisas similares a la de Marcel. Con eso, ahora los chicos tenían una nueva motivación para no perder ese partido.
Tocaron el timbre, eso solo significaba una cosa: las clases restantes habían sido suspendidas y todos tenían que bajar al campo de fútbol.
Ahora Richard estaba más blanco que nunca, la confianza que tenía había desaparecido mágicamente. Se notaba a kilometros que solo quería salir corriendo de allí, pero, era más que obvio, que no lo dejarían hacerlo.
Salieron del aula, mientras Daniel se planteaba cuál era la mejor forma de huir sin ser visto y Richard se sorprendía de aún mantenerse en pie.
—Lo van a hacer bien—dijo Diana, la chica del aula de al lado, con una enorme sonrisa en la cara y dándole leves palmaditas en la espalda a Richard.
Eso pareció levantarle el ánimo, pues, cuando bajó las escaleras, tenía más color en el rostro del que había tenido unos minutos antes.
—Suerte, Danielito—susurró Kassandra en la oreja de Daniel, jalando una mejilla antes de irse con Jessica siguiéndola muy de cerca.
Se detuvieron apenas llegaron a las gradas del campo, donde sus amigos les guardaban asiento.
—Podría estar terminando esa wea...—se quejó Rachelle, mirando con cara de aburrida el campo de fútbol.
No era ningún secreto que a ella ese deporte le parecía en extremo aburrido y que solo estaba sentada allí porque eran dos de sus amigos los que jugaban. Sino fuera por eso, hace un buen rato habría saltado el muro para alcanzar la libertad.
—Mira que la puerta es enorme...—sonrió Kassandra, señalandole con ambas manos la puerta de metal por la que los estudiantes entraban y salían.
Rachelle ni siquiera se molestó en contestarle, es más, fingió que no la había escuchado. En definitiva, una de las decisiones más inteligentes que ella había tomado en su vida.
—¡Carajo!—exclamó admirada Jessica—Como que Jesús se puso más guapo estas vacaciones, ¿crees que aún quiera salir conmigo?—preguntó a nadie en particular.
—¿En serio crees que volvería a cometer el mismo error garrafal otra vez?—Carolina levantó la vista de su celular, mirando a Jessica.
Alguien se rió unas bancas más abajo, Carolina levantó el cuello para ver quién era y se sorprendió mucho al darse cuenta que era Camila, la que había encontrado super gracioso su comentario, se reía tanto que ya parecía haberse comido un payaso. A su lado estaba Estefany, su mejor amiga, intentando calmarla de todas las formas posibles, pero era en vano.
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¡La culpa es de Kassandra!
Novela JuvenilOcho adolescentes enfrentan su último año de secundaria y están decididos a tener el mejor año de sus vidas, antes de que las millones de responsabilidades adultas les caigan encima. Liderados por Kassandra (una chica que no sabe cuándo cerrar la bo...