Pare 37

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Como llevo tanto sin actualizar (sorry, pero esque el final se acerca y cada vez me cuesta más extructurar el orden adecuado de los acontecimientos) traigo un pequeño maratón de capítulos. Disfrutenlos.

 Maratón 1/3

Esto empieza a parecerle ridículo. Se niega a creer que Luio sea tan estúpido. ¿El hombre más rico del reino no sabe resolver un misterio que tiene ante sus narices? ¿Realmente no lo sabe o la está torturando fingiendo no saberlo?

Daina recuerda el medallón que Foren le enseñó. Claramente Rakel y ella son como dos gotas de agua. Nadie se atrevería a negar que son madre e hija. Por eso no se acaba de creer que Luio crea que ella es la protegida de Carlps por casualidad. Si descontamos que tiene la misma edad que debería tener la sobrina del marqués, el mismo físico que Rakel y, que sabe toda la verdad, nos queda que vive en casa de Ezla desde niña. Solo ha de unir las piezas, solo ha de abrir los ojos. Solo ha de pararse a pensar un momento. Ese hombre tiene que tener algún punto de inteligencia. ¿O es que su odio le ciega incluso su razonamiento? Seguramente esa sea la clave, él no lo ve porque sus ansias por resolver el misterio no le dejan unir las piezas.

Ha llegado la hora. Lo ha meditado mucho, si él no ve lo obvio, tendrá que decírselo. Y por fin tiene listo el plan.

— ¿Estoy aquí por diversión, o realmente no sabes nada? –se atreve a desafiarle mirándole a los ojos.

—Oh, Daina, pareces enferma, ¿realmente te quedan fuerzas para jugar? –pregunta él como si se dirigiese a un niño rebelde.

—No me estoy dejando morir de hambre por gusto.

—Pues a mí me lo parece.

Si tuviese más fuerzas..., si las tuviese se lanzaría a su cuello sin pensarlo y le estrangularía, seguro que lo haría.

Daina traga saliva, no tiene ganas de perder el tiempo en una discusión sin sentido. Decide ir directamente al grano.

—He decidido que seguir con esto es absurdo. Hablaré, aunque creía que no sería necesario. Pero solo con una condición.

—No creo que estés en posición de exigir Daina.

—Yo creo que sí. YO sé algo que tú no pareces saber, y quieres que te lo diga. Lo has dicho, estoy enferma. Tienes dos opciones, o cedes a mis exigencias, o me dejo morir de hambre y la información morirá conmigo.

—Morir de hambre es una muerte lenta y horrible. ¿Realmente quieres pasar por eso?

Daina le sostiene la mirada sin pestañear. Intenta sacar fuerzas de donde no las tiene para ganar ese duelo silencioso. ¿La dejaría morir de hambre? Por un instante le entra la duda, pero no lo deja traslucir.

—Está bien, no te he tenido aquí todo este tiempo para quedarme como al inicio. Haz tu exigencia.

La joven sonríe antes de realizar su petición. ¿Lo aceptará? ¿Caerá en la trampa? Su salvación depende de que diga que sí.

Pasado

Rakel posó una mano sobre el hombro del desolado hombre.

—Lo siento Carps. Puedes contar con nosotros si lo necesitas.

—La necesito, Rakel. No puedo con esto yo solo.

—No estás solo –le recordó Guelio—. Nos tienes a nosotros para lo que necesitas. ¿Lo sabes? ¿Verdad?

—Lo sé, gracias –respondió el desolado viudo mirando la lustrosa lápida.

Los tres amigos se habían retrasado para contemplar la tumba unos minutos más.

Pobre Alne, tan ilusionada por ser madre, pero tan poco afortunada, piensa Rakel con tristeza. La muerte tras un parto era un riesgo que toda madre corría, pero aun así no acababa de creerse que su amiga fuese una de esas mujeres con tanta mala suerte. Había fallecido por altas fiebres tan solo dos días después de dar a luz. Ahora Carlps debería criar al niño solo. Los padres de ella ayudarían económicamente, y Releio también se había ofrecido para que no les faltase de nada, pero criar a un hijo sin la ayuda de la madre sería duro, con o sin amigos que lo apolasen.

La joven no pudo evitar llevar la mano a su ya notable vientre. ¿Correría ella la misma suerte que su amiga? Negó internamente. Su amigo necesitaba consuelo, no podía dejar ver sus preocupaciones.

—Vamos Carlps –le apremia Guelio—, nos están esperando. NO puedes quedarte aquí todo el día. U hijo te necesita.

Él asintió y se dejó arrastrar por sus amigos detrás de los demás asistentes al entierro.

La huerfanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora