Sobre las escaleras que llevan al último piso de la mansión hay una trampilla en el techo que da acceso a una buhardilla aparentemente inalcanzable.
Aparte del hecho que llegar a la trampilla requiere de altura o habilidad, el acceso a la escalera desde abajo es casi imposible si no se sabe dónde está el interruptor oculto en la pared.
EL desván secreto es el lugar favorito de Foren. Es, por así decirlo, su santuario, aunque en general se usa más bien como trastero.
Uno de sus entretenimientos favoritos, sobre todo si ha tenido un mal día, es rebuscar entre los recuerdos que su padre guarda allí.
La estancia, un cuarto más largo que ancho y sin ventanas, está amueblado por algunas estanterías medio bacías que contienen libros en su mayoría antiguos y, un puñado de baúles de madera o mimbre de diversos tamaños, algunos más llenos que otros. Algunos polvorientos cuadros se apilan en una pared, estropeados por la humedad y el polvo ocultan algunos bodegones y retratos, pero en su mayoría son algo terroríficos o extravagantes.
Rebuscando distraídamente en uno de los baúles, repleto de toda clase objetos cuya utilidad y necesidad, tanto como necesidad de conservación, en muchos casos, puede ser cuestionable, llaman su atención algunas curiosidades. Entre otras cosas de relativo interés, un viejo medallón de oro es casi lo único digno de mencionar, pues lo demás no deja de ser baratijas de mercadillo más extrañas que interesantes.
Un simple medallón carece de interés, pero la curiosidad por descubrir su contenido es lo que le impulsa a abrirlo.
La medalla, de forma circular y casi tan grande como la palma de su mano, contiene en su interior un retrato de apropiado tamaño, algo oscurecido por el tiempo. En él puede distinguirse a una mujer joven, de cabello y ojos castaños, pintada justo hasta debajo de los hombros cubiertos por los tirantes de un sedoso vestido blanco.
Por un instante le parece que es a Daina a quien mira, pero lo descarta enseguida al considerarlo imposible pese al gran parecido con la muchacha.
Aun así decide llevarse el medallón consigo, en realidad nadie la echará en falta y es un recuerdo de su familia.
***
Aquella mañana, al llegar a casa, había tenido una pequeña discusión con Ezla y Meicel.
Ellos insistían en que fuese a dormir un rato, que no necesitaban su ayuda. Pero ella insistió en que no necesitaba descansar. Al final ganaron ellos y tuvo que subir a su cuarto a echarse un rato.
Al principio creyó que no podría dormir.
Estaba muy agitada por lo del beso. No tanto por el hecho de si le había gustado o no besar a Mashel, sino más bien porque era consciente de que él le había manipulado para que lo hiciese. Pero lo cierto era que la decisión había sido sólo suya, él no la podría haber manipulado si ella no se lo hubiese permitido, por tanto no podía acusarle de haberlo hecho.
Al final logró dormirse, pero aún no era ni media mañana cuando se despertó. Por mucho que lo intentaron, Ezla y Meicel no lograron que volviera a la cama.
Por la tarde las infantas aparecen por la vivienda justo cuando está a punto de salir a dar un paseo con sus perros. Daina las invita a ir con ella. Sabe que le van a preguntar que paso cuando se fueron, y, no quiere comentarlo donde Ezla y Meicel puedan oírla.
Algo más discretas de lo que la muchacha esperaba, las infantas comienzan comentando lo bien que se lo pasaron y las anécdotas de la noche. Pero cuando la joven empieza a relajarse, deciden que es el momento de interrogarla.
-Sabemos que ayer te quedaste a solas en el observatorio con nuestro hermano -comenta Daya con una sonrisa traviesa.
-No pasó nada de interés -intenta quitarle importancia Daina.
-Porfi, cuéntanoslo -insiste Cali con su mejor cara de inocente-, sabemos muy bien que le gustas. No pudo no pasar nada.
-¿Le gusto? -pregunta Daina deteniéndose.
-Desde luego, aunque no creo que lo reconozca nunca -comenta Daya.
-Tampoco os hagáis ilusiones. Por muy heroína que se me considere, solo son una chica huérfana que trabaja y vive en una taberna casi arruinada.
-Un detalle sin importancia -comenta Daya-. El amor no entiende de dineros.
Daina sonríe. Las princesas aún son muy inocentes para comprender que no todo es blanco o negro. Daya ya tiene 16 años, seguramente lo descubrirá muy pronto, pero Cali solo tiene 13, a esa edad todavía se sueña con cuentos de hadas.
-¿Amor? Yo creo que es pronto aún para hablar de ello. ¿Él ha hablado de amor?
-No -reconoce Daya-, pero se nota que está interesado en ti.
-Sí, lo está -reconoce la muchacha-, pero yo no sé si me atrevería a clasificarlo como amor. Más bien lo consideraría un capricho.
-Qué poco soñadora eres -le reprocha la mayor de las princesas-. Yo, de estar en tu lugar, ya estaría soñando con que fuese amor lo que él sintiese.
Daina suspira, pero decide no responder. Sabe que está intentando razonar con una adolescente. Además, está segura de que si de las princesas dependiera, ya estaría casada con Mashel. Solo tiene que mirarlas a sus verdes ojos para leer en ellos el aprecio que la tienen.
-Aunque he de confesar que anoche vivimos un momento romántico -exagera.
-¿A si? -preguntan las hermanas casi a la vez.
-Sí, bueno.... -Daina intenta no enrojecer, pero se detiene y mirando a ninguna parte en particular confiesa lo del beso.
-¿En serio? -pregunta Cali curiosa.
-¿Cómo fue? ¿Qué sentiste? ¿Te gustó? -la interroga Daya.
-No pienso contestar altezas, es vuestro hermano -se justifica ella intentando eludir así sus preguntas. Considera que ya les ha concedido cotilleo para un mes entero-. Es hora de volver a casa, Aika e Eiko ya han paseado suficiente por hoy -declara dando media vuelta en dirección a la taberna.
Por el camino de regreso deciden hablar de los planes para la siguiente vez que se vean, pues Daina no parece muy dispuesta a seguir cotilleando, y menos sobre su propia vida.
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La huerfana
Teen FictionDaina ha crecido en la pobreza, valiente y temeraria. Foren ha crecido en el mundo de apariencia que es la corte, siempre ocultando su verdadero yo. Sus caminos no debían cruzarse, pero el destino a veces guarda sorpresas inesperadas. Un...