Parte 45

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La joven se pone en pie y camina hasta su lugar entre el jurado. Alguien le ofrece una silla y ella la acepta.

—Señorita Riela –comienza el abogado defensor cuando le permiten iniciar su turno de preguntas. La joven se siente un poco extraña porque la nombren por su apellido hasta entonces desconocido para el resto del mundo—. Usted asegura que mi cliente la retuvo en contra de su voluntad durante más de dos meses, ¿cierto?

—En efecto, estuve encerrada durante varias semanas en una casa abandonada en algún lugar de la ciudad.

—Sin embargo fue encontrada en casa del marqués de Luiz, ¿cierto?

—Él mismo me trasladó allí un par de días antes de su detención.

—Así que fue mi cliente quien la sacó de esa casa donde permanecía secuestrada, ¿no es así?

–Sí.

El abogado sonríe. Su trabajo consiste en demostrar la inocencia de su cliente, o en su defeco, conseguir la menor pena posible.

– Tengo entendido que fuiste secuestrada el mismo día que sus altezas las infantas –continúa el abogado.

—Es cierto, fue ese mismo día.

—Y según testigos, estaba con ellas en ese momento.

—Lo estaba.

—Ahí lo tienen. El acusado no secuestró a esta joven. En palabras de ella, más que secuestrarla, fue quien realmente la rescató –concluye el abogado mirando al jurado con seguridad.

Daina mira de reojo a su tío. Este sonríe maliciosamente creyéndose ya victorioso. Incluso la guiña un ojo al sentirse observado.

—En realidad –interviene la muchacha después del corto silencio—, él está detrás de ambos secuestros.

—¿Está acusando a mi cliente de secuestrar a las infantas, encerrarlas en una cabaña en el bosque y chantajear a su majestad con dinero para liberarlas?

—En realidad no lo hizo en persona. De lo que le estoy acusando es de contratar bandidos, secuestrar a las princesas, chantajearlas para que me tendiesen una trampa y, después, fingir un segundo secuestro para poder separarme de ellas y llevar a cabo su plan –aclara ella.

—¿Acaso tienes pruebas? –pregunta Luio interviniendo por primera vez en el juicio.

—Creo que el testimonio de las infantas sería suficiente prueba.

—¿Está pidiendo que llamemos a declarar a las princesas? –pregunta la portavoz del jurado sorprendida.

—Si fuese necesario, creo que debería hacerse. ES exactamente lo que he insinuado.

—Aunque ellas corroboren que fueron forzadas a ser cómplices de un secuestro, no prueba que el marqués esté detrás de ello, Señorita Riela –le recuerda la mujer.

—Ese hombre organizó el secuestro. Lo planeó minuciosamente. Entregó a las princesas a los bandidos a cambio de tenerme a mí. Aseguro que es lo que pasó.

—Usted, señorita, no es tan importante como para que alguien organice semejante teatro sin un motivo importante. Y, creo que ni siquiera habiendo un motivo, alguien haría algo así. Usted no es más que una huérfana del pueblo de la que mi nieto se había encaprichado.

Daina se siente realmente ofendida por las palabras de esa mujer. Si la nobleza es como ella, prefiere mil veces su vida de escasez en la taberna.

—Me parece increíble, señora, que tenga el atrevimiento de llamarme por mi apellido y después me intente desacreditar atacando a mis supuestos orígenes. Pensé que durante estos meses se había realizado una investigación seria del caso. Pensé que el jurado sabía todos sus entresijos. Lo considero una falta de respeto hacia mí y mi familia. Mi palabra no debería valer menos por ser mujer, o ser pobre. Ese hombre es cruel y mezquino. Él pegaba y abusaba de su propia hermana. Él intentó asesinar a Carlps hace veinte años. Ese fatídico día a quien realmente asesinó fue a mi padre –Revela. Los murmullos por parte del jurado la obligan a hacer una pausa, pero enseguida les hace callar—. No se hagan los sorprendidos ahora, señores. Mi apellido ha sido mencionado en esta sala varias veces en la última media hora. No es un apellido tan común.

El silencio invade la sala. Ni siquiera se escucha la respiración de los asistentes. Nadie parece atreverse siquiera a moverse.

–Guelio Riela murió hace veinte años, como ha señalado, señorita –interviene la madre de Mera rompiendo el incómodo momento–. Su cuerpo nunca ha sido hallado, por lo que ese caso está cerrado.

Luio sonríe, esa panda de inútiles le deben tanto dinero que no cree que se atrevan a declararle culpable de nada. Su sobrina debería rendirse y aceptar su derrota, pero ella no piensa renunciar por nada.

–Tal vez eso haya expirado. Pero no lo demás. Soy consciente de que Rakel también murió hace años, pero Hila sufre los abusos de ese hombre ahora. Ella es la marquesa, su palabra debería valer. Sé que no tendréis en cuenta nada de lo que pueda decir. Me estáis prejuzgando solo por mi pasado, solo por quien he sido.

– ¿Y no es lo que está haciendo usted con el marques? –pregunta la abuela de Mashel.

–Yo no juzgo al marqués por su pasado, sino por su presente, señora. Él me secuestró, me violó y ahora pretenden que no pague por sus crímenes. ¿Y si fuese la hija de alguno de ustedes? –la joven clava su mirada en la de su interlocutora consciente de que esa pregunta ha generado una reflexión en el jurado.

–Supongamos que es cierto lo que afirma –continua la mujer–. ¿Nos está pidiendo que pidiendo que privemos a ese niño de un padre?

Daina se está empezando a desesperar. No se imaginaba que la madre de la reina fuese tan testadura. Esperaba que eso fuese más rápido y, que se resolviese a su favor.

La joven se levanta de la silla que le han prestado, se dirige hacia donde están su hermano y su tía, pero en vez de ocupar su sitio, recoge algo que Alxa le entrega. A continuación se dirige hasta el jurado, se planta ante la madre de Mera y, coloca ante ella un viejo medallón.

–Usted es madre y abuela. De los demás lo esperaría, pero de usted no –se enfrena a ella sin miedo mirándola directamente a los ojos–. Este medallón perteneció a Rakel, ábralo si lo desea –hace una breve pausa–. Tal vez las pruebas sean poco sólidas, o sea mi palabra contra la de Luio. Pero le diré una cosa, si se tratase de su hija, usted movería cielo y tierra para que se hiciese justicia. Mi madre sufrió abusos y maltrato por parte del marqués, aun así, al enviudar creyó que mudarse a su casa sería la mejor opción. Ella creyó que todo iría bien, que él había cambiado, sobre todo tras casarse, pero descubrió que se equivocaba. Un día vio como una niña de no más de dos años corría hacia ella con un feo arañazo en la cara. La niña aseguró que había sido su tío al negarse a darle un beso, molesta porque le había visto gritar a su esposa y, le consideraba un hombre malo. Después de eso Rakel huyo de la casa, pero solo le dio tiempo a esconder a uno de sus hijos. Murió dos semanas después. Ella lo hizo para evitar esta situación. Prefirió que su hija pequeña fuese una pobre huérfana a que creciese bajo el miedo. Póngase en su lugar, imagina que fuese una de sus nietas, o su hija, ¿Quién dice que no pueda haberse excedido con alguien que no fuese de su familia?

La joven guarda silencio sosteniendo le la mirada, desafiante. Su brazo sigue extendido ante ella con la cadena colgando entre sus dedos.

–Releio, ¿Cómo permites que una plebeya trate así a un miembro de tu familia? –pregunta la aludida dirigiéndose al Rey.

– Lo permito por una razón, Odea –interviene él molesto y cansado–. Este juicio debía ser un simple trámite. Puesto que el acusado tiene gran influencia en el reino, no se le puede a condenar sin más. No imaginé que el jurado tuviese tantos prejuicios. Las pruebas son claras, los testigos confirmaron los hechos, se analizó la antigua casa de los condes de Ruia, donde se suponía que Daina fue encerrada y, por último, las numerosas cartas de amenaza que recibió las semanas previas. Todo confirma que Luio es culpable, pero aun así intentáis desmontarlo todo. No me obligues a hacer que testifiquen mis hijas. La prueba definitiva está en ese medallón.

Odea toma el medallón derrotada, tomándose esas palabras momo una orden. En realidad sabe que las pruebas son concluyentes, pero se supone que la hija de Rakel había muerto en la nieve una fría noche, en la que se perdió mientras regresaba con su madre a casa, después de un paseo. Se niega a creer que la joven ante ella es quien afirma ser. Pero al abrir el medallón y observar ambos rostros juntos, no puede negar más la verdad. El medallón pasa por las manos de los diez miembros del jurado hasta regresar de nuevo a la muchacha.

–El jurado necesita unos minutos para deliberar un veredicto –anuncia la mujer poniéndose en pie. Releio asiente y ellos abandonan la sala sin mirar a ninguno de los presentes.





La huerfanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora