Parte 46

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La plaza del mercado hoy tiene un aspecto diferente al de costumbre. Durante la noche se ha instalado un escenario den uno de sus extremos.

Decenas de curiosos se han acercado hasta allí y, ahora ocupan el espacio que queda libre.

El verdugo espera paciente a los pies de la plataforma conversando, en voz baja, con Carlps, seguramente ultimando detalles.

Por una de las calles que llegan a la plaza, un carro de madera se abre paso entre la multitud. A su paso los asistentes insultan a su ocupante y le lanzan frutas y verduras expresando su asco. Parecen haber olvidado que ese día le condenado perteneció a la alta sociedad del reino.

Daina observa el avance del vehículo por la plaza. ¿Es necesaria semejante humillación? Pero un bien espectáculo es lo que más entretiene a los ciudadanos.

Al final el jurado se rindió ante los hechos y, Luio fue condenado a muerte. Desde que el proceso se inició, ella había creído que aquello la causaría algún tipo de satisfacción, pero no es e así. Ha acudido a la plaza solo para comprobar que no es un sueño, que realmente él pagará por sus crímenes. Pero no se siente ni alegre, ni emocionada. Tal vez sea consecuencia del embarazo, pero un sentimiento de lastima se ha colado en su corazón.

Luio sube hasta la plataforma y se sitúa junto a la pared. Mantiene su mirada fija en el edificio frente a él para ocultar mejor su miedo. Ni los insultos, ni las verduras, ni la condena, son tan humillantes cómo mostrarse débil en público.

Carlps es el encargado de leer los cargos y la sentencia, como en cada ejecución que se lleva a cabo en la ciudad. Intentando no mirar a nadie en concreto recita su discurso de forma fría y ensayada. Al igual que le pasa su protegida, ese momento no le causa ninguna satisfacción, aun habiéndolo deseado durante años.

Sus palabras se pierden entre los insultos, primero, y los vítores, después, de los asistentes. Esa enfermiza alegría ante la ejecución de un criminal, haya cometido atrocidades, o no, alimenta ese sabor amargo en el corazón de sus víctimas.

Daina se siente o incapaz de mirar cuando su tío se acerca al borde de la plataforma. Él la busca entre el público y sus ojos se encuentran un instante.

–Me gustaría decir unas palabras antes de abandonar este mundo –declara Luio–. Sé que he hecho cosas mal en mi vida. Tal vez no fui el mejor hermano, padre o esposo. Seguramente cometí muchos errores. Pero me gustaría poder pedir perdón a mi familia si les traicione de algún modo. Y a mi sobrina, a la que creí haber perdido hace años y, apenas he podido disfrutar del hermoso reencuentro, quiero pedirle que no me guarde rencor. Nunca pretendí huele daño. Si pudiese cambiar las cosas lo haría, sobretodo el último año. Sé que te dejo una impresión equivocada de mí, pero no tendré el tiempo de mostrarte otra. Espero que algún día me perdones y no te dejes llevar por el odio y la ira. Ese niño que esperas merece una madre alegre y amorosa, como la que sé que puedes llegar a ser. Promete no pagar con esa inocente criatura el odio que puedas tenerme. No empañes la felicidad de tu familia con el rencor. Solo te pido que no vuelvas a nuestro hijo en contra de un muerto. Solo espero que ambos seáis felices ahora que no estaré a vuestro lado.

Cuando por fin el marqués termina su discurso, la joven descubre que ha logrado sacarle alguna lágrima. Realmente tiene labia, pero dentro de ella algo le dice que, por una vez, él ha sido realmente sincero. No puede odiarlo aunque quisiese, pero no le perdonará lo que ha hecho.

Tras su discurso, Luio se arrodilla frente al bloque de madera donde apoya su cabeza. El verdugo se acerca y, de un golpe limpio, sin mediar palabra, deja caer una afilada espada sobre el cuello del condenado.

Daina cierra los ojos incapaz de ver ese momento. Cuando vuelve abrirlos, unos segundos más tarde, pálida y temblorosa, abandona la plaza con paso firme, sin mirar atrás.

La huerfanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora